Si hay algo, en el conjunto de la
Semana Santa ceutí, capaz de hacer vibrar con toda sus
fuerzas a nuestro pueblo es sin, lugar a duda alguna, el
Señor de Ceuta, el Cristo de Medinaceli. Cada año, son miles
los ceutíes que suben hasta la barriada del Príncipe, para
acompañarle en su traslado a la Casa de Hermandad, cita en
la Avenida Otero desde donde saldrá en procesión,
recorriendo las principales calles de nuestra ciudad. Y como
cada año, volverá a producirse ese inmensa riada humana que
le acompañará haciendo penitencia.
Pero antes, cuando se produce la bajada desde la barriada
del Príncipe el Señor de Ceuta, tiene que cumplir la
tradición de dejar en libertad a un preso. Es uno de los
momentos más emocionante de esta popular bajada del
Medinaceli, cuando acercándose a la cárcel, se coloca frente
a ella y le da la libertad a uno de los que cumplen condena.
La repetición de la escena es, cada año, la misma, mujeres
que lloran ante la emoción del acto y el condenado, en la
mayoría de los casos con la cara cubierta, se coloca detrás
del “paso” y le acompaña hasta la Iglesia Catedral, como
agradecimiento al favor recibido. Uno de los más grandes
favores que se le puede hacer a un condenado, el favor de la
libertad.
Cumplido este tradicional requisito que se viene efectuando,
cada año, a las puertas de la prisión de los Rosales, El
Medinaceli y los miles de ceutíes que le acompañan,
prosiguen su camino hacia La Casa de Hermandad de la Avenida
Otero donde a su llegada a la misma, volverán a producirse
fuertes emociones, mientras es encerrado en ella, entre los
gritos y aplausos de las miles de personas que le han
acompañado en su traslado. Y como siempre, para que de nada
falte a la más tradicional de las procesiones ceutíes, una
garganta rota de emoción elevará al cielo, el cante profundo
de una saeta.
Recuerdo, hace años, que una vez encerrada la imagen en su
Casa de Hermandad, el popular padre Pepe se asomaba al
balcón y lanzaba unas emocionadas palabras, haciendo gala de
una buena oratoria que llegaba a emocionar a más de uno. Y
es lo que decía la sabia de mí abuela, el que sabe, sabe, y
el padre Pepe era un buen orador capaz, con sus palabras,
legar al corazón de los menos creyentes.
A llegara estos momentos, me vienen a la memoria, todos esos
politiquillos del tres al curto, que se creen oradores y,
con sus palabras, lo único que hacen, como se dice
popularmente, es subir el precio del pan.
No aprenderán nunca, porque su enorme ego, les hace creerse
tener unas facultades de las que carecen totalmente. Las
chorradas que salen de sus bocas, alcanzan tal nivel, que no
hay forma de mejorarlas.
Lo siento, sé que no tenía que decir nada de esto porque
había prometido ser bueno y hablar sólo de la Semana Santa,
pero hay cosas que hacen hablar a los mudos.
En fin que, continuando con lo que estábamos hablando del
Medinaceli, en cuanto el padre Pepe terminaba su alocución
una saeta, cantada por Manuel Díaz, volaba hasta el cielo.
|