CON Muerte entre las flores reiventaron el subgénero
gangsteril, en El gran salto reorientaron la comedia clásica
con un gran ejercicio de estilo, con El gran Lebowski
pusieron al tipo más vago de Los Ángeles en un policiaco a
hacer de Humphrey Bogart y con No es país para viejos
completan su serio estudio sobre la violencia, la codicia y
la estupidez humana que magistralmente fotografiaron ya en
Fargo.
La nueva película de los hermanos Coen –Joel y Ethan–
pretende ser una reflexión sobre la maldad y la violencia
con una forma cinematográfica y un contenido documental.
En esa frialdad radica lo mejor y lo peor de la película,
que es única por romper todas las reglas del thriller. Se
trata de mostrar que en el mundo del hampa no hay sitio para
la bondad. En Fargo el tratamiento era más cálido: los
codiciosos psicópatas tenían su castigo y el mensaje que
subyacía era lo bonito de los pequeños placeres de la vida.
La codicia mueve también a los personajes de No es país para
viejos, a excepción de Tommy Lee Jones, a quien los Coen
otorgan el papel reflexivo, pero deslabazado entre tanta
violencia. Un sheriff crepuscular con un diálogo onírico que
cierra la película de forma demasiado pretenciosa. Con
muchos menos alardes lo explicaba mejor la sheriff Frances
McDormand en Fargo: “¿Y todo por qué? Por un poco de dinero.
Hay cosas más importantes en la vida que un poco de dinero.
¿Es que no lo sabe? Aquí está ahora (arrestado). Con este
día precioso. No lo comprendo. Simplemente no lo comprendo”.
El dinero mueve a los personajes por el Medio Oeste
americano, pero el mundo del hampa no sólo obliga a ser
duro, sino también no tener escrúpulos, sino es mejor que no
lo intentes: Josh Brolin se mete en todo el lío porque a
mitad de la noche tiene remordimientos y va a dar de beber
al narcotraficante mexicano sabiendo que lo más seguro es
que ya estuviera muerto. Y se lo complica más porque quiere
a su esposa, si bien más a los dos millones de dólares. Todo
ello es su perdición.
A lo largo de todo el metraje, los personajes que muestran
bondad acaban mal, hasta el punto de que los Coen rompen las
reglas no escritas del thriller, esas que sólo unos pocos se
atrevieron a fracturar, como cargarse con elipsis a los
personajes que crean empatía con el público. Hay que
aplaudir lo arriesgado de la propuesta, pero, sinceramente,
te deja con la sensación de que tal vez no hubiera sido la
mejor solución técnica.
A los Coen en esta ocasión les da igual. Quieren mostrar que
la realidad no es tan condescendiente como en el cine. No
siempre ganan los buenos.
Sobrecogedor es el retrato del psicópata que compone un
Javier Bardem sin techo y la maestría de los hermanos para
marcar el tempo de la narración y controlar los resortes del
suspense, minimizando en este caso su gamberro sentido del
humor y su puesta en escena surrealista.
Simplemente muestran la maldad tal cual: Anton Chiburg.
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