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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 19 DE MARZO DE 2008

 
OPINIÓN / CRITICA DE CINE: 'NO ES PAÍS PARA VIEJOS'

Los Coen completan su estudio sobre la
violencia, la codicia y la estupidez humana

Por Rober Gómez


CON Muerte entre las flores reiventaron el subgénero gangsteril, en El gran salto reorientaron la comedia clásica con un gran ejercicio de estilo, con El gran Lebowski pusieron al tipo más vago de Los Ángeles en un policiaco a hacer de Humphrey Bogart y con No es país para viejos completan su serio estudio sobre la violencia, la codicia y la estupidez humana que magistralmente fotografiaron ya en Fargo.

La nueva película de los hermanos Coen –Joel y Ethan– pretende ser una reflexión sobre la maldad y la violencia con una forma cinematográfica y un contenido documental.

En esa frialdad radica lo mejor y lo peor de la película, que es única por romper todas las reglas del thriller. Se trata de mostrar que en el mundo del hampa no hay sitio para la bondad. En Fargo el tratamiento era más cálido: los codiciosos psicópatas tenían su castigo y el mensaje que subyacía era lo bonito de los pequeños placeres de la vida.

La codicia mueve también a los personajes de No es país para viejos, a excepción de Tommy Lee Jones, a quien los Coen otorgan el papel reflexivo, pero deslabazado entre tanta violencia. Un sheriff crepuscular con un diálogo onírico que cierra la película de forma demasiado pretenciosa. Con muchos menos alardes lo explicaba mejor la sheriff Frances McDormand en Fargo: “¿Y todo por qué? Por un poco de dinero. Hay cosas más importantes en la vida que un poco de dinero. ¿Es que no lo sabe? Aquí está ahora (arrestado). Con este día precioso. No lo comprendo. Simplemente no lo comprendo”.

El dinero mueve a los personajes por el Medio Oeste americano, pero el mundo del hampa no sólo obliga a ser duro, sino también no tener escrúpulos, sino es mejor que no lo intentes: Josh Brolin se mete en todo el lío porque a mitad de la noche tiene remordimientos y va a dar de beber al narcotraficante mexicano sabiendo que lo más seguro es que ya estuviera muerto. Y se lo complica más porque quiere a su esposa, si bien más a los dos millones de dólares. Todo ello es su perdición.

A lo largo de todo el metraje, los personajes que muestran bondad acaban mal, hasta el punto de que los Coen rompen las reglas no escritas del thriller, esas que sólo unos pocos se atrevieron a fracturar, como cargarse con elipsis a los personajes que crean empatía con el público. Hay que aplaudir lo arriesgado de la propuesta, pero, sinceramente, te deja con la sensación de que tal vez no hubiera sido la mejor solución técnica.

A los Coen en esta ocasión les da igual. Quieren mostrar que la realidad no es tan condescendiente como en el cine. No siempre ganan los buenos.

Sobrecogedor es el retrato del psicópata que compone un Javier Bardem sin techo y la maestría de los hermanos para marcar el tempo de la narración y controlar los resortes del suspense, minimizando en este caso su gamberro sentido del humor y su puesta en escena surrealista.

Simplemente muestran la maldad tal cual: Anton Chiburg.
 

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