Algo tendrá el agua cuando la
bendicen, evoca el pueblo y expande el tiempo. La proclama
es verso primero y principio de vida. Al mundo lo embellecen
y reverdecen manantiales que brotan del corazón, la lluvia
que rige el universo. Por ello, cada gota de líquido
inodoro, incoloro e insípido, amén de ser más fuerte que la
roca, es parte de nosotros mismos y parte de la naturaleza
misma del planeta. Los poetas de todas las latitudes y
épocas también han injertado sus versos en el agua. Juan
Ramón Jiménez llegó a desear que su vida se cayera en la
muerte, “como este chorro alto de agua bella/ en el agua
tendida matinal; / ondulado, brillante, sensual, alegre, /
con todo el mundo diluido en él, / en gracia nítida y
feliz”. Asimismo, en todas las culturas, el agua tiene un
parte mística, espiritual, purificante. En cualquier caso,
el hilo de todas nuestras formas de vida va a depender muy
mucho de la puntada del agua, con su gracia y lozanía
incomparables.
Causa espanto, pues, que millares de europeos no puedan
pegar la hebra al agua potable y que miles de niños tampoco
consigan arribar sus labios a la mocedad virgen del poético
manjar, al que hay que considerar un derecho humano
fundamental. Un viento demoniaco todo lo contamina, como si
una fuerza ciega nos apoderase, sin comprensión de amor ni
sensibilidad alguna, y quisiera destruir la propia
existencia humana.
Ya Gerardo Diego, en el siglo pasado, nos llamó la atención
con ese río Duero arromanzado, al que “la ciudad vuelve la
espalda”. La estrategia de restauración de ríos, incluso
ahora, es tan urgente como necesaria. Recuperar reservas
naturales fluviales, que son verdadero pulmón de vida, lo
pide el propio hábitat a poco que naveguemos por él. Lo
cierto es que al día de hoy, y volviéndonos a ver en los
muros de la patria nuestra, a pesar del nivel de desarrollo
económico alcanzado, por cierto muy injusto y desigual,
indicadores oficiales apuntan que subsisten problemas en
cuanto a la garantía de agua y a la calidad de la misma,
tanto en el medio rural como en ámbitos urbanos de
diferentes territorios.
Superar, de una vez por todas, carencias en el control
público del uso del agua y de su calidad, garantizando la
necesaria para cada comunidad, exige políticas coherentes y
solidarias.
Estas hazañas, generalmente, son mejor llevadas por hombres
de Estado antes que de Partido. Luego, pienso que también
hace falta educar en el uso racional y responsable del agua.
Debiera ser disciplina de obligado cumplimiento.
Estimo que, la defensa de los recursos hídricos y la
atención por el cambio climático, son temas de gravísima
importancia que deben ser considerados y tratados por todos,
por toda la familia que habita el planeta. Como ya dije
anteriormente, el agua es instrumento vital, imprescindible
para la supervivencia humana y, por tanto, un derecho/deber
de todos. Es necesario, en consecuencia, prestar atención a
los problemas creados por su evidente escasez en muchas
partes del mundo, e inclusive, en nuestra propia
territorialidad.
A sabiendas de que el agua no es un bien ilimitado como es
bien patente, ni su disponibilidad en la cuantía y calidad
adecuada es gratuita, está bien que los gobiernos refuercen
controles en el uso y calidad del agua, participen y
corresponsabilicen a los ciudadanos para combatir el
despilfarro, la especulación, la insuficiencia y los propios
agentes contaminantes, y fomenten campañas de
sensibilización como esta última de “total por unos
litros…”, cuando el total es lo que cuenta, puesto que cada
día, cientos de miles de pequeñas acciones favorecen la
desertización y el cambio climático, afectando incluso a
nuestra salud.
Me consta que hay, además, una retahíla de convenios de
colaboración entre el Estado con Ayuntamientos, Diputaciones
y Comunidades Autónomas, pero que también es cierto, no
suelen pasar del papel impreso.
Junto a este cúmulo de buenas intenciones, sin embargo, aún
no se ha llevado a buen término un consensuado pacto por el
agua, a pesar de la necesidad urgente del problema, que
implique a todos los territorios, lo acepten todas las
políticas y, socialmente, la ciudadanía lo considere manual
de convivencia, máxime que según las estimaciones sobre los
efectos del cambio climático en España, para el año 2050, la
temperatura media podría subir en 2,5 ºC, las
precipitaciones reducirse en un 10% y la humedad del suelo
en un 30%.
Si partimos del nefasto estado ecológico en que se
encuentran las masas de agua de nuestro entorno, de la
galopante sequedad de la tierra, aunque sumemos los
proyectos de desalinización, depuración y reutilización de
aguas que se nos anuncian a bombo y platillo, la situación
no deja de ser preocupante en la medida que seguimos
reduciendo la naturaleza a un mero instrumento de
manipulación y explotación, sin orden ni concierto, por puro
interés, haciendo bien poco por cambiar estilos de vida, en
toda regla insolidarios, en un mundo que cada día necesita
mayor cantidad de agua.
Todavía es necesario depurar aguas residuales que contaminan
ríos y mares. Todo parece indicar, que el cambio climático
en nuestro país agravará los problemas ambientales que ya
sobrellevamos como podemos, en cuanto a la escasez de agua,
el aumento de la desertificación o la pérdida de
biodiversidad.
No cabe duda, que la falta de agua genera efectos negativos,
tanto con referencia a la calidad de vida como a nuestro
medio ambiente. A mi juicio, hay que tomar el toro por los
cuernos y no descartar ninguna acción sostenible, que
asegure el abastecimiento de agua en cantidad y calidad a
todas las poblaciones, regadíos y aglomeraciones urbanas.
Usarla racionalmente como derecho, cuidarla como deber,
debiera ser norma ciudadana. No hay mayor estética ética que
tener agua suficiente para la vida, ríos saludables donde
tomar asiento y escuchar el verso, así como mares donde
aprender a ser poeta.
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