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sociedad - DOMINGO, 16 DE MARZO DE 2008


vista de ceuta. archivo.

REPORTAJE / LAS CONSECUENCIAS DEL CALENTAMIENTO GLOBAL
 

La orografía ceutí, bastión frente
a los efectos del cambio climático

La accidentada geografía de la ciudad autónoma hace que se pueda suponer que
el previsible aumento del nivel del mar que
se dará en los próximos años no tenga consecuencias tan dramáticas a nivel local

CEUTA
Fernando Caracena

local
@elpueblodeceuta.com

El hombre siempre ha tenido una concepción invariable y cíclica de los fenómenos meteorológicos y estática del paisaje. Pero sólo hay que remontarse a periodos históricos para encontrar regiones que sufrieron cambios drásticos en el pasado. Los pueblos que habitaban la zona del actual Egipto disfrutaban de un clima mucho más húmedo, cercano al Mediterráneo. En torno al ocho mil a. de C. el avance del Sáhara les obligó a abandonar lo que habían sido sus tierras de pasto y caza para refugiarse en las orillas del Nilo. Un ejemplo más reciente y más cercano es el lago llamado Sinus Tartesii, era un lago entre esteros formado en la desembocadura del río Guadalquivir. La desembocadura se producía mucho más hacia el interior que la actual, por lo que poblaciones como Coria del Río eran prácticamente costeras en el tres mil a. de C. Las actuales marismas del Parque Nacional de Doñana son un vestigio de aquel lago que aún existía, aunque con una extensión menor, en época romana.

La teoría del calentamiento global ha tenido que enfrentarse con la idea de la invariabilidad de las condiciones climatológicas y, sobre todo, con la novedad de que la acción del propio hombre pudiera influir en sistemas tan colosales como los climatológicos. En el ramsénico documental de Al Gore, Una verdad incómoda, la conferencia que forma el núcleo del metraje se abre con una cita de Mark Twain que refleja la necesidad de, al menos, profundizar en el debate: “Lo que nos crea problemas no es lo que no sabemos, es lo que sabemos con certeza y no es así”.

El efecto invernadero y la situación actual


El término cambio climático está aceptado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) para referirse al calentamiento global atribuido a las actividades humanas en el presente. El concepto es más amplio en sí, puede referirse a cambios que se produjeron en el pasado, tanto global como regionalmente, por motivos diversos. Desde el nacimiento de la Tierra, hace unos cuatro mil seiscientos millones de años, ha habido numerosos cambios climáticos. Éstos se pueden producir por causas externas, como variaciones en el flujo de la radiación solar o la caída de metoritos provenientes del espacio, o por causas internas, entre las que se encuentran alteraciones en la composición atmosférica o la disposición continental. En el periodo Triásico las masas terrestres estaban unidas en un único continente, llamado Pangea, por lo que los mares formaban un sólo océano conocido como Panthalasa. La configuración favorecía el flujo de corrientes oceánicas por lo que las diferencias de temperatura entre el ecuador y los polos eran menores. El clima también eran más cálido, por lo que se cree que predominaban los desiertos en el interior del continente y los climas monzónicos en las zonas tropicales. Todo ello permitía unas condiciones totalmente diferentes a las actuales.

Las razones que se aducen para el calentamiento global que se está produciendo en nuestros días son de sobra conocidos. Se señala al aumento de los gases de efecto invernadero, sobre todo de CO2, como los responsables del aumento de temperaturas. El efecto invernadero es en principio un fenómeno positivo, sin él la temperatura media de la Tierra estaría bastante por debajo de 0 ºC. El proceso es sencillo. Cuando los rayos solares llegan a la Tierra, una parte son reflejados y devueltos al espacio, a su vez una porción de la radiación resultante es absorbida por los gases atmosféricos, como el CO2 y el vapor de agua, y el calor queda así retenido en la atmósfera.

Se puede comparar las mediciones que se hacen actualmente de los níveles de CO2 presentes en la atmósfera con los niveles que hubo en periodos anteriores, los datos se consiguen principalmente del estudio de los glaciales. Cuando la nieve cae, atrapa pequeñas burbujas de aire que después al fomar el hielo quedan conservadas en su interior. Estas burbujas son verdaderos fósiles de atmósferas de tiempos pasados. Al extraer el hielo y observar sus capas se pueden determinar la época a la que pertenecen las burbujas de aire. También es posible analizar la temperatura. Se consigue a través del estudio de las conchas fosilizadas de unos microrganismos marínos. Los datos de temperatura y dióxido de carbono obtenidos de los últimos seiscientos cincuenta mil años muestran una relación correlativa y casi paralela: cuando los niveles de CO2 tienden a aumentar así lo hacen las temperaturas y la misma similitud cuando descienden. En este periodo de tiempo, que comprende las últimas siete glaciaciones, los niveles de dióxido de carbono nunca han superado las trescientas partes por millón, actualmente y con el aumento atribuido al hombre se han superado las trescientas cincuenta partes por millón.

Ligadas o no a los niveles de CO2, la tendencia de las temperaturas ha sido claramente ascendente en este último siglo. Los diez años más cálidos que se han producido desde que existen mediciones modernas se encuentran entre los últimos catorce años. En España también se ha observado esta tendencia, a pesar de que hubo un periodo de decrecimiento entre 1950 y 1973. A partir de este año el incremento hasta la actualidad ha sido evidente, abrupto y sin precedentes.

El otro parámetro principal del clima que se verá afectado por el ascenso de las temperaturas es la abundancia de precipitaciones y su distribución a lo largo del año. Las mediciones de lluvias no presentan un patrón tan definido como el de las temperaturas, es mucho más irregular. Aún así en España, analizando los resultados del último tercio del siglo, se encuentran zonas con disminuciones significativas en el total de precipitaciones como la cuenca del Ebro, la Comunidad Valenciana y el sur peninsular.

El futuro

Una de las consecuencias más conocidas del cambio climático es la mengua de las masas de hielo y el crecimiento consecuente del nivel del mar. En el último periodo interglacial el mar alcanzó un nivel seis metros superior al actual, un escenario parecido se presentaría si desapareciera el hielo que cubre Groenlandia. El aumento del nivel del mar es una consecuencia prevista a largo plazo, sin embargo su impacto presenta algunos factores de incertidumbre.

En los cambios climáticos es normal que aparezcan fenómenos que refuercen el inicio de un proceso. El hielo refleja un 90% de los rayos solares mientras que el océano absorbe un 90% de los rayos, con lo que el aumento de temperatura de la Tierra sería mayor si desaparecen superficies heladas. Asimismo una masa de hielo se conservará peor si está rodeado de agua, que se calienta con mayor facilidad al absorber más cantidad de energía solar, a si está rodeada por más hielo, por lo que en regiones como el Ártico o las plataformas de la Antártida, donde existe hielo flotante, se aceleraría la desaparición de los casquetes polares.

Otro fenómeno que en este caso afecta al hielo anclado en la tierra es la formación de los molinos glaciales. Por efecto del deshielo se pueden formar pequeños lagos en regiones congeladas, parte del agua de esos lagos puede atravesar la masa del hielo y llegar hasta la superficie rocosa donde se asienta la masa, haciéndola así más inestable y quebradiza.

Uno de los factores que más va a influir en el cambio en la distribución del clima va a ser la extensión del efecto del aire carente de humedad que afecta a los trópicos y que determinan la climatología de desiertos como el Sahara. Esas masas de aire provienen de la evaporación de agua de las regiones del ecuador, el agua es descargada antes de descender a los trópicos y por ello provocan la creación de climas secos. Una mayor evaporación de agua en el ecuador producido por el aumento de temperaturas estiraría paradójicamente la influencia de este aire sin humedad.

A partir de estas tendencias generales de la climatología y de los datos recogidos hasta ahora se pueden elaborar descripciones del clima previsto para el futuro y dibujar así los posibles escenarios climáticos que se pueden esperar. Los modelos con los que se hacen estos escenarios climáticos pueden estar sujetos a error por acontecimientos naturales impresivibles como las erupciones volcánicas, que afectan a la atmósfera, o a la incertidumbre de la evolución de las actividades económicas e industriales.

El Instituto Nacional de Meteorología ha presentado un informe de escenarios climáticos para España. El documento se basa en estudios como el PRUDENCE y otros llevados a cabo en Europa. Los parámetros de CO2 que se usan en el informe corresponden a un modelo de emisiones medias-altas. Se prevé que la temperatura máxima en España aumente entre 1 y 2 ºC en el periodo comprendido entre 2011 y 2040. Entre 2041 y 2070 la variación sería de entre 3 y 5 ºC, se espera que el incremento de temperatura sea mayor en el interior de la península, con lo que la horquilla del interior ascendería a los 5 y 8 ºC para este último periodo. Además el estudio afirma que las temperaturas máximas aumentarán más en los meses de verano que en los invernales.

Las temperaturas mínimas también se acrecentarán pero de una manera menos pronunciada que las máximas por lo que habrá un mayor contraste entre las temperaturas del día y la noche. La diferencia en la progresión del crecimiento entre ambos parámetros se espera que sea de 2 ºC para el último tercio del siglo XXI.

La previsión de las precipitaciones en España es particularmente complicada. España se encuentra situada en una zona de transición entre las latitudes altas, en las que se cree que habrá una mayor cantidad de lluvias, y las regiones subtropicales, en donde se supone que éstas disminuyen. La tendencia general que presentan los estudios es una reducción de la precipitación media anual en todo el país, particularmente fiable en la mitad sur. Hay mayor unanimidad en señalar un descenso de la nubosidad, excepto para la región Noroeste de la península durante los meses de invierno.

Los efectos en Ceuta

Una de las consecuencias evidentes que afectará a Ceuta es la subida del nivel del mar. Sin embargo la orografía costera tan abrupta que posee la ciudad requeriría de cambios realmente dramáticos para verse dañada, unos cambios que no se prevén a corto o medio plazo.

En principio se espera que Ceuta conserve el clima mediterráneo. Aunque éste se haría más seco y caluroso en consonancia con las previsiones detalladas para el sur de la Península. Se desconoce como estas condiciones pueden influir en la fauna o la flora local. Animales como los anfibios son particularmente sensibles a un descenso de la humedad y ya se han registrado cambios en los patrones de migración de la aves, siendo el Estrecho de Gibraltar una de las zonas de paso.

Con el cambio climático se espera la emergencia de enfermedades y su extensión a nuevas regiones. En el Delta del Ebro se ha verificado la presencia del mosquito Aedes, transmisor de enfermedades como la fiebre amarilla o el dengue, que provoca altas tasas de morbilidad. El insecto podría extenderse por la cuenca mediterránea. Otro mosquito, el Anofeles, que transmite la malaria, tuvo presencia en las costas magrebíes hasta principios del siglo XX, cuando fue erradicado. Ahora empieza a recuperar territorios que había perdido y con unas condiciones más favorables podría instaurarse nuevas poblaciones en el Mediterráneo.

No todas las secuelas del cambio climático tienen que ser negativas. Un escenario de aumentos de temperaturas en el Mediterráneo y disminución de lluvias puede favorecer la fertilidad de las aguas ceutíes. Esto se debe a que el Mediterráneo es un mar en el que se evapora más agua de la que devuelven las lluvias. La diferencia es cubierta por una corriente de agua procedente del Atlántico que entra por la parte norte del Estrecho de Gibraltar. Las aguas del Atlántico ya son de por sí más ricas que las del Mediterráneo, que son bastante pobres, pero además la corriente recorre todo el Mediterráneo y vuelve a salir al Atlántico por la parte sur del Estrecho de Gibraltar trayendo consigo un gran número de nutrientes. Un aumento de ese caudal de agua por una mayor diferencia entre la evaporación y el régimen de lluvias en el Mediterráneo podría aumentar las riquezas marinas.
 

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