El hombre siempre ha tenido una concepción invariable y
cíclica de los fenómenos meteorológicos y estática del
paisaje. Pero sólo hay que remontarse a periodos históricos
para encontrar regiones que sufrieron cambios drásticos en
el pasado. Los pueblos que habitaban la zona del actual
Egipto disfrutaban de un clima mucho más húmedo, cercano al
Mediterráneo. En torno al ocho mil a. de C. el avance del
Sáhara les obligó a abandonar lo que habían sido sus tierras
de pasto y caza para refugiarse en las orillas del Nilo. Un
ejemplo más reciente y más cercano es el lago llamado Sinus
Tartesii, era un lago entre esteros formado en la
desembocadura del río Guadalquivir. La desembocadura se
producía mucho más hacia el interior que la actual, por lo
que poblaciones como Coria del Río eran prácticamente
costeras en el tres mil a. de C. Las actuales marismas del
Parque Nacional de Doñana son un vestigio de aquel lago que
aún existía, aunque con una extensión menor, en época
romana.
La teoría del calentamiento global ha tenido que enfrentarse
con la idea de la invariabilidad de las condiciones
climatológicas y, sobre todo, con la novedad de que la
acción del propio hombre pudiera influir en sistemas tan
colosales como los climatológicos. En el ramsénico
documental de Al Gore, Una verdad incómoda, la conferencia
que forma el núcleo del metraje se abre con una cita de Mark
Twain que refleja la necesidad de, al menos, profundizar en
el debate: “Lo que nos crea problemas no es lo que no
sabemos, es lo que sabemos con certeza y no es así”.
El efecto invernadero y la situación actual
El término cambio climático está aceptado por la
Organización de Naciones Unidas (ONU) para referirse al
calentamiento global atribuido a las actividades humanas en
el presente. El concepto es más amplio en sí, puede
referirse a cambios que se produjeron en el pasado, tanto
global como regionalmente, por motivos diversos. Desde el
nacimiento de la Tierra, hace unos cuatro mil seiscientos
millones de años, ha habido numerosos cambios climáticos.
Éstos se pueden producir por causas externas, como
variaciones en el flujo de la radiación solar o la caída de
metoritos provenientes del espacio, o por causas internas,
entre las que se encuentran alteraciones en la composición
atmosférica o la disposición continental. En el periodo
Triásico las masas terrestres estaban unidas en un único
continente, llamado Pangea, por lo que los mares formaban un
sólo océano conocido como Panthalasa. La configuración
favorecía el flujo de corrientes oceánicas por lo que las
diferencias de temperatura entre el ecuador y los polos eran
menores. El clima también eran más cálido, por lo que se
cree que predominaban los desiertos en el interior del
continente y los climas monzónicos en las zonas tropicales.
Todo ello permitía unas condiciones totalmente diferentes a
las actuales.
Las razones que se aducen para el calentamiento global que
se está produciendo en nuestros días son de sobra conocidos.
Se señala al aumento de los gases de efecto invernadero,
sobre todo de CO2, como los responsables del aumento de
temperaturas. El efecto invernadero es en principio un
fenómeno positivo, sin él la temperatura media de la Tierra
estaría bastante por debajo de 0 ºC. El proceso es sencillo.
Cuando los rayos solares llegan a la Tierra, una parte son
reflejados y devueltos al espacio, a su vez una porción de
la radiación resultante es absorbida por los gases
atmosféricos, como el CO2 y el vapor de agua, y el calor
queda así retenido en la atmósfera.
Se puede comparar las mediciones que se hacen actualmente de
los níveles de CO2 presentes en la atmósfera con los niveles
que hubo en periodos anteriores, los datos se consiguen
principalmente del estudio de los glaciales. Cuando la nieve
cae, atrapa pequeñas burbujas de aire que después al fomar
el hielo quedan conservadas en su interior. Estas burbujas
son verdaderos fósiles de atmósferas de tiempos pasados. Al
extraer el hielo y observar sus capas se pueden determinar
la época a la que pertenecen las burbujas de aire. También
es posible analizar la temperatura. Se consigue a través del
estudio de las conchas fosilizadas de unos microrganismos
marínos. Los datos de temperatura y dióxido de carbono
obtenidos de los últimos seiscientos cincuenta mil años
muestran una relación correlativa y casi paralela: cuando
los niveles de CO2 tienden a aumentar así lo hacen las
temperaturas y la misma similitud cuando descienden. En este
periodo de tiempo, que comprende las últimas siete
glaciaciones, los niveles de dióxido de carbono nunca han
superado las trescientas partes por millón, actualmente y
con el aumento atribuido al hombre se han superado las
trescientas cincuenta partes por millón.
Ligadas o no a los niveles de CO2, la tendencia de las
temperaturas ha sido claramente ascendente en este último
siglo. Los diez años más cálidos que se han producido desde
que existen mediciones modernas se encuentran entre los
últimos catorce años. En España también se ha observado esta
tendencia, a pesar de que hubo un periodo de decrecimiento
entre 1950 y 1973. A partir de este año el incremento hasta
la actualidad ha sido evidente, abrupto y sin precedentes.
El otro parámetro principal del clima que se verá afectado
por el ascenso de las temperaturas es la abundancia de
precipitaciones y su distribución a lo largo del año. Las
mediciones de lluvias no presentan un patrón tan definido
como el de las temperaturas, es mucho más irregular. Aún así
en España, analizando los resultados del último tercio del
siglo, se encuentran zonas con disminuciones significativas
en el total de precipitaciones como la cuenca del Ebro, la
Comunidad Valenciana y el sur peninsular.
El futuro
Una de las consecuencias más conocidas del cambio climático
es la mengua de las masas de hielo y el crecimiento
consecuente del nivel del mar. En el último periodo
interglacial el mar alcanzó un nivel seis metros superior al
actual, un escenario parecido se presentaría si
desapareciera el hielo que cubre Groenlandia. El aumento del
nivel del mar es una consecuencia prevista a largo plazo,
sin embargo su impacto presenta algunos factores de
incertidumbre.
En los cambios climáticos es normal que aparezcan fenómenos
que refuercen el inicio de un proceso. El hielo refleja un
90% de los rayos solares mientras que el océano absorbe un
90% de los rayos, con lo que el aumento de temperatura de la
Tierra sería mayor si desaparecen superficies heladas.
Asimismo una masa de hielo se conservará peor si está
rodeado de agua, que se calienta con mayor facilidad al
absorber más cantidad de energía solar, a si está rodeada
por más hielo, por lo que en regiones como el Ártico o las
plataformas de la Antártida, donde existe hielo flotante, se
aceleraría la desaparición de los casquetes polares.
Otro fenómeno que en este caso afecta al hielo anclado en la
tierra es la formación de los molinos glaciales. Por efecto
del deshielo se pueden formar pequeños lagos en regiones
congeladas, parte del agua de esos lagos puede atravesar la
masa del hielo y llegar hasta la superficie rocosa donde se
asienta la masa, haciéndola así más inestable y quebradiza.
Uno de los factores que más va a influir en el cambio en la
distribución del clima va a ser la extensión del efecto del
aire carente de humedad que afecta a los trópicos y que
determinan la climatología de desiertos como el Sahara. Esas
masas de aire provienen de la evaporación de agua de las
regiones del ecuador, el agua es descargada antes de
descender a los trópicos y por ello provocan la creación de
climas secos. Una mayor evaporación de agua en el ecuador
producido por el aumento de temperaturas estiraría
paradójicamente la influencia de este aire sin humedad.
A partir de estas tendencias generales de la climatología y
de los datos recogidos hasta ahora se pueden elaborar
descripciones del clima previsto para el futuro y dibujar
así los posibles escenarios climáticos que se pueden
esperar. Los modelos con los que se hacen estos escenarios
climáticos pueden estar sujetos a error por acontecimientos
naturales impresivibles como las erupciones volcánicas, que
afectan a la atmósfera, o a la incertidumbre de la evolución
de las actividades económicas e industriales.
El Instituto Nacional de Meteorología ha presentado un
informe de escenarios climáticos para España. El documento
se basa en estudios como el PRUDENCE y otros llevados a cabo
en Europa. Los parámetros de CO2 que se usan en el informe
corresponden a un modelo de emisiones medias-altas. Se prevé
que la temperatura máxima en España aumente entre 1 y 2 ºC
en el periodo comprendido entre 2011 y 2040. Entre 2041 y
2070 la variación sería de entre 3 y 5 ºC, se espera que el
incremento de temperatura sea mayor en el interior de la
península, con lo que la horquilla del interior ascendería a
los 5 y 8 ºC para este último periodo. Además el estudio
afirma que las temperaturas máximas aumentarán más en los
meses de verano que en los invernales.
Las temperaturas mínimas también se acrecentarán pero de una
manera menos pronunciada que las máximas por lo que habrá un
mayor contraste entre las temperaturas del día y la noche.
La diferencia en la progresión del crecimiento entre ambos
parámetros se espera que sea de 2 ºC para el último tercio
del siglo XXI.
La previsión de las precipitaciones en España es
particularmente complicada. España se encuentra situada en
una zona de transición entre las latitudes altas, en las que
se cree que habrá una mayor cantidad de lluvias, y las
regiones subtropicales, en donde se supone que éstas
disminuyen. La tendencia general que presentan los estudios
es una reducción de la precipitación media anual en todo el
país, particularmente fiable en la mitad sur. Hay mayor
unanimidad en señalar un descenso de la nubosidad, excepto
para la región Noroeste de la península durante los meses de
invierno.
Los efectos en Ceuta
Una de las consecuencias evidentes que afectará a Ceuta es
la subida del nivel del mar. Sin embargo la orografía
costera tan abrupta que posee la ciudad requeriría de
cambios realmente dramáticos para verse dañada, unos cambios
que no se prevén a corto o medio plazo.
En principio se espera que Ceuta conserve el clima
mediterráneo. Aunque éste se haría más seco y caluroso en
consonancia con las previsiones detalladas para el sur de la
Península. Se desconoce como estas condiciones pueden
influir en la fauna o la flora local. Animales como los
anfibios son particularmente sensibles a un descenso de la
humedad y ya se han registrado cambios en los patrones de
migración de la aves, siendo el Estrecho de Gibraltar una de
las zonas de paso.
Con el cambio climático se espera la emergencia de
enfermedades y su extensión a nuevas regiones. En el Delta
del Ebro se ha verificado la presencia del mosquito Aedes,
transmisor de enfermedades como la fiebre amarilla o el
dengue, que provoca altas tasas de morbilidad. El insecto
podría extenderse por la cuenca mediterránea. Otro mosquito,
el Anofeles, que transmite la malaria, tuvo presencia en las
costas magrebíes hasta principios del siglo XX, cuando fue
erradicado. Ahora empieza a recuperar territorios que había
perdido y con unas condiciones más favorables podría
instaurarse nuevas poblaciones en el Mediterráneo.
No todas las secuelas del cambio climático tienen que ser
negativas. Un escenario de aumentos de temperaturas en el
Mediterráneo y disminución de lluvias puede favorecer la
fertilidad de las aguas ceutíes. Esto se debe a que el
Mediterráneo es un mar en el que se evapora más agua de la
que devuelven las lluvias. La diferencia es cubierta por una
corriente de agua procedente del Atlántico que entra por la
parte norte del Estrecho de Gibraltar. Las aguas del
Atlántico ya son de por sí más ricas que las del
Mediterráneo, que son bastante pobres, pero además la
corriente recorre todo el Mediterráneo y vuelve a salir al
Atlántico por la parte sur del Estrecho de Gibraltar
trayendo consigo un gran número de nutrientes. Un aumento de
ese caudal de agua por una mayor diferencia entre la
evaporación y el régimen de lluvias en el Mediterráneo
podría aumentar las riquezas marinas.
|