La última Encuesta Nacional de
Salud, con datos referentes al año 2006, dada a conocer ayer
íntegramente por el Ministerio de Sanidad, arroja datos
aparentemente contradictorios si se analizan al detalle
indicadores como el de la percepción que la población tiene
de cómo está su propia salud. Paradójicamente, los ceutíes y
melillenses, que en esta como en tantas otras estadísticas
aparecen lamentablemente en el mismo epígrafe, son los que
consideran que su estado físico y mental es muy bueno en
términos porcentuales más elevados, pero al mismo tiempo son
también líderes si lo que se analiza es qué porcentaje de
sus vecinos consideran que es mala o muy mala, por delante
de Andalucía. Aunque podría debatirse mucho sobre la
tendencia a la hipocondria de los residentes en las dos
ciudades autónomas, la lectura más coherente de estos
indicadores es la misma que cabe aplicar cuando nos
encontramos con que la renta media en Ceuta y Melilla supera
la media nacional mientras, al mismo tiempo, un tercio de la
población local está por debajo del umbral de la pobreza o
al límite de caer en él.
La única explicación para semejante fenómeno entraña el gran
reto que la Administración General del Estado y la Ciudad
Autónoma deben enfrentar juntos durante las largas
legislaturas que, aún más en el primer caso, les quedan por
delante tras los últimos comicios generales y regionales:
paliar la brecha económica, educativa, social y, visto lo
visto, sanitaria, que permanece abierta en Ceuta. Mientras
las instituciones, que son las responsables de hacerlo, y en
esto no valen medias tintas, no consigan cohesionar a todos
los niveles a la población de la ciudad autónoma no habrá
medicina posible para garantizar el progreso justo y
equilibrado y, peor aún, seguiremos sembrando un brote que
tarde o temprano acabará generando desestabilización y, en
el peor de los casos, violencia. Aún estamos a tiempo de
evitarlo y quien no ponga todo de su parte para conseguirlo
deberá afrontar la factura de no haberlo hecho.
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