A todos en esta vida, no cabe duda
alguna, nos gustaría tener la facilidad de palabra de
Cautelar, y largar por nuestro piquito, todo lo que tengamos
que largar, dejando al personal con la boca abierta ante
tanta facilidad de palabra y conocimientos. Pero, a veces,
por mucho que lo intentemos y muchas ganas que pongamos, no
hemos sido tocado por la varita mágica del donde la
oratoria.
Aquellos que se da cuenta, que también los hay, las cosas
claras, eluden, por todos los medios a su alcance, el tratar
de ser un Castelar cualquiera evitando hace el ridículo, al
mismo tiempo que evitan, como se dice popularmente, que cada
vez que hablan suba el pan.
Me cuesta mucho entender a todos esos que se la dan de
oradores, cuando calladitos estarían mucho más guapos
evitando, en cada una de sus intervenciones, meter la patita
hasta el corvejón y hacer el mayor de los ridículos. Pues,
nada, no hay forma de hacerles comprender que se queden
callados, para evitar la subida del pan y las patadas al
diccionario de la lengua castellana, además de decir alguna
que otra incongruencia que tanto daño le pueden hacer a
quienes tratan de defender.
Tanto trabajo les cuesta entender qué es mejor que se queden
callados. Y el problema añadido con el que cuentan, es que
los que les deberían asesorar sobre que mejor están
callados, hacen lo contrario les animan e incluso, en un
alarde de peloteo sin igual les aplauden todas sus
intervenciones, dándoles goles en las espaldas y haciéndoles
creer que Cautelar a su lado era poco menos que trabajoso.
Vamos que se atrancaba al hablar.
Entiendo que se pueda ser asesor de estos personajillos e
incluso que como se tienen que buscar las habichuelas y
ellos les han dado el puesto que ocupan, les hagan todo el
peloteo del mundo. Lo que no entiendo es que los dejen de
hacer el ridículo, sirviendo de cachondeo para el personal.
Esto último no lo voy a entender nunca.
Como tampoco entiendo que esta clase de personajillos,
llegados a la política por la suerte de la tómbola de la
vida, se crean unos grande oradores y a la mínima
oportunidad, saquen a relucir sus “piquitos de oro”, para
decir una sarta de gilipolleces y chorradas que no hay
quienes la soporten.
Si, todos estos Castelares de pacotilla, se parasen un
momento, unos segundos, mirasen y escuchasen lo que han
largado por sus piquitos e hicieran examen de conciencia de
su “magistral” disertación, seguro que se meterían en muda,
dejarían de hacer el ridículo y de meter la patita hasta el
corvejón.
Eso no será posible porque su ego está a tan alto nivel que,
en verdad, creen que son los reyes de la oratoria, y en
cuanto tienen la más mínima oportunidad, no se lo piensan
dos veces, y largan lo que no deberían de largar por no ser
ni el momento ni el lugar oportuno.
Además de tener el don de la inoportunidad, lo complementan
con el de hacer el ridículo mientras, para sus adentros
piensan que, Cautelar, a su lado un mal aprendiz.
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