Hace un día espléndido pero eso no es motivo suficiente para
apartarme de los problemas del día a día. Tomo café con
buena tertulia, y tampoco me hace olvidar las cuestiones que
a veces me dejan sin sueño. De repente, alguien me comenta
una trágica noticia, y en ese momento mis reiterados
problemas desaparecen. Guillermo Valera ha fallecido. Con
él, se va un profesional de la electrónica, un fotógrafo de
reconocido prestigio en Ceuta y también se va un amigo, pero
ante todo, se va un hombre con una categoría humana capaz de
dominar, como así hizo, el arte de ser buena persona.
A las puertas de nuestra Semana Santa, el cartel que así nos
la anuncia, parece perder algo de luz. Su autor ha muerto.
Su fondo oscuro nos resalta la imagen de dolor con la que el
Cristo de la Flagelación recibe latigazos. Ese mismo dolor,
también sobre fondo oscuro, embarga la vida de su esposa
Nani, de sus familiares y de todos sus amigos, que son
conocedores, del enorme latigazo que recibió el gran corazón
de Guillermo. Todo ello sobre fondo oscuro.
Ahora que abandona la tierra de los mortales y desde el azul
del cielo, seguirá con su afición a la fotografía. Desde
arriba todo se divisa con nitidez, no hace falta zoom ni
grandes objetivos. La panorámica es casi perfecta, no hay
fondo oscuro, todo es luz. Los flashes se disparan una y
otra vez. En cambio, aquí abajo, en lo terrenal, y sobre
fondo oscuro, se vive el dolor y el vacío que ha dejado
Guillermo, quien como ser humano, recibió el último flash de
la vida.
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