Corría octubre cuando Salvador
de la Encina aceptó ponerse al frente de una tarea que
le había sido propuesta por los mandas de Ferraz: cerrar la
sede de Daoíz y dirigir la necesaria fumigación que el local
estaba pidiendo a gritos.
La noticia causó el consiguiente revuelo y con gran
celeridad salieron a escena los llamados críticos,
encabezados, cómo no, por el indecible Aróstegui,
dispuestos a impedir por todos los medios que el diputado
por Cádiz se saliera con la suya. Y a fe que lo intentaron
con todas sus fuerzas y tretas posibles; si bien fueron
derrotados por un político brillante, nacido en Ceuta, y que
había dado ya pruebas evidentes de estar en posesión de un
valor seco y sereno, al estilo del mejor José Tomás,
tan necesario para afrontar situaciones complejas.
Recuerdo que escribí, entonces, sobre los viernes de De la
Encina, porque eran los días en que éste recibía en su
despacho a cuantas personas creyeran conveniente ponerse en
contacto con el presidente de la Comisión delegada del PSOE
de Ceuta. Y hasta me atreví a decir lo siguiente de él: toma
decisiones prácticas sin causar estropicios a su alrededor.
Sabe lo que se trae entre manos. Y además parece que no ha
roto un plato en su vida. Sin que por ello sus actitudes
parezcan mojigatas.
De modo que a la chita callando, sin alardes de ningún tipo,
fue Salvador de la Encina tejiendo las redes convenientes
para poder culminar su gestión con éxito. Aun a sabiendas de
que se había metido en un embrollo de considerables
dimensiones. Pero jamás le perdió la cara al morlaco, fiero
y bronco, que debía lidiar. Eso sí, supo muy pronto que
tenía que hacerse con los servicios de una cuadrilla
preparada, que en todo instante le ayudara a construir una
faena acorde con las circunstancias.
Y lo primero que hizo fue confiar plenamente en Jenaro
García-Arreciado. Y acertó. Puesto que éste, formado
desde muy joven en las capeas políticas, sabe que ser
subalterno de categoría es, en ocasiones, mucho más rentable
que ser primer espada. Magnífica, pues, la brega que ha
hecho el delegado del Gobierno para que De la Encina haya
conseguido un triunfo espléndido, con un burel peligroso,
que se ‘acostaba’ por la derecha y por la izquierda, mal
intencionado y preocupado solamente de herir.
Los frutos del trabajo de ambos, maestros en limpieza de
corrales de la política, han servido para que José
Antonio Carracao recoja sus primeros frutos. Ya que
tanto el diputado por Cádiz, como el delegado del Gobierno,
parecen convencidos de que están ante un político joven y
con mucho poder de captación.
Con Carracao he hablado yo en absoluto. Las pocas veces en
que hemos coincidido, nos hemos limitado a practicar el
lenguaje de los gestos. Es verdad que yo le he dado, por su
bien, la tabarra en lo tocante a ese dequeísmo suyo que
tanto desmerece su oratoria. Pues no olvidemos que hablar
bien es herramienta indispensable para su oficio. De modo
que debiera dedicarse, cuanto antes, a corregir ese peligro
del idioma. Otro consejo es que cuide mucho lo que habla con
Aróstegui. No vaya a ser que, dada su natural bisoñez, se
descubra ante el peor adversario que tendrá en cuanto no se
deje pisar el terreno. Y en relación con Mohamed Alí,
en vista de la falta de espacio, será otro día cuando me
atreva a opinar de esa luna de miel que ambos viven, tras
las elecciones.
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