Este año se cumplen treinta años
de la creación del Ballet Nacional de España, árbol frondoso
de nuestra cultura; puesto que, la danza española, siempre
en continua búsqueda de expresiones e identidades, es una de
las artes escénicas más renombradas y singulares en el
panorama internacional. Aunque nos parezcan ya lejanos
aquellos años en que Antonio Gades tomó el timón de llevar a
buen puerto nuestro ibérico talento artístico, a mi juicio
fue un tiempo decisivo y que, aún hoy, está presente en
todos los escenarios como fruto de una estética que nos
identifica y pertenece, creciente en valores y basada en la
pureza del corazón. Sin arte la vida sería un puro
aburrimiento. La expresión de la danza es una expresión de
belleza que entusiasma y encandila, ponerla al servicio de
la humanidad, sin duda alguna es una manera gustosa de hacer
el bien, ya que contribuye a dar vida a la esencia secreta
de las cosas. El cuerpo es el elemento esencial que utiliza
el bailarín y, su objetivo, va a ser generar emociones
compartidas. Verse en el público y que el público se vea en
él, quizás sea su cima.
El mundo, siempre tuvo y siempre tendrá, necesidad de
artistas que muevan a la sociedad con el níveo corazón del
arte. Es lógico, pues, que en el universo de la cultura
ocupe la danza española un lugar privilegiado. Su
manifestación no sólo enriquece nuestro patrimonio
artístico, sino que también presta un servicio social de
avivar pensamientos e ideas, de ocio y de divertimentos, en
beneficio de una atmósfera menos ociosa y más disciplinada,
mejor cultivada en la expresión de lo auténtico e ingenioso.
Vivir creativamente es otra forma de redescubrirnos. Está
experimentado que, cuando nos abrimos a las posibilidades
que nos ofrece la vida diaria para ser creativos, nos cambia
evidentemente la forma de ver la vida y de orientarla. La
belleza, como la verdad, pone gozos en el alma que el cuerpo
necesita, estableciendo vínculos entre generaciones y lazos
de lucidez que nos acercan.
Es público y notorio, que el Ballet Nacional de España es,
de las unidades de producción del Instituto Nacional de la
Artes Escénicas y de la Música (INAEM), una de las de mayor
proyección internacional como embajadora de nuestra cultura
en el mundo. El carácter universalista es algo propio de
nuestra original danza, sublime en su unidad e insuperable
en la pluralidad de estilos. Sabemos que la compañía camina
con paso inigualable, que lejos de quedarse estancada
apuesta por la innovación y evolución acorde con los
tiempos, preservando como oro en paño todos los estilos del
baile español, interpretando coreografías de Escuela Bolera,
flamenco, danza española estilizada, entre otros manjares
estilísticos. Conjugar tradición con modernidad exige,
aparte de conciencia; inspiración, vocación y afición;
sabiduría que se precisa para saber discernir lo que es
torpeza de lo que es habilidad artística, gracia y don.
Puede que treinta años en el arte no sea nada, pero si se
tienen en cuenta los intensos años puestos en escena como
forma de vida, interpretando en los teatros más prestigiosos
del mundo obras emblemáticas, seguramente nuestra visión
cambie. Creemos que aún falta mucho camino por recorrer para
que la danza tenga el verdadero reconocimiento que se
merece, sobre todo porque muchas veces no se ha tomado como
algo serio, como un auténtico vehículo de transmisión de
lenguajes, sino más bien como un divertimento que pasa sin
pena ni gloria, cuando en realidad el calado de la danza es
tan profundo que en el ser humano le transciende y
sociabiliza. En consecuencia, potenciar talleres de estudio,
con el objetivo de formar y perfeccionar a jóvenes
bailarines en las diferentes modalidades de baile español
(Escuela Bolera, danza clásica española, flamenco, folclore)
me parece una postura más que necesaria, justa. Ningún arte
debe caer en el olvido, incluido el de la danza clásica
española, inherente a nuestra historia y sentimiento, que a
mi juicio debiera producirse más, si es necesario ayudando a
las compañías. Hay muchos bailarines en el horizonte
esperando una oportunidad y nuevos coreógrafos brillantes
que necesitan presentarse al público.
Advertir la danza mientras se vive, alcanzar a vislumbrar su
implacable grandeza, disfrutar del ritmo y respirar hondo,
celebrar que el baile es poesía en movimiento, es como
alargar la vida y hacerla más placentera. Por ello, que el
Ballet Nacional de España cumpla treinta años debe hacernos
reflexionar en positivo. Los conocimientos técnicos y
estilísticos de la danza clásica puestos en valor estético y
difundidos como tales entre los jóvenes, creo que es un buen
camino, sobre todo, para conseguir entusiasmar a la juventud
en una corriente verdaderamente instructiva, con la que se
puede alcanzar el máximo grado de interpretación artística,
pero asimismo el máximo grado de conocimiento personal. De
igual modo, descubrir y describir el rico vocabulario
dancístico es también otro paso adelante en la comprensión
de las obras artísticas. El vacío existente vinculado al
estudio de la danza y el movimiento creativo con una
perspectiva científica es tan evidente, que algunos centros
universitarios punteros quieren que sea una licenciatura
más. Formar a profesionales de la danza capaces de manejarla
como medio educativo, estoy seguro que es una apuesta
acertada. Porque sobre todas las cosas, la danza es amor.
Una pasión, en suma, que se deja querer con la métrica de
los sentidos, a sabiendas que la música –como dijo Platón-
es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo, pura
armonía.
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