El domingo me eché abajo de la
cama convencido de que tenía por delante un día distraído.
Lo primero que hice es distribuir mi tiempo. Di mi
acostumbrado paseo matinal. Y en cuanto abrieron las urnas
me fui a votar deprisa y corriendo.
Mientras caminaba hacia el colegio de Valle Inclán, con las
papeletas de mis candidatos preferidos, pensé que si alguien
quiere ser presidente, no debe perder el tiempo haciendo
nada que no sea practicar durante horas y días, ante un
espejo, para aumentar su atractivo televisivo.
Cumplida mi obligación, me tropecé con un vecino que trató
de tirarme de la lengua para conocer mi decisión. Y le
respondí con una cita que jamás se me ha olvidado desde que
hace treinta años tengo el placer de ejercer este derecho:
“En política siempre hay que elegir entre dos males”.
Mi vecino me miró de una manera extraña, tal vez
desconcertado, pero reaccionó pronto para decirme eso que
tanto dice la gente: “Debe ser tristísimo dedicarse a la
política por necesidad, porque no se sabe hacer otra cosa”.
-Claro, llevas razón; aunque no será el caso de Mariano
Rajoy. Quien podrá ejercer como notario en cuanto lo
crea conveniente.
El último tramo del camino de vuelta a mi casa y a la del
vecino, a éste le dio tiempo a poner de vuelta y media a
Zapatero. Y a mí se me ocurrió contestarle con una cita de
José Luis López Aranguren: “La moral se esgrime
cuando se está en la oposición; la política cuando se está
en el poder.
El siguiente paso fue leer los periódicos. Hasta que decidí
sentarme ante el televisor para presenciar el partido Real
Madrid-Unicaja de Málaga. Comida frugal, para poder soportar
las emociones del día. Suprimí la siesta. Y acerté. Por dos
motivos: uno, porque disfruté leyendo, una vez más, El
cuaderno gris de Josep Pla; otro, porque de ese modo
me fue posible ver la llegada de Juan Luis Aróstegui
a su colegio electoral, gracias a la televisión pública.
Iba vestido de dulce el candidato al Senado del PSPC.
Parecía enteramente el Marlon Brando de Un tranvía llamado
deseo. Lucía camiseta blanca, aunque de mangas largas, que
le aportaba un aire de hombre de Estado duro como el
pedernal. Era, sin duda, la viva imagen de un tipo rebelde
hecho a sí mismo. Un político de los que nacen poco, y
telegénico como el que más. Enseguida comprendí que la
entrada en los hogares de esa figura podría alterar la
voluntad de los votantes y poner en ridículo todos los
sondeos.
Ni que decir tiene que esperé con ansias desmedidas el que
se contaran los votos para recrearme en el éxito electoral
de Aróstegui. Incluso me permití soñar viéndolo en el Senado
con esa camiseta ceñida causando estragos entre sus
señorías. Pero está comprobado que los ceutíes carecen de
buen gusto. Ya que sólo quinientos se percataron de la
grandeza que anida en ese hombre.
Cuando me recuperé del disgusto causado por la injusticia
cometida con Aróstegui, caí en la cuenta de que ZP había
ganado las elecciones. Y pensé en cómo a partir de ahora
tendrá Vivas que ser más Vivas que nunca. Para camelarse la
voluntad de quienes han de gobernar España. Ah, no vendría
mal para el bien de la ciudad que algunos de los suyos dejen
de vociferar contra los socialistas a cada paso y por
cualquier nimiedad.
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