El tiro de ETA es una guerra
psicológica enquistada contra la libertad en un país
demócrata. La llama del odio, mecha del tiro de ETA,
gasolina contra la vida humana. Por ello, hay que ir más
allá de la condena a ese disparo que ciega existencias y,
entre todos, buscar una luz de agua que apague el
incendiario terror de unos criminales que juegan con la vida
que no les pertenece. Hay que abrir un auténtico cortafuego,
de una vez por todas, en la piel de toro, para que a los
tiradores se les apague la chispa con la brisa democrática.
La endemoniada ETA sigue en sus trece de matar y destruir
vidas y bienes, con el tiro siempre apunto como hacha de
guerra, gravando a fuego miedos y amenazas en una sociedad
que ha tomado como suyos, en libertad, valores ejemplares de
justicia, igualdad y aceptación de la pluralidad. Es
lamentable, pues, las acciones de quienes aprietan el
gatillo a sangre fría o caliente, lo hacen contra la misma
sociedad, contra todos. No se puede imponer criterio alguno
por la fuerza del tiro en la nuca, a costa del atropello del
fundamental derecho humano, el que a uno le dejen vivir.
Festejamos cuando se abolió la pena de muerte, y también nos
gustaría celebrar la abolición del tiro de ETA.
Jamás el perverso tiro de ETA podrá justificarse
ideológicamente en un pueblo soberano, donde la misma
creación de partidos y su misma actividad son libres. El
tiro de ETA es, en toda regla, un disparo contra la libertad
social de un país, una detonación a los derechos humanos,
una descarga que amedrenta el derecho a la vida y a la
integridad física y moral de las personas. El tiro de ETA
humilla, arremete y agrede a lo más hondo de la dignidad
humana. Esto nos obliga a cultivar la indisoluble unidad
contra el terrorismo, a expresar responsablemente el rechazo
al pistoletazo de ETA y a condenar sus hazañas, así como
cualquier forma de colaboración con quienes ejercitan o
justifican, estos viles fogonazos contra un Estado social y
democrático de Derecho.
Al tiro de ETA hay que enjuiciarlo moralmente como
terrorismo puro y duro. Sin miramiento alguno. En absoluto
me parece moral, a balazo vivo, propugnar independencia y,
aún peor, levantar un nuevo Estado, dentro de otro Estado
legítimo, respaldado por una carta magna que es todo un
signo y símbolo de convivencia en pluralidad. Tratar de
imponer a toda costa voluntades independentistas, con el
terror como lenguaje, es algo inaceptable por principio,
puesto que ninguna nación, ni Estado, debe estar por encima
de los derechos elementales de los seres humanos. Los
derechos de las personas, insisto, son antes que nada y que
nadie. Pretender, como pretende el tiro de ETA, alterar el
ordenamiento jurídico, plasmado en la ley de leyes, a juego
con sus intereses de poder, aparte de ser inadmisible, es
una locura, propia de quienes aprietan gatillos contra
diestro y siniestro. Es necesario estar juntos para que la
paz espigue y los pistoleros se avergüencen, respetar todos
a todos y tener claro lo de amparar el bien común de una
sociedad pluri-lingüística, pluri-cultural, pluri-centenaria,
pluri-integradora de nacionalidades y regiones. ETA y su
tiro, mejor por la culata.
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