Si ayer la madrugada despertaba
fresca en Tetuán, pasado Cabo Negro el Sol iba imponiéndose
vistiendo un día luminoso y primaveral. En “El Tarajal”, la
policía marroquí contenía profesional y estoicamente a la
miríada de conciudadanos que pugnaban por entrar en España
mientras cruzando al otro lado, en Ceuta, un omnipresente
dispositivo de seguridad controlaba el paso. Eran las 10.20
de la mañana y el Delegado del Gobierno, acompañado de
mandos de la Guardia Civil y la Policía Nacional,
desembarcaba en la zona para pasar revista a las estrictas
medidas puestas en marcha con motivo de las trascendentales
elecciones del domingo. Con el motor encendido, apenas pude
intercambiar un apretón de manos con un amable y sonriente
Cerdeira que iba en retaguardia.
Lo que da legitimidad a un proceso electoral, en un régimen
de libertades, es la participación ciudadana siendo de
esperar que el domingo 9 el país se vuelque expresando, en
paz y seguridad, su voto. Los resultados no están claros y,
frente a un fullero Zapatero, Don Mariano no parece tener
tirón. Se avecinan tiempos difíciles y revueltos en los que,
a tener de lo que se intuye, políticos maduros y con sentido
de la responsabilidad no dudarían (caso de conseguir en las
urnas resultados aproximados) en diseñar un Pacto de Estado,
poniendo proa a la crisis (económica, institucional y de
valores) que se está echando encima al galope. Pero no
parece que, con lo que hay, sea ese el caso: el centro
parece haberse perdido y si el PP ha virado a la derecha
(movimiento ya perceptible durante los dos últimos años de
Aznar), el PSOE de Zapatero ha apostado por la división del
país y un demagógico radicalismo de izquierdas. De cualquier
forma se intuye que en España los ciudadanos empiezan a
rebelarse, exigiendo a la clase política unas pautas claras
en sus principios y comportamiento, poniendo coto a derivas
peligrosas, garantizando el Estado de Derecho para toda la
ciudadanía y que los españoles en su conjunto, al margen de
ideas o ubicación geográfica, gocen en todas partes del
territorio nacional de los mismos derechos y obligaciones.
Algo que, lamentablemente, no empieza a ser así. Zapatero ha
roto el consenso de la Transición y, de ganar el día 9, nos
veremos abocados a cambios impredecibles sin, me temo, el
necesario refrendo popular. Para Ceuta la situación es harto
complicada, pues en el supuesto anterior la Ciudad Autónoma
podría sufrir un intento de asfixia económica, mientras
desde la Presidencia de la Nación y de hacer caso a sus
compromisos unilateralmente adquiridos, Rodríguez Zapatero
se vería impelido a poner en marcha con el vecino Reino de
Marruecos algo parecido a una “Célula de Reflexión” sobre el
futuro de ambas ciudades en el norte de África. En estas
condiciones hay que sembrar la semilla del futuro. UPyD
(Unión, Progreso y Democracia) apenas lleva un año de camino
pero sus alternativas, oportunas y creíbles, marcan la senda
por la que España debe empezar a caminar recuperando, en
primer lugar, la responsabilidad de Estado y el sentido de
la Nación. No hay ya otra alternativa. UPyD ha nacido para
quedarse y para crecer. El domingo 9, el primer objetivo es
llevar a Rosa Díez al Parlamento. Yo no tengo el menor
atisbo de duda: votaré UPyD con convicción.
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