El derecho a que le dejen a uno
recrearse y crecerse mientras toma sorbos de aire limpio,
traspasando el medio ambiente, es ya una vieja canción que
todos sabemos. Pues nada, de nada sirve. Más que nunca, a
pesar de estar todo atado con leyes y más leyes, hace falta
reivindicarlo. La irresponsabilidad es manifiesta. Ahora se
publica otra nueva normativa encaminada a reparar el daño
causado, claro está con independencia de las sanciones
administrativas o penales que también correspondan, y la
incredulidad reconozco que me embarga. No se ha hecho otra
cosa que legislar y esto no ha frenado los agentes
contaminantes. Lo de quien contamina, paga; también es otra
cantinela que ya nos conocemos. Pues venga, que sea verdad.
Aquí lo que hay que hacer es actuar más y legislar menos. O
sea, aplicar la ley sin titubeos contra aquellos (entre los
que está a veces incluida la propia administración) que
intoxican fuentes, ríos y mares; contra los que dañan la
flora y la fauna injertando colmenas de hormigón; en
definitiva, contra los violadores de la belleza natural.
Infractores que campean a sus anchas, a pesar de sus
persistentes desobediencias.
Todas las miradas hablan por si mismas. Todo nuestro cuerpo
es la expresión de un lenguaje universal que todos
entendemos. Algunas miradas pueden caer en el vacío, pero
ahí están con su vivo timbre aunque sea despreciativo.
Otras, pueden conferir aprecio y expresar poesía. Hay quien
mira y finge no ver. Gusta de vivir con los ojos cerrados.
Reposa su vida en la permanente pasividad e indiferencia.
Esto es inherente al momento actual, a las corrientes
inhumanas de nuestro tiempo, puesto que es en la mirada de
los demás, en quien necesita de nuestra ayuda, donde
deberíamos cultivar una mística de permanentes ojos
abiertos. De entre todas las miradas, desde luego, yo me
quedo con la humana que mira y mora en el verso, bajo la
escuela de los ojos del amor. Únicamente esta contemplativa
nos emociona e instruye a una cercanía de corazones, a
compartir nuestro tiempo y a perderlo con los demás, porque
sólo así se purifican las lenguas en un mundo deslenguado a
más no poder. Ya Bécquer, un adelantado y empedernido
romántico de su tiempo, daba un mundo por una mirada y un
cielo por una sonrisa. La verdad que, en el fondo de nuestro
fondo del alma, siempre esperamos una reacción
condescendiente, una mirada de benevolencia. Esa es la pura
verdad.
A veces, pienso, que nos conviene adentrar nuestra mirada en
las gestas y en los gestos del tiempo, en los abecedarios
del arte y de las ciencias, de los espacios visibles e
invisibles. Fue el científico estadounidense de origen
alemán, Albert Einstein, quien dijo que “la belleza no mira,
sólo es mirada”. Creo que es saludable mirarse en la
historia de nuestra propia historia y reflexionar con la
visión de la justa distancia. Un acertado paradigma es la
actual exposición organizada por la Biblioteca Nacional de
España con la colaboración de la Dirección General de
Cooperación y Comunicación Cultural del Ministerio de
Cultura y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales,
bajo el sugestivo título: “Miradas sobre la guerra de la
independencia”. Una contienda que fue motivo de abundante
número de estampas, dibujos e impresos en los que se
informa, satiriza, exalta, debate, critica, polemiza desde
planteamientos ideológicos y políticos diversos y con
miradas muy diferentes. Entre todas estas miradas, con mayor
penetración y agudeza que ninguna otra, destaca la de
Francisco Goya. Sus “Desastres de la guerra” son el
testimonio de la tragedia que afectó a la población,
protagonista fundamental de sus estampas y protagonista de
esta exposición, sobre cuya responsabilidad y fatales
consecuencias se extiende en los últimos grabados de la
serie. Viendo estas obras de arte, las miradas que nos
dirigen al corazón, uno no puede menos que horrorizarse por
el menosprecio de que ha sido objeto el ser humano.
Todas las guerras son crueles y lo seguirán siendo, por
mucho que se nos anuncie la utilización de robots autónomos
en conflictos armados. Todas las batallas tienen sus
riesgos. Por ello, es conveniente no perder de vista
lecciones pasadas. Será importante abrir los ojos que, hasta
el primer beso, no se da con los labios sino con la mirada.
Lo dijo el escritor británico William Shakespeare, “las
palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el
lenguaje del corazón”. En un momento en que el argot humano
se ha mediatizado y mediocrizado, urge trasladar a los
jóvenes que hoy extienden sus miradas hacia los adultos, lo
esencial que es mirar con el alma los senderos de la vida.
No es suficiente una formación educativa, por muy superior
que sea, sin formación del corazón. Es en las vísceras del
verbo, donde uno se puede mirar asimismo sin que le vigile
esta controladora sociedad y, por ende, es el lugar propicio
para aclarar visiones, poner en orden las ideas, todo bajo
una mirada libre hacía sí y amplia hacia al mundo. En
cualquier caso, la fidelidad a un saber mirar poético
imprime un tono que nos encamina a contemplar el universo
con los pies en la tierra y, a contemplar a la tierra, con
la perspectiva sideral. La cuestión radica, ahora, en
comprender este luminoso lirismo que nos entra por la
atalaya de los días y no permanecer impasibles.
Estoy seguro que si tuviésemos un espíritu cultivado, (que
no domado, la doma es para los animales), miraríamos las
cosas desde muchos puntos de vista y, además, la capacidad
de discernimiento, valor primario y primerizo para la
convivencia, dejaría de estar ausente en los andares
cotidianos, como lo está actualmente. A mi me parece que el
ejercicio de cavilar es mucho más interesante que calzar
muchos puntos, pero menos interesante que cultivar la
mirada. Porque, realmente, la mirada teje abecedarios que la
palabra no entiende. Enhebra, por ejemplo, acercamiento,
búsqueda de la calidad y de la solidez humana, tanto
moralmente como en el plano cultural. También descubre,
percibe, pasa revista, atisba, que virus tan en boga hoy
como el suicidio, las drogas (por cierto, España, a la
cabeza de Europa en consumo de cocaína, hachís y drogas de
diseño), y demás violaciones encartadas, donde la televisión
es la primera violadora de estéticas, sólo responden a
mezquindad de géneros, razas, religiones; y, en todo caso,
siempre deben mirarse como debilidades humanas. Y, asimismo,
que el caudal de violencia que tanto nos raya en el parte de
la cotidianidad, sólo es el último recurso del ignorante.
Todo esto es fruto de que los humanos aún no disfrutemos de
las miradas, de mirar en una misma dirección, todos unidos,
como los auténticos amantes.
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