He estado, como habrán podido
ustedes comprobar, varios días sin escribir; pero he seguido
atentamente la algarabía que vienen armando los políticos
con el fin de ganarse a los votantes para su causa. Hemos
entrado ya en el tramo final de la campaña electoral y la
barahúnda existente me produce hastío.
Generan los políticos tal confusión con sus mítines que uno
estaría dispuesto a ser hibernado hasta que concluyera el
espectáculo de un deplorable hablar a gritos y donde los
insultos prevalecen por encima de las ideas y de las
propuestas.
Ha llegado el tiempo de los ofrecimientos, y allá que los
profesionales de la mentira prometen el oro y el moro;
aunque suelen hacer como los niños: añaden mentalmente, “si
puedo”. Y se quedan tan panchos. La mayoría, además, airea
sus mentiras con expresiones donde las faltas de ortografías
salen a borbotones de bocas contraídas por visajes de
falsedades. Ni siquiera podemos disfrutar de oradores que al
menos nos lleven al huerto deleitosamente.
“En política, lo verdaderamente importante cabe en la punta
de una servilleta”. Es quizá lo más aproximado a una verdad
que haya dicho en toda su vida Iñaki Anasagasti.
Tampoco estaba descaminado aquel otro personaje que
proclamaba que los políticos aprenden pronto a impedir que
las gentes se metan en lo que sí les importa, durante cuatro
años. Y ahora, cuando les urge salir a la palestra para
procurar por todos los medios seguir en el machito, tratan
de contarnos el cuento del alfajor.
Uno, que tiene el voto decidido desde hace ya mucho tiempo,
mira con escepticismo todo cuanto viene ocurriendo. Sobre
todo después de haberme entretenido, durante los días en los
que he estado sin escribir, en volver a leer la “Voluntad de
Azorín”. Para cerciorarme otra vez de cómo en los pueblos
los prejuicios cristalizan con una dureza extraordinaria y
las pasiones pequeñas encuentran su mejor y más encarnizado
acomodo.
Piensa Azorín, personaje principal de la novela, que
la energía humana necesita un escape, un empleo; no puede
estar reprimida, y en los pueblos hace presa en las cosas
pequeñas, porque no hay otras, y las agranda, las deforma,
las multiplica… Y termina llamándola hipertrofia de los
sucesos… Es lo que viene ocurriendo con la Manzana del
Revellín. Una obra que le está permitiendo al dirigente
principal de un partido extraparlamentario sentirse vivir…
Sentirse importante. No dejar de ser mencionado a todas
horas como alguien capaz de poner al Gobierno de la Ciudad
entre las cuerdas. Y de paso a ver si es posible sacar de
quicio al presidente Vivas. Con lo cual estaría
consiguiendo lo siguiente: hacer que éste se levante todos
los días malhumorado. Y bien sabemos que una persona
cabreada acaba por no pensar lo bien que debiera.
Mal asunto si el presidente cayera en ese viejo truco que
viene empleando quien hace apenas nada se presentaba en los
lugares más frecuentados llevando boina y barba y dándose
pote de ser un calco del Che Guevara. A propósito:
bien haría algún asesor de la presidencia en revisar las
actas de los plenos de cuando Aróstegui era concejal
–de funestas consecuencias para Ceuta-, a fin de comprobar
si es verdad que a éste lo acusaban los opositores de haber
estado aireando en sus años mozo que Ceuta era una colonia
que debía entregarse al Reino de Marruecos.
|