Las nuevas tecnologías
revolucionan la picaresca de los alumnos, que tienen como
objetivo buscar superar las pruebas, sin estudiar, es decir,
¡Sin haber pegado palo al agua, durante todo el curso!
Los estudiantes, obviamente, comenzaron a copiar en el mismo
momento en que se inventaron los exámenes. Ya en algunas
estelas sumerias se descubre el castigo -50 latigazos- que
el alumno podía recibir si incurría en alguna falta
deshonesta con el profesor. Desde entonces, se han inventado
todo tipo de artimañas para engañar a los profesores: copiar
a un alumno más estudioso, notas correosas en el dorso de la
siempre sudorosa mano, larguísimas lecciones miniaturizadas
en chuletas, el bolígrafo tallado con los hitos históricos
más importantes, etc.
En la actualidad, la tecnología es la mejor aliada de los
alumnos para obtener un anhelado e inmerecido resultado
académico. Por ejemplo, el uso de las telecomunicaciones
para copiar en los exámenes, no es nuevo: ya en los años 30
era práctica habitual que los alumnos intercambiasen
información utilizando sus plumas para emitir mensajes en
código Morse. En mi época de estudiante, tanto en
Bachillerato como en Magisterio, se producían situaciones de
“copieteo” dignas de ser recogidas en un libro. Por ejemplo,
en clase de Matemáticas que, siempre fue materia con grandes
dificultades de aprendizaje, se formaban “núcleos” de
empollones en torno a los cuales se distribuía el resto de
la clase, pendiente de recibir los “mensajes” escritos del
empollón correspondiente. Otro sistema, no muy ortodoxo,
era, según la permisividad y tolerancia del profesor,
retrasar unos minutos, un grupo reducido de alumnos,
mientras el resto de la clase iniciaba la prueba. Algún
alumno, próximo a las ventanas, se encargaba de “lanzarla”
al exterior, donde los “externos” con mucha rapidez pasaban
a los “internos” la prueba muy esquematizada.
Quiero recordar la magnífica reacción de una profesora
cuando un compañero, tranquilamente, copiaba con el libro
abierto, colocado en el suelo. Se acercó con normalidad al
confiado alumno, y le dijo: “estimado alumno, se le ha caído
el libro. Recójalo”. Para reaccionar de esta forma, se
necesitaba tener una gran categoría. Sólo los próximos al
alumno se dieron cuenta de los hechos.
Ya en mi etapa de maestro, se produjeron situaciones dignas
de recogerlas en un amplio documento. Voy a citar, ésta:
“Utilizábamos para la elaboración de las pruebas la ya
desaparecida fotocopiadora. El clisé, una vez utilizado, se
depositaba en una papelera. Cuando apliqué la prueba, no
podía imaginarme, lo que se estaba “cociendo” en el aula.
Pero la sorpresa mayúscula me la llevé, cuando terminé de
corregir: ¡Todos los alumnos habían sacado sobresalientes!
¿Qué había sucedido? La clase era de buen rendimiento, pero
no de ese resultado. De inmediato, puse en marcha la
investigación, descubriendo, no sin encontrar resistencia,
que un grupo de dos o tres alumnos, me habían “sustraído”
del llavero la llave del habitáculo que utilizábamos para
preparar las pruebas, y extrajeron de la papelera la parte
desechada del clisé. El resto ya lo pueden imaginar.
Otro hecho, a nivel individual, fue el de una alumna que se
había preparado las “chuletas” en sus muslos. Al terminar la
clase, se acercó, y levantándose la falda, me mostró su
“obra de arte”, argumentando que como parte “intocable” yo
no llegaría nunca a sorprenderla. Había “pecado de
sinceridad”, porque yo le argumenté que, en próximos
exámenes, de inmediato llamaría a una maestra para que la
revisara, por lo que su “método” se lo había “cargado”.
Sin embargo, todos estos métodos son sólo historia. Aunque
no haya llegado a nuestras escuelas e institutos, en las
universidades, en la actualidad, el teléfono móvil y el
célebre auricular –pinganillo- no es sólo un recurso de los
alumnos, sino también un lucrativo negocio. Según los
establecimientos que comercializan estos artilugios, se
multiplican por veinte en época de exámenes. El equipo
completo, compuesto por auricular –prácticamente invisible-
y el micrófono para colocar bajo la camisa, cuesta 650
euros. Algunos lo utilizan para su uso exclusivo. Otros, los
más oportunistas, además, lo alquilan.
Aquellos expertos del “aprobado fácil”, después de invertir
en el artilugio buena parte de sus ahorros, sacaron provecho
académico, y se muestran sumamente contentos de haber
terminados sus carreras. Recomiendan que es importante que
no haya micrófono en el atril de la clase. También hay que
asegurarse que no haya más gente con “pinganillo”, porque
puede producirse interferencias. En nuestro país, las
universidades no parecen preocupadas por la cantidad de
alumnos que reconocen copiar. Tampoco hay medidas
establecidas cuando se sorprende copiando. “Lo normal es que
el profesor expulse al alumno y pierda la convocatoria. Nada
que ver con las consecuencias que puede tener un acto
similar en EE.UU donde el alumno puede ser expulsado para
siempre en la Universidad; o en China, que incluso se ha
pensado en tipificar como delito este comportamiento; en el
Reino Unido, en 2003, a más de 4.000 alumnos se les
suspendió la totalidad de las materias de un semestre; en
Francia parece tomar este asunto muy en serio: el alumno que
es descubierto no puede volver a presentarse a ningún examen
durante cinco años…
Pero en nuestro país, nadie se quiere dar cuenta de la
gravedad de estos hechos, teniendo en cuenta que la mayoría
de las empresas acuden a las Universidades en busca de
buenas calificaciones. Un estudiante que haya hecho la
carrera copiándose, puede desplazar a otro que ha luchado
con horas de estudios y esfuerzo académico.
|