Cuando el Partido Popular (PP) abandonó el poder en marzo de
2004, siguió representando a una fuerza muy a tener en
cuenta, ya que había obtenido no menos de 9,5 millones de
votos. El Partido Socialista (PSOE) subió al poder gracias a
una mayoría relativa, con 164 escaños en el parlamento,
mientras que el PP había obtenido 148.
Las elecciones locales del 27 de mayo del año pasado
demostraron que el empate técnico entre los dos grandes
partidos sigue vigente, es más, un ligero traspaso, pero
evidente, ha tenido lugar a favor del PP. Éste último obtuvo
el 35,64% de los votos, es decir, en números absolutos,
7.909.000 votos, mientras que el PSOE obtuvo un 34,94%, en
números absolutos 7.752.000 votos.
En la última encuesta de opinión realizada por el CIS
(Centro de Investigaciones Sociológicas), se ha confirmado
que la diferencia entre las posibilidades del partido en el
poder y el gran partido de la oposición ha disminuido hasta
1,10 puntos. Es decir, cada uno de los dos partidos tiene
una fortísima presencia, que hace difícil augurar si nos
vamos a encontrar de nuevo ante Zapatero o ante Rajoy, líder
del PP.
Sin embargo, una ligera esperanza invadió a los socialistas
justo antes del comienzo oficial de la campaña electoral, al
vencer el actual ministro de hacienda, Solbes, que tiene
rango de vicepresidente del gobierno, a Pizarro, segundo
hombre del PP y futuro titular de Hacienda, en el
enfrentamiento televisivo entre ambos sobre temas
económicos.
A pesar de que la campaña y los programas electorales están
centrados en asuntos internos, la cuestión marroquí, de una
u otra manera, está presente en el debate político interno
español. Hay enfrentamientos permanentes en el Parlamento,
en la prensa y en los planteamientos políticos de los
partidos y de diferentes grupos de presión, teniendo como
eje Marruecos. Eso persiste sin interrupción, con o sin
motivo, incluso cuando el tema no tiene relación directa con
Marruecos.
Pero se ha impuesto, en los últimos meses, una situación
extraña, y es que los dos grandes partidos, el socialista y
el popular, han coincidido en expresar posiciones positivas
con relación a Marruecos, cuando lo normal es que cada uno
de ellos exprese una posición contraria a la del otro.
Siempre ha sido así en relación al problema del Sáhara.
Durante las dos legislaturas del PP, el PSOE puso en marcha
iniciativas políticas en el Parlamento que tenían como meta
denunciar que el gobierno derechista se había desentendido
de la cuestión del Sáhara, mientras que el PP, cuando estuvo
antes de estas dos legislaturas en la oposición, no dejaba
pasar ninguna ocasión para difamar al gobierno del PSOE por
desentenderse de la cuestión del Sáhara. Este tema es
precisamente el eje permanente utilizado por el partido que
está en la oposición para poner en situaciones difíciles al
que está en el gobierno y lo que ocurre siempre es que el
partido que denuncia se vuelve más responsable cuando llega
a La Moncloa.
Así, los dos partidos, el del poder y el de la oposición,
que se oponen generalmente en la cuestión marroquí, han
competido, durante las últimas elecciones marroquíes, para
expresar posiciones amistosas para con Marruecos. Después de
unas claras alabanzas por parte del ministro de Exteriores,
Moratinos, sobre las condiciones en que se realizaron las
elecciones marroquíes, se presentó en Marruecos, en cuanto
se anunciaron los resultados, el diputado Gustavo de
Arístegui, portavoz del PP en la comisión de asuntos
exteriores en las Cortes (y posiblemente próximo ministro de
exteriores) para llevar a cabo conversaciones directas con
los cinco partidos políticos marroquíes con más diputados.
Dijo a la prensa aquí, que las buenas relaciones con
Marruecos, para España, son una cuestión de Estado y no
exclusividad de ningún partido. Lo que significa que el PSOE
no monopoliza la amistad con Marruecos.
En esa ocasión, hizo declaraciones amistosas al hablar de
diferentes cuestiones marroquíes, entre ellas la del Sáhara.
Y eso no es extraño, viniendo precisamente de él. Entre
otras cosas, dijo que la solución no debía ser ni una
integración completa ni una independencia completa. La
semana pasada ha vuelto a criticar al gobierno por haber
elegido un mal momento para la visita del rey Juan Carlos a
Ceuta y por haber hecho creer que había recibido garantías
por parte de Marruecos.
No debemos olvidar que el PP, a pesar de los grandes
vaivenes de su política con Marruecos, sobre todo durante su
segunda legislatura, de 2000 a 2004, y en particular el
enfrentamiento relativo a la isla Perejil, llevó las cosas
al final hacia un importante apaciguamiento entre los dos
países. Y cuando llegó el gobierno de Zapatero, en abril de
2004, había una buena base para empezar un camino común, en
el marco de una intensa cooperación política y económica,
que se hizo más profundo gracias al talante aperturista que
el presidente Zapatero, personalmente, imprimió a las
relaciones bilaterales, dándoles fluidez, naturalidad,
confianza e incluso respeto mutuo. Algo de lo que carecían
antes.
Es importante mencionar que las tendencias de la izquierda
están molestas por las posiciones del PSOE para con
Marruecos. Es más, las bases del partido han publicado 26
mociones en un año y medio denunciando la capitulación del
gobierno de Zapatero ante los dictados (así de claro) del
gobierno reaccionario de Marruecos. En un estudio publicado
en este marco por la institución de investigación que dirige
Aznar se lee que el gobierno sólo puede satisfacer y
reforzar a Marruecos, lo que le evita tener que satisfacer
las reivindicaciones del pueblo saharaui.
La visita Real
Ante la agudización de la crisis con ocasión de la visita
realizada los días 5 y 6 de noviembre de 2007 por el rey
Juan Carlos a las ciudades ocupadas de Ceuta y Melilla, las
relaciones bilaterales en los próximos cinco años dependerán
de la capacidad de limitar las diferencias sobre las dos
ciudades en un determinado periodo. Sea socialista o popular
el partido gobernante después de marzo, no se esperan
grandes divergencias sobre Ceuta y Melilla y los demás temas
de conflicto o de cooperación, en particular sobre los
asuntos esenciales desde el punto de vista estratégico.
Y cualquiera que sea la intensidad de los planteamientos
conflictivos, entre ellos la situación en las dos ciudades
ocupadas y las islas, Madrid y Rabat, ante la
interdependencia de los expedientes, deberán realizar
esfuerzos más grandes que en el pasado para controlar la
marcha de estos asuntos y hacer que las relaciones permitan
soportar la continuación de las divergencias, apaciguar las
tensiones y continuar intercambios ventajosos en los
capítulos en los que ha habido acuerdos, como la cooperación
económica, la inmigración y el Sáhara.
Contrariamente al pasado, hay una inclinación de los dos
partidos a defender las buenas relaciones con Marruecos. El
sábado pasado, sin ir más lejos, la ponente de asuntos
exteriores del PSOE, la señora Valenciano, criticó el punto
del programa del PP en el que pretende dar prioridad a las
relaciones con América Latina y Marruecos, diciendo que las
prioridades del PP, mientras estuvo en el poder, fueron las
de defender la política de Bush y dejar de aumentar la
cooperación con el tercer mundo, contrariamente a la
política de Zapatero.
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