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OPINIÓN - SÁBADO, 1 DE MARZO DE 2008

 
OPINIÓN / EDITORIAL

La peligrosa confusión de religión y política

La decisión de la Unión Demócrata Ceutí (UDCE) de Mohamed Ali de apoyar “incondicionalmente” al PSOE de cara a los comicios del próximo 9-M y la coalición explícita, rubricada ante Zapatero, de los socialistas y Coalición por Melilla ha hecho rebrotar no sólo a nivel local, sino también nacional, determinados estereotipos y vinculaciones sin demasiado fundamento entre la confesión religiosa de cada votante y la orientación de su voto. Que entidades como la Junta Islámica hayan solicitado explícitamente el voto para el candidato a la Presidencia del Gobierno del PSOE o que la Conferencia Episcopal Española diese a conocer tan cerca de la campaña su opinión sobre los partidos que han negociado con la banda terrorista ETA también ha aportado, en el contexto estatal, su granito de arena para que la prensa marroquí, que está siguiendo con extraordinaria atención este proceso electoral, haya sacado conclusiones un tanto precipitadas. Esto es, que los católicos van a apoyar al PP en masa y que los musulmanes lo harán con el PSOE.

Hilvanar de esa manera las creencias religiosas de los votantes, una cuestión íntima y privada, con el sentido de su voto hacia uno u otro partido y, implícitamente, con las políticas que esas formaciones desarrollan desde el poder entraña un peligro evidente: la libertad de elección de los ciudadanos se traslada casi al ámbito divino. En este sentido es especialmente destacable, por mesurada y cargada de sentido común y lógica, la opinión que sobre este proceso electoral tienen los portavoces de las comunidad judía española. Según su parecer, los votantes de esta confesión “repartirán” sus votos entre el PP y el PSOE. Vamos, exactamente lo mismo que harán el resto de los españoles con independencia de sus creencias. Alentar la vinculación de la fe con la opción política es un peligroso y arriesgado ejercicio del que en Ceuta y Melilla tenemos un conocimiento íntimo y los políticos y sus partidos deberían, aunque no lo hagan, ser los primeros en dejar muy claro que una cosa son los asuntos de Dios y otra, la suya, la de los hombres.
 

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