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                     Decía Heine –poeta alemán-: 
					“Si encuentras enojosas y pesadas las necedades que te 
					ofrezco, consuélate pensando en mí, que he tenido que 
					escribirlas todas”. La cita le viene que ni pintiparada a 
					Juan Luis Aróstegui. Una criatura sumamente pesada y 
					aburrida. Un tostón de hombre. Una persona plúmbea. Un 
					muchacho convencido de que los ciudadanos de Ceuta están 
					desaprovechando sus extraordinarios conocimientos e 
					ignorando el enorme caletre que posee.  
					 
					De ahí que lleve muchos años viviendo en un estado de 
					permanente insatisfacción. Debido al desajuste entre la alta 
					concepción de sí que tiene y sus condiciones reales. Bien 
					mirado, Aróstegui sería digno de compasión si no fuera 
					porque uno sabe lo que sabe y que no es poco ni agradable. 
					Pero cualquiera se atreve a insinuar lo más mínimo. Pues el 
					prenda se ha aprendido de memoria el camino de los juzgados. 
					 
					De momento, el candidato al Senado por el PSPC ha aireado 
					que denunciará a la Ciudad por el ‘pelotazo’ del Mercado. 
					Por cierto, se han dado cuenta ustedes de qué modo Aróstegui 
					no puede vivir sin ser noticia todos los días. Sabedor de 
					que durante la temporada de la campaña electoral él quedaría 
					en segundo plano, no ha tenido el menor inconveniente en 
					participar en las elecciones. A sabiendas de que no será 
					votado ni por mi estimada Flor Garrido.  
					 
					Aróstegui tiene a Juan Vivas metido entre ceja y 
					ceja. Está obsesionado con él. Porque, de tanto tratarle 
					durante los años en que fue concejal de Hacienda, nunca pudo 
					imaginar que el funcionario a quien tachaba de gris y del 
					que se burlaba por detrás con su amigo Manolo González 
					Bolorino, pudiera llegar a ser el político más admirado 
					en esta tierra. He dicho muchas veces, pues me precio de 
					conocer a las personas, que el secretario de política 
					municipal de un partido extraparlamentario, es un hombre 
					disminuido por la envidia que le profesa al presidente de la 
					Ciudad. 
					 
					Debe de ser terrible levantarse cada mañana y pensar que el 
					sitio soñado por uno, desde hace ya bastantes años, está 
					ocupado por alguien a quien se considera un advenedizo. Y 
					encima, como si no fuera ya bastante carga, resulta que esa 
					persona, que uno cree que se ha introducido en un ambiente 
					superior al que le pertenece, sigue manteniendo su prestigio 
					y el afecto de innumerables ciudadanos. No me extraña, pues, 
					que Aróstegui esté sufriendo lo indecible por cuanto de 
					bueno le vaya sucediendo a Vivas. Aunque conviene aclarar 
					cuanto antes que si bien la envidia es la fuerza que obliga 
					al Rasputín de provincias, o sea, Aróstegui, a mostrarse 
					compulsivo, existen también oscuros intereses que lo han 
					convertido en el brazo armado de varios señores que 
					decidieron convertir en leyes ciertas costumbres 
					crematísticas.  
					 
					Por tal motivo, resulta lamentable cuando al iluminado del 
					PSPC se le ocurre criticar a la prensa sometida, según él, a 
					las directrices de Vivas. Olvidándose el muy... egocéntrico 
					de que escribe en un medio atiborrado de publicidad 
					institucional por el poder que él tanto detesta. Aróstegui 
					es el mejor defensor de esos riquitos que han estado siempre 
					al acecho de llenar la faltriquera con dineros públicos. 
					Tipos que no soportan la competencia. Son los mismos que, 
					cuando se sienten a gustito, proclaman que con Aróstegui se 
					puede pactar lo que sea porque nunca te falla. Ahora, con la 
					Manzana del Revellín, olisquean pasta. Y están rabiosos. 
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