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OPINIÓN - MARTES, 26 DE FEBRERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Juande Ramos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Es domingo y me da por leer unas declaraciones de Juande Ramos. El hombre nacido en Pedro Muñoz puede presumir ya de ser más famoso que Pedro Almodóvar. Para que luego digan que La Mancha es nada más que un páramo en el cual Don Quijote estaba condenado a perder la chaveta.

La entrevista es amena. Y en las respuestas se le nota al personaje que sabe exactamente el sitio que ocupa y cómo le ha sido posible convertirse en uno de los entrenadores más laureados del universo futbolístico. Seis títulos ha obtenido en apenas un amen. Y seguro que no serán los últimos.

Las contestaciones de Juande a las preguntas que le hace el entrevistador me llenan de satisfacción. Responde sin tapujos. Sin tonterías de tres al cuarto. Y desde su altura, conseguida con enormes sacrificios, mira hacia abajo para hacer una loa de los entrenadores modestos.

Quiere saber el periodista los motivos por los cuales acierta tanto cuando toma decisiones durante los partidos. Y el manchego de oro no se corta lo más mínimo en decirle que él procede del fútbol modesto. Que se ha hecho entrenador teniendo que apechugar con las muchas dificultades que existen en las categorías inferiores. Pero que es ahí donde se aprende. Y dice verdades como puños.

Por ejemplo: Hay entrenadores que tardan en darse cuenta de lo que sucede en el terreno de juego. Y a veces ni eso. Es decir, que terminan el partido y aún no saben lo que ha ocurrido. Tal vez porque han llegado a Primera División por ser famosos como futbolistas o bien por haberlo querido así ciertas amistades.

Se le nota en sus palabras, a Juande, ese deje de amargura que dejan las murmuraciones de quienes habiendo logrado la gloria como jugadores no tienen talento para convertirse en entrenadores con sapiencia suficiente para dirigir a un equipo. Me lo imagino, tras dar sus primeros pasos como entrenador y ser fichado por el Barcelona para entrenar al filial, teniendo que soportar las palabras despechadas de algunas viejas glorias del lugar: ¡Dónde ha jugado éste...?

Palabras que se habrán repetido en otros clubs. Y que habrán ido grabándose a fuego en la alacena de la memoria de quien viene cosechando fama, dinero, éxitos y gloria. Palabras que suelen salir de la boca de cuantos creen que el jugar bien, y a ser posible en un equipo grande, es sinónimo de buen entrenador. Casi nunca es así. A pesar de que yo siga pensando que para ser entrenador es conveniente, no necesario, haber jugado varios años como profesional.

Leídas las declaraciones de Juande, sinceras y dolientes, no tuve más remedio que sacrificar la siesta y sentarme ante el televisor para ver la final de la Carling Cup en Wembley. Imbuido por un deseo: que el Tottenham saliera victorioso frente al Chelsea. Y viví sus goles jubilosamente. Y, por supuesto, disfruté de lo lindo viendo al manchego de oro dirigir a su equipo en un escenario tan colosal.

Ahí es nada: un manchego de Pedro Muñoz, a quien le costaba trabajo expresarse, en vez de convertirse en un tímido recalcitrante, decidió dedicarse a entrenar para llegar un día a ser una figura de relumbrón. Y lo consiguió. Ahora, siendo ya un grande, ha mirado hacia atrás para homenajear a los entrenadores modestos. Y a mí me ha ganado para su causa.
 

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