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cultura - MARTES, 26 DE FEBRERO DE 2008


Johnny Depp y Alan Rickman. cedida.

crítica de cinE DE  Sweeny Todd
 

¿Qué hubiera pasado si Manostijeras hubiera gritado: “¡Vendetta!”?

El talento de Burton dota al film de un deslumbrante poderío visual, totalmente alejado de lo previsible y lo convencional
 

CEUTA
Rober Gómez

local
@elpueblodeceuta.com

Después de que a Eduardo Manostijeras le hicieran muchas perrerías por ser un friki, la historia finaliza con la abuela diciéndole a su nieta que la primera vez que Edward llegó al pueblo fue la primera que nevó y que supone que sigue vivo porque nunca dejaron de caer copos.

¿Qué hubiera pasado si Eduardo Manostijeras hubiera abandonado su escondrijo y gritado: “¡Vendetta!”? Que hubiera llovido sangre. Eso es Sweeny Todd: el barbero diabólico de la calle Fleet. Las coincidencias entre uno y otro personaje –los dos llevan el rostro más demacrado de Johnny Depp– de ambas películas de Tim Burton son llamativas. Todd es la versión vengativa de Manostijeras. Es decir, para Eduardo las cuchillas en las manos eran un incordio, para Todd, las navajas dan un sentido a su torturada vida.

Tim Burton traslada a su universo gótico –cuántas veces se habrá escrito esto– un exitoso musical de Brodway y amalgama canciones, humor negro y sangre, mucha sangre. Como los chiquillos que armados con un subfusil de asalto se vengan de sus compañeros de clase en un instituto americano. Lo curioso es que es un musical en el que las canciones no aburren al oírlas por primera vez y en el que la historia avanza a través de ellas. ¡Gracias a Dios!

El talento de Burton dota al film de un deslumbrante poderío visual, totalmente alejado de lo previsible y lo convencional, pero sin que haya intención de provocar o escandalizar. Únicamente se echa en falta un mayor sentido del terror, lo que habría dotado a la película de un contraste brutal entre las secuencias cantadas y las sanguinolentas.

Resulta que, como en un cuento infantil, dos amantes son separados y ven su futuro arruinado. El príncipe azul vuelve convertido en un ángel exterminador y hará partícipe de su sufrimiento a todo aquel que quiera un afeitado apurado. ¡Qué burrada! ¿no? La respuesta de la película es que seguramente se lo merecen. Sin embargo, el mal se volverá contra el mal.

Burton dibuja un Londres del siglo XIX gótico en el que la miseria y la falta de valores forman la piedra angular de una sociedad tan enferma en la que unos se comen a otros, pero de forma literal: ¡metidos en empanadillas para canívales! Nadie está libre de culpa, ni el asesino ni el asesinado. Como diría William Munny –Clint Eastwood en Sin Perdón­–: “La Justicia no tiene nada que ver con esto”.

Ahora... en Sweeny Todd, como en toda película de Hollywood, siempre hay unos malos identificables, con los que es imposible crear empatía a no ser que seas un psicópata: los más poderosos, sobre los que cae la responsabilidad última de todas las barbaridades que suceden, pues son la raíz del problema. Y quiénes son los únicos que salen airados: los niños, a la espera de que la vida corrompa su inocencia.

La historia del barbero diábolico posee una moraleja: el mal acaba volviéndose contra el mal -lo siento, no puedo contar más para evitar destripar el final–. No obstante, ¿realmente hay moraleja? No, ¡qué va! La sangre lo explica todo.
 

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