El ministro de Interior, Chakib
Benmousa, matizó el jueves en Rabat sus palabras: la red
terrorista “Belliraj” recientemente neutralizada tenía un
elaborado plan para “infiltrar las instituciones del Estado,
los partidos políticos y la sociedad civil”, el partido
islamista “Al Badil Al Hadari” fue creado en un contexto de
“diversión” (sic), estando sus principales dirigentes
implicados “en hechos gravísimos” si bien -señaló- “esto no
significa que todos los miembros de esta formación estén
implicados en la desarticulada red terrorista”. Destacaría a
bote pronto tres aspectos sobre la infiltración: primero la
búsqueda de cobertura política (hay también dos militantes
del PJD detenidos, uno de ellos con rango de concejal); en
segundo lugar la deriva “a la iraní” en las fuerzas armadas
y de seguridad: al menos, se sabe de un comisario arrestado;
y en tercer lugar un nuevo elemento emergente, el islamismo
shií: es detenido el corresponsal, marroquí, de la cadena de
televisión “Al Manar”, órgano de la organización
filoterrorista libanesa “Hezbolláh”.
En medios islamistas de diferente signo sobre los que
recabé, apresuradamente, su opinión se muestran
escépticamente prudentes, destacando dos valoraciones:
primero, su extrañeza ante el nivel de los detenidos, la
mayoría de los cuales (“al contrario que los dirigentes de
Herri Batasuna en España”, me insisten) han condenado
rotundamente en varias ocasiones el terrorismo. Además
-prosiguen-, la aplicación del artículo 57 de la Ley de
Partidos a “Al Badil Al Hadari” es excesiva, pues legalmente
se explicita que un partido político solo puede disolverse
si hace un llamamiento a la violencia o se organiza en
bandas armadas y no es ese el caso: ¡siempre han condenado
el terrorismo, lo mismo que la asociación de la Umma!.
Remito al lector interesado sobre la génesis y estructura de
estas dos formaciones políticas a sendos “Sniper” publicados
en este medio los días 31 de agosto y 1 de septiembre del
pasado año 2007, en las que reconocía la existencia en lo
referente al “Partido de la Alternativa Civilizacional” (Al
Badil Al Hadari) de “grises en su corta trayectoria” (son
mis palabras de entonces), aludiendo a la incorporación al
mismo del imám Bouchta Bouriki, expulsado de Italia en 1995
no sin ser apoyado por un brillante personaje de oscura
ideología, Tarik Ramadán. También advertía de paralelismos
ideológicos y posibles alianzas tácticas entre el prohibido
Partido de la Umma y Al Badil Al Hadari, fundado en el 2002
pero no legalizado hasta tres años más tarde.
La pregunta pertinente que deberíamos hacernos en Ceuta y
Melilla es si, en estos momentos, hay algún atisbo de
infiltración terrorista en el arco político de ambas
ciudades. La prudencia se impone y no es el momento de
ofrecer ninguna pista, aunque se puede adelantar un apunte:
si el extremismo ideológico puede considerarse, con probada
razón, la antesala de los movimientos terroristas, en Ceuta
al menos sí existe al día de hoy una formación política de
nuevo cuño debidamente legalizada y con un presuntamente
pacífico ideario, bajo cuya cobertura el islamismo radical
pudiera pretender, durante las próximas y seguro que
reñidísimas elecciones municipales, conseguir algún tipo de
representación en la Asamblea. Tiempo habrá de arrancar la
careta a los farsantes.
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