Cuando uno se dedicaba al asunto
ese del mundo del espectáculo, que tantas buenas amistades y
satisfacciones me proporcionó, recuerdo con un
extraordinario cariño aquellas poesías, de Rafael de León,
que tantas y tantas noches recité y que me dieron un gran
prestigio como rapsoda.
Me viene, en estos momentos, a la memoria la titulada
“Profecía” y, de ella, una parte en la que dice: “…es una
cosa rara que tienen los de mi quinta, que en cuanto ven una
cara, ya no se les despinta”. Y es que, recordando esto,
tengo presente la cantidad de “caras” que hay en esta tierra
nuestra, y que, jamás, se me van despintar.
Seria poco menos que imposible que se me despintasen algunas
de esas “caras”, porque las tengo tan grabadas en el disco
duro del mejor ordenador del mundo, el cerebro, Las tengo
tan grabas que cuando mentalmente hago un repaso, de la
mismas, acuden con toda fidelidad como si de la mejor
fotografía se tratase.
Las tengo clasificadas por los méritos contraídos a lo largo
de cada una y todas su actuaciones. A veces, cuando me cruzo
por nuestras calles con algunas de ellas, me es imposible no
sonreír y pensar, cómo estará engañando a aquellas personas
con las que se han parado a charlar y contarle todas esas
mentiras en las que, sin duda alguna, son auténticos
maestros. Todas esas “caras” están siempre de carnaval
porque, jamás, se les caerá la careta tras la que ocultan
sus verdaderos rostros.
Pienso en esas caras escondidas detrás de las caretas que
ocultan sus verdaderos rostros cuando, un día no muy lejano,
se marchen de esta tierra que les ha dado lo que nunca se
podían imaginar. al llegar a la bocana haciéndonos el
consabido corte de mangas, mientras ríen para sus adentros,
pensando todo lo que se llevan de una tierra a la que sólo
quisieron para sacarle el máximo provecho para su propio
beneficio.
Y me acuerdo, para desgracia nuestra, de todos aquellos
hijos de ella, que con más conocimientos que los adoptados,
tuvieron que marcharse para buscar un puesto de trabajo
porque aquí, en la tierra donde sus madres los parieron, le
negábamos el pan y la sal, por muy inteligentes que fuesen.
Ejemplo de ceutíes que tuvieron que marcharse de su tierra,
buscando un puesto de trabajo y que, triunfaron allá donde
fueron, podríamos hacer una lista interminable. La misma
lista que podríamos hacer con todos aquellos que nos
llegaron, sin tener méritos alguno, a los que les dimos
buenos puestos de trabajo ganando una pasta gansa.
Ahora, eso sí, cuando un hijo de esta tierra triunfa, por
méritos propios fuera de ella, enseguida sacamos pecho
diciendo, a todos los que nos quieran oír, es de Ceuta. La
pregunta qué nos deberíamos hacer, en ese asunto es, qué
hemos hecho por ellos. La repuesta es muy simple, nada.
Y las caras, esas caras que no se me pueden despintar,
seguirán esperando el momento de marcharse a la Península,
prestos a hacernos el corte de mangas y reírse de todos
nosotros, llevándose una buena pasta gansa, con la que
tendrán para vivir, como jamás soñaron en su vida, gracias a
este pueblo.
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