Los trabajadores forman sindicatos
para tener una voz y para mejorar sus salarios y condiciones
laborales, no para dar a los grupos minoritarios la
oportunidad de alcanzar sus fantasías políticas. La cita es
de un tal Alistair Graham, y la publicó The Sunday Times. Y
a mí me viene como anillo al dedo para recordarle a CCOO que
debe olvidarse cuanto antes de secundar las ambiciones
políticas de su secretario general: Juan Luís Aróstegui.
No hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que, desde
hace años, el sindicato se viene distinguiendo más por
respaldar y airear los planteamientos y reivindicaciones
políticas del Partido Socialista Del Pueblo de Ceuta, que de
afrontar sus verdaderas obligaciones: la defensa de
trabajadores y empresarios. Tal vez sea porque en el
sindicato han sobrevalorado la figura de su secretario y
viven todos sus dirigentes sometidos a las directrices que
marca éste. Por consiguiente, ya va siendo hora de que
alguien trate de convencer a su líder de lo conveniente que
sería para CCOO, como sindicato de clase que es, que
Aróstegui dejara de aprovecharse de su cargo para imponer
sus ideas como político, olvidándose de la ideología que ha
hecho fuerte al sindicato.
De lo contrario, día llegará, sin duda, en el cual la gente
piense, y con razón suficiente, que la central sindical es
el brazo armado de la política del PSPC. Y acabará por ir
perdiendo el prestigio que sus siglas, a pesar de que los
sindicatos no están muy sobrados de crédito, aún mantienen.
He aquí, por tanto, motivo de reflexión para Antonio Gil,
secretario general de la UGT, con el fin de que entienda
algo muy elemental: no debería participar al alimón con
comisiones cuando las protestas tengan claros visos de
querer arrimar el ascua a la sardina de un Aróstegui que
desea ser a cualquier precio diputado de la Asamblea de la
Ciudad.
Un logro que le daría una fuerza enorme para defender desde
su escaño los intereses manifiestos de ciertos empresarios,
tapados, que confían todavía en que Aróstegui, disfrazado
con ropajes de obrero, consiga beneficios para quienes no
desean, bajo ningún concepto, que las costumbres
inveteradas, y rentables para ellos, se alteren lo más
mínimo.
En esta ocasión, el motivo de la discordia es el traslado
del Mercado Central de Abastos a la Manzana del Revellín. Y
seguro que ya estará buscando el secretario general de CCOO
la siguiente causa de discordia.
Por cierto, no es la primera vez que el mercado ha sido
causa de escandalosas discusiones entre partes enfrentadas
por motivos políticos y no por razones de utilidad.
Precisamente, en estos días hemos recibido la triste noticia
del fallecimiento de Manolo Peláez, delegado del
Gobierno, que, por estas fechas, hace 24 años, dijo: “Este
mercado está para precintarlo inmediatamente. ¿Cómo es
posible que se haga la autopsia a un perro junto a un puesto
en el cual se venden hortalizas y donde las cámaras
frigoríficas huelen todas a podrido? Si la Organización
Mundial de la Salud hiciera una inspección, propondría
nuestra expulsión”. Y, claro, se armó la de Dios es Cristo:
pues mientras los socialistas estaban de acuerdo, los otros,
los conservadores a ultranza, ponían el grito en el cielo
contra Peláez, recordándole que él no era nadie para dar
lecciones de limpieza y le invitaban a embarcarse a las ocho
de la mañana.
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