Enviaba mensajes a Ceuta sin haber
sido nombrado aún delegado del Gobierno. “Tenemos que ser
firmes en la defensa de la españolidad”, decía a los medios
que lograban comunicarse con él. No había que ser muy listo
para darse cuenta de que a Manolo Peláez le gustaba
adelantarse a los acontecimientos. Sin saber, por supuesto,
que sus palabras, dichas con ánimo de lisonjear, causaban el
efecto contrario en el lugar donde se reunían las fuerzas
vivas de la ciudad.
A Eduardo Hernández, por ejemplo, se le indigestó la
frase en cuanto la leyó. Era un 18 de febrero de 1983. Y su
respuesta sonó fuerte y rotunda en el rincón de la barra de
la cafetería del entonces Hotel La Muralla: “Es la misma
tarjeta de presentación que exhiben casi todas la personas
que son destinadas a esta tierra. Y se equivocan; al igual
que los ceutíes que están siempre predispuestos a las
suspicacias y hacen del victimismo bandera”.
Pero Peláez continuó su tarea de ir preparándose el terreno
un mes antes de tomar posesión de su cargo como primer
delegado del Gobierno de la democracia en Ceuta. Y nos hacía
llegar que venía con “una gran voluntad de servicio para
realizar cosas que nuca antes se hicieron o se hicieron
poco”. Y lo remataba de la siguiente manera “Vengo a
resolver todos los problemas de Ceuta”.
La respuesta de los sanedrines de la ciudad no se hizo
esperar: No sabe el tal Peláez, que, según Zurrón, Ceuta es
una ciudad pequeña con problemas de urbe grande y difíciles
de solucionar. A este hombre no le han dicho la verdad de lo
que se va a encontrar.
Luego supimos que había pertenecido a las huestes de Tierno
Galván y que era un funcionario que venía a ejercer como
político. Y, para demostrar el mucho interés con que
arribaba a la ciudad, sacó a relucir su valor: “Si el
Gobierno no cumple con las promesas que me ha hecho respecto
a Ceuta, me iré cuanto antes”. Para colmo se lamentaba de
que su familia no veía con buenos ojos su destino, pero que
eso a él le importaba muy poco.
El 18 de marzo de 1983, Eduardo Hernández me presento al
nuevo delegado del Gobierno. Nos dijo que le había dado
esquinazo a los compañeros que le esperaban todos los días,
llevaba seis aquí, para pasearlo por la ciudad y darlo a
conocer. Porque quería visitar el ‘rincón’ solo. Eduardo le
contó que ya se le conocía como guardia pretoriana a los
barbudos que le acompañaban a desayunar a Casa Bravo.
Y Manolo Peláez sonrió. Sin embargo, ni la sonrisa pudo
evitarle la tristura al rostro del nuevo delegado. Lucía ya
una mueca de pena de quien pasaba por una situación que se
le había ido de las manos.
De pronto, se dirigió a mí para decirme que necesitaba
hablar conmigo. Que vendría a buscarme algún que otro día
para conversar. Y Eduardo no daba crédito a lo que oía. Y
así lo hizo. Hasta que sus barbudos le cambiaron la
voluntad. Yo creo que en su interés por conocerme influyó el
aprecio que me tenía Bandrés. Aquel socio de
Salayero a quien asesinaron en plena madurez de todo.
Era un personaje extraordinario mi amigo Juan Luís.
Me entero de que ha muerto Manolo Peláez. Un hombre que vino
a Ceuta convencido de que aquí podría recuperar ilusiones
perdidas mientras dedicaba horas y horas a trabajar por el
bien de la ciudad. Pero se equivocó en el diagnóstico y en
el tratamiento: la tarea era mayor de la que él pensaba. Y
le falló la terapia. Pero lo intentó.
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