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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE FEBRERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Manolo Peláez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Enviaba mensajes a Ceuta sin haber sido nombrado aún delegado del Gobierno. “Tenemos que ser firmes en la defensa de la españolidad”, decía a los medios que lograban comunicarse con él. No había que ser muy listo para darse cuenta de que a Manolo Peláez le gustaba adelantarse a los acontecimientos. Sin saber, por supuesto, que sus palabras, dichas con ánimo de lisonjear, causaban el efecto contrario en el lugar donde se reunían las fuerzas vivas de la ciudad.

A Eduardo Hernández, por ejemplo, se le indigestó la frase en cuanto la leyó. Era un 18 de febrero de 1983. Y su respuesta sonó fuerte y rotunda en el rincón de la barra de la cafetería del entonces Hotel La Muralla: “Es la misma tarjeta de presentación que exhiben casi todas la personas que son destinadas a esta tierra. Y se equivocan; al igual que los ceutíes que están siempre predispuestos a las suspicacias y hacen del victimismo bandera”.

Pero Peláez continuó su tarea de ir preparándose el terreno un mes antes de tomar posesión de su cargo como primer delegado del Gobierno de la democracia en Ceuta. Y nos hacía llegar que venía con “una gran voluntad de servicio para realizar cosas que nuca antes se hicieron o se hicieron poco”. Y lo remataba de la siguiente manera “Vengo a resolver todos los problemas de Ceuta”.

La respuesta de los sanedrines de la ciudad no se hizo esperar: No sabe el tal Peláez, que, según Zurrón, Ceuta es una ciudad pequeña con problemas de urbe grande y difíciles de solucionar. A este hombre no le han dicho la verdad de lo que se va a encontrar.

Luego supimos que había pertenecido a las huestes de Tierno Galván y que era un funcionario que venía a ejercer como político. Y, para demostrar el mucho interés con que arribaba a la ciudad, sacó a relucir su valor: “Si el Gobierno no cumple con las promesas que me ha hecho respecto a Ceuta, me iré cuanto antes”. Para colmo se lamentaba de que su familia no veía con buenos ojos su destino, pero que eso a él le importaba muy poco.

El 18 de marzo de 1983, Eduardo Hernández me presento al nuevo delegado del Gobierno. Nos dijo que le había dado esquinazo a los compañeros que le esperaban todos los días, llevaba seis aquí, para pasearlo por la ciudad y darlo a conocer. Porque quería visitar el ‘rincón’ solo. Eduardo le contó que ya se le conocía como guardia pretoriana a los barbudos que le acompañaban a desayunar a Casa Bravo. Y Manolo Peláez sonrió. Sin embargo, ni la sonrisa pudo evitarle la tristura al rostro del nuevo delegado. Lucía ya una mueca de pena de quien pasaba por una situación que se le había ido de las manos.

De pronto, se dirigió a mí para decirme que necesitaba hablar conmigo. Que vendría a buscarme algún que otro día para conversar. Y Eduardo no daba crédito a lo que oía. Y así lo hizo. Hasta que sus barbudos le cambiaron la voluntad. Yo creo que en su interés por conocerme influyó el aprecio que me tenía Bandrés. Aquel socio de Salayero a quien asesinaron en plena madurez de todo. Era un personaje extraordinario mi amigo Juan Luís.

Me entero de que ha muerto Manolo Peláez. Un hombre que vino a Ceuta convencido de que aquí podría recuperar ilusiones perdidas mientras dedicaba horas y horas a trabajar por el bien de la ciudad. Pero se equivocó en el diagnóstico y en el tratamiento: la tarea era mayor de la que él pensaba. Y le falló la terapia. Pero lo intentó.
 

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