La democracia, ese sistema definido por Churchill como el
peor si exceptuamos todos los demás, tiene su base y
sustento en la garantía de la pluralidad y en el respeto a
todas las ideas y opiniones, así como en la posibilidad real
de que todas puedan estar representadas en los diferentes
ámbitos de la vida social, política y económica.
El acoso e intento de exterminio de la competencia,
cualquiera que sea esta, sólo es producto de mentes enfermas
que no pueden tener cabida en nuestro sistema de libertades
y es obligación de todos, pero más de quien representa el
poder público, erradicar cualquier conducta que pretenda la
preponderancia basada en el abuso de poder.
En las sociedades modernas es preciso habituarse a la
competencia, reconociéndola como el mejor incentivo para el
desarrollo de cualquier comunidad. Competencia política, que
permite al ciudadano elegir entre varias ofertas.
Competencia informativa, que garantiza la veracidad de la
información. Competencia comercial, que beneficia al
consumidor y un sin fin de etcéteras.
Pero la competencia se hace en positivo, como el atleta que
compite frente a otros a base de esfuerzo y preparación,
nunca con trampas o zancadillas, es decir, ofreciendo lo
mejor de uno mismo y no dejando aflorar los peores instintos
del ser humano, que se deshumaniza cuando se transforma en
lobo y resulta feo en su apariencia y repugnante en su forma
de comer.
Lo contrario de la competencia es el monopolio, paraíso de
los acomodados que se aterrorizan ante cualquier intento de
ruptura entre el pasado y el presente, que pretenden en
última instancia preservar su poltrona disparando contra
todo aquel que intente, como si fuera ello un delito de
magnicidio, ocupar un espacio que consideran exclusivamente
suyo y para defenderlo serán capaces de todo, de todo lo
sucio y de todo lo inmundo. Lo cierto es que les pueden dar
la razón temporalmente algunos sátrapas desnaturalizados,
como el aceite de colza, dedicados a ejercer el poder del
mismo modo. Pero jamás la justicia, la independiente, les
dará el conforme, porque ella no protege intereses privados
como la satrapía, sino la ley y su cumplimiento.
En cualquier lugar civilizado del mundo, el nacimiento de un
medio de comunicación es saludado con alegría, porque ello
acrecienta ese gran valor de la libertad en la que tan pocos
creen en el fondo cuando se sienten alguien. Pero ser
alguien tiene mucho que ver con lo que se es y muy poco con
dónde se está, porque es una cuestión que nada tiene que ver
con el cartel que se cuelgue a la puerta de un despacho o
con el número de personas que por necesidad peloteen al que
se cree dueño del cartel, que serán las mismas que escupirán
en su tumba de ostracismo cuando se lo puedan quitar de
encima, más pronto que tarde, como ya ocurrió y volverá a
ocurrir.
Pero en Ceuta, hay quien se empeña en ir contracorriente de
la modernidad, de la pluralidad y, sobre todo, que se niega
a aceptar las reglas de la competencia, pretendiendo
mantener un diabólico monopolio basado en la mentira, en el
oportunismo y en algún que otro apoyo pseudopolítico que
puede ser más bien un producto caducado.
De esto, que pueden parecer conceptos etéreos, vamos a
seguir hablando en las próximas semanas y meses, porque va a
ser necesario y porque ya va siendo hora de que cada uno sea
sólo lo que sea capaz de hacer y ofrecer y no lo que sea
capaz de intrigar o manipular o, incluso, amenazar.
Hablemos en positivo y vayamos hacia adelante. ‘El Pueblo de
Ceuta’, este diario de información basado en el rigor y en
el esfuerzo de los profesionales que lo integran, sin ir
contra nadie y siempre a favor de la pluralidad, ha superado
con creces todas las pruebas de calidad que una sociedad
moderna le exige a un servicio como el de la información y
gracias a ello es un referente insustituible en el
tratamiento de la misma para Ceuta y los ceutíes, tanto los
que residen en ella como los que, por las razones que sean,
han fijado su residencia al otro lado del Estrecho, pero
siguen con interés todo lo que pasa en su ciudad. Es pionero
igualmente en penetración a través de la red, en multimedia
y en las instalaciones que permiten una lanzadera
informativa del potencial que hoy representa esta cabecera.
Además ha mantenido con orgullo y a veces, más de las
deseadas, contra viento y marea, una coherencia en el
tratamiento de la información irreprochable y a pesar de lo
visto y oído sólo sigue pretendiendo fomentar la pluralidad
sin ninguna infame intención de sustituir a nadie. Sólo
pretende seguir prestando ese servicio público que de no
hacerse desde este periódico habría que inventar, porque de
no ser así se seguiría respirando el viciado aire emanado de
las “ventosidades” de algunos “bishos”, que encima pretenden
cobrar por atufarnos a todos.
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