Mal que a algunos les pese, la
identidad judía es junto a la amazigh, la árabe y la
“andalusí” consustancial a la vertebración de la identidad
marroquí. Marruecos es al igual que España un fecundo cruce
de pueblos y de culturas, aun en cuya formulación final unas
hayan pesado más que las otras. Al contrario que en otros
países árabes e islámicos, en los que más de 600.000 judíos
fueron expulsados con una mano delante y una atrás siendo
acogidos, como se pudo, en Israel, un país cercado y
sometido a una cruel guerra por sus intolerantes vecinos
desde su creación como Estado (al amparo del derecho
internacional y de las Naciones Unidas) en 1948, la diáspora
judeo-marroquí fue abandonando el país al filo de la década
de los sesenta más por incomodidad que por otra cosa,
repartiéndose por todo el mundo. En su homenaje, el mismo
Hassan II organizó cuatro años antes de su muerte un
brillante acto en la cosmopolita ciudad de Nueva York.
Todavía hoy y en pie de igualdad con sus conciudadanos
musulmanes, sobre tres mil quinientos judíos viven y
trabajan en el Marruecos de sus antepasados.
Sabido es aunque algunos se empeñen vanamente en negarlo
(desde el presidente iraní Ahmadineyad ¡hasta el Bloque
Nacionalista Gallego!) que durante la II Guerra Mundial el
pueblo judío, acosado y perseguido, fue masacrado en Europa
casi hasta su exterminio, en un tremendo golpe que sesgó
cruelmente la vida de seis millones de personas y del que,
demográficamente, aun no se ha recuperado. Tras la rotura de
la línea “Maginot” y la caída de Francia, le cupo al Régimen
de Vichy en manos del anciano mariscal Petáin administrar el
Protectorado Francés en Marruecos, en el que vivían miles de
judíos con nacionalidad marroquí, una parte significativa
sirviendo en Palacio y a los que el Residente General Noguès
exigía que portaran, cosida de forma infamante, la Estrella
de David de seis puntas. ¿Llegó a pedir el sultán y futuro
rey Mohamed V, según se dice, veinte “estrellas” más para él
y los suyos como hizo la familia real de Holanda…?
El dahir del 31 de octubre de 1940 introducía numerosas
restricciones (principalmente de acceso a la función
pública), pero las instituciones judías siguieron
funcionando normalmente y el sultán, aun presionado por
Noguès, hizo cuanto estuvo en su mano por ralentizar su
aplicación. En 1941 y durante los actos de la “Fiesta del
Trono”, logra el sultán un importante golpe de efecto al
recibir, con todos los honores, a numerosas personalidades
de la comunidad judía marroquí en presencia de las
autoridades francesas y de una delegación alemana; no
obstante viene la revancha y no puede impedir la publicación
de otro dahir restrictivo a las libertades, el del 8 de
agosto del mismo año, que entre otras cosas obliga a los
judíos residentes en barrios europeos a volver a las “mellahs”.
La situación se degrada tras el desembarco norteamericano en
noviembre de 1942, que supone la deportación de miles de
judíos marroquíes a duros campos de concentración en la
región oriental del país… El sultán, bajo cuerda, actúa en
lo que puede, humanizando las condiciones e interesándose
por la situación de los deportados, para enojo de las
racistas autoridades de Vichy que no dudan en llamarlo “El
Sultán de los Judíos”.
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