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OPINIÓN - Miércoles, 6 DE FEBRERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mariano Rajoy
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A Francisco Umbral le dio un día por ser impertinente con Mariano Rajoy. Lo sé porque el propio escritor lo contó cuando, tal vez arrepentido de haberle perdido el respeto en una conversación, sin venir a cuento, decidió ayudar en todo lo posible al político popular. O sea, que no tuvo el menor inconveniente en dedicarle su columna, “Los Placeres y los Días”, en bastantes ocasiones.

Como lector diario que fui de Umbral, durante muchos años, pensaba que a su desconsideración con MR no le correspondía una penitencia como la que se había impuesto el célebre columnista. Me sorprendía que un personaje que administraba los halagos y los homenajes, a no ser que enfrente tuviera a uno de sus pocos y reconocidos monstruos admirables, caso de Fernando Fernán Gómez, insistiera en decirnos que MR era un señor con flema inglesa y porte de político inglés. Y a partir de ahí lo colmase de ditirambos. Me parecía exagerado.

Porque hasta entonces, es decir, hasta que al mejor columnista de España no le dio por poner su pluma al servicio de MR, muchos teníamos la impresión de que éste era sólo un gallego amable, de buen saque en la mesa, poco amigo de las confrontaciones y con un punto perezoso. Yo me lo figuraba a veces, en vista de su declarada afición al ciclismo, dando cabezadas en el sofá frente al televisor, durante esas etapas tan largas como llanas y soporíferas de la vuelta a Francia, tras haber comido y bebido copiosamente.

Pero hete aquí que cuando el febrero del 2205 alboreaba, llegó a Madrid Juan José Ibarretxe engallado y dispuesto a imponer sus ideas y amenazando con romper las reglas del juego si se le decía que no a su plan. Recuerdo aún cómo el lehendakari se emplazó en el centro del hemiciclo y olvidó que una nación es un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y están representados por la misma legislatura.

Rebelde, y con aire de perdonavidas insoportable, Ibarretxe era la viva imagen del vasco que está convencido de que pertenece a una raza especial y cuya lengua es milenaria. Y que, por tales razones, su pueblo no estaba dispuesto a pertenecer al Estado español. Ese día, sin embargo, surgió el Rajoy extraordinario. El parlamentario sensacional. El político que había sido apadrinado por Umbral. Y a mí, la verdad sea dicha, su discurso brillante, con voz vibrante y demoledora, me causó una impresión extraordinaria.

De esa intervención suya en el Parlamento, tengo escrito que Mariano Rajoy acorraló al lehendakari y consiguió que el rostro de éste se fuera alechuzando cada vez más. En rigor, creo que nunca antes había estado tan cumbre el hombre que fue nombrado a dedo por Aznar como su sucesor. Ni antes ni después. Ya que a partir de ese momento esplendoroso, tan celebrado por propios y extraños, fue convirtiéndose en una sombra de sí mismo. En una persona abúlica, triste, apocada... Y, sobre todo, dando la impresión de que estaba sometida a las directrices de quienes son tachados de políticos misoneístas. Hostiles al progreso en todos los sentidos.

Ni que decir tiene, por tanto, que Ángel Acebes, Eduardo Zaplana y La Cope no le han ayudado lo más mínimo. Y mucho menos le están ayudando ahora las declaraciones de los obispos. Mariano Rajoy ha pasado por Ceuta sin causar la expectación esperada y deseada por los suyos. Sobre todo si nos atenemos a lo que han dicho de él: que ha venido a su casa.
 

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