Tenía 28 años el joven hindú
residente en el CETI que pereció ayer en Ceuta cuando
buscaba una salida extrema a sus ansias por alcanzar Europa.
Logró burlar la atención de todos para encaramarse a los
bajos de un autocar que iba a partir hacia la península
aferrándose a los mecanismos de la rueda de respuesto. Pero
le fallaron las fuerzas y le falló la ‘suerte’. El autocar
no iba a partir inmediatamente hacia la península. El
recorrido del vehículo hasta la Plaza de África resultó
fatal. Cayó del escondite y fue arrollado por la propia
rueda trasera del autocar que certificó la tragedia. Una
más.
Triste, sobrecogedor suceso y extrema impotencia ante la
puñetera realidad mundial de que no se le pueden poner
puertas al campo o al mar. El hambre y el ansia de libertad
provoca actuaciones en el hombre difícilmente comprensibles
en este primer mundo en el que nos encontramos. Y debe ser
así cuando en realidad los países desarrollados, capaces de
ofrecer recursos reales con políticas directas y efectivas,
no lo hacen como debieran en aquellos países orígenes de
inmigración.
Eso por un lado, por otro, se hace necesario un control más
eficiente que evite estas circunstancias que dan lugar a
estas otras dramáticas situaciones. ¿Cómo?. Medios
policiales suficientes como para que un lugar [ya sea la
frontera, ya sea el puerto] no se convierta en lo que parece
ser que se han convertido: en lanzaderas de la inmigración
hacia Europa. O al menos así es como lo ven los desesperados
inmigrantes, ya sean del CETI o no.
Hasta ahora habíamos visto cadáveres de inmigrantes
aferrados a lo más alto de la valla fronteriza, entre las
piedras y orillas de nuestras playas. Nos faltaba por ver,
lamentablemente, esta otra forma de perder la vida en Ceuta.
Algún día tenía que ocurrir. La presión de la inmigración en
la frontera y en el puerto debe combatirse de algún otro
modo. Sobre todo por evitar más tragedias como ésta.
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