La ultima vez que hablé con Juan
Vivas fue en julio del 2007. La conversación creo que duró
cuatro o cinco minutos. Y charlamos de fútbol. Del fichaje
de Diego Quintero. Y a mí se me ocurrió decirle que
le esperaban unos meses difíciles. Los más complicados de su
mandato. Y él me respondió que todo estaba controlado.
Luego me lo tropecé en un día lluvioso cuando Vivas iba o
venía de plantar un árbol, en esa campaña que patrocina, si
no me equivoco, Carlos Chocrón. Y nos saludamos sin
pararnos, es decir, sobre la marcha, sin más. Pero a mí se
me ocurrió decirle que procurara no vivir en el olimpo. Que
los tambores de guerra estaban sonando.
El presidente me respondió con la mirada que suele ir
acompañada de un esbozo de sonrisa marca de la casa. Y que
sólo pueden descifrar quienes lo hayan tratado con
asiduidad. Le hervía en los ojos la ironía y procuraba
contenerse para no decirme una guasa “caballa”. Me di
cuenta, pues presumo de tenerle muy estudiado, de que se
quedaba a mitad de camino entre emplearse con sorna o
pararme los pies. Eso sí, dado que tiene un gran dominio de
sí mismo, no dejó de sonreír hasta que nos perdimos la cara.
Confieso, eso sí, que yo no le noté nervioso, intranquilo,
preocupado... Por más que él supiera que mi impertinencia,
ese decirle que se bajara del olimpo, porque estaban sonando
ya los tambores de guerra, era metáfora válida para
recordarle lo que se le avecinaba: un ataque directo a su
persona, recriminándole la gestión de algunos de sus
asesores y, por encima de todo, el traslado del Mercado de
Abastos a la Manzana del Revellín.
Y, claro, los ataques llegaron con una contundencia nunca
antes leída en un medio que siempre había sido afín a la
persona de Juan Vivas. Y mucho más al Vivas presidente de la
Ciudad. Y es que antes de producirse cambio tan radical, en
ese sitio primaba la censura en cuanto se escribía torcido
de Vivas y ya no digamos de Gordillo.
Mas pronto descubrimos la causa por la que Vivas tenía que
ser perseguido, maltratado, y a ser posible sambenitado
diariamente en la plaza pública del papel decano. Había y
hay en juego la concesión de varias emisoras de TDT. A
partir de ese momento, cuatro o cinco personas, muy
allegadas a Vivas, de toda la vida, decidieron montarle un
espectáculo constante en varios medios, para causarle los
trastornos consiguientes. Convencidos, pues creían conocerle
al dedillo, de que éste sería incapaz de soportar las
críticas acerbas y, por tanto, cedería a las primeras de
cambio.
En una palabra, que no dudaría en pedir árnica, amén de
acudir gustoso a someterse a las imposiciones de quienes
seguían pensando que trataban con el Vivas de siempre. El
funcionario metódico, con deseos de aprender, y que decía
amén a muchas propuestas de los políticos porque sabía de
sobra cómo se las gastan. Que cuando se les lleva la
contraria son como boxeadores golpeados: el doble de
peligrosos.
Pero esas personas no contaron con el Vivas actual. Un
político poderoso que está respaldado por una mayoría
absoluta que le ha permitido creer en sí mismo y olvidar
cualquier tipo de complejo como gobernante. Y han fracasado.
Pero, aun así, el presidente de la Ciudad debería evitar la
tentación de frecuentar el olimpo. En realidad, no es
aconsejable siquiera que lo visite. Lo cual no es fácil.
Sobre todo si no tiene quien se lo recuerde a cada paso.
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