Un año más, fiel a su cita anual,
llegan nuestros carnavales dispuestos a llenar de coplillas,
papelillos, serpentinas y alegría nuestras calles. Unos
carnavales que cumplen éste año, si no nos equivocamos, sus
bodas de plata. Y parece que fue ayer cuando un grupo de
ceutíes, con más corazón que conocimientos, nos dispusimos a
poner en marcha nuestros carnavales. Esa fiesta pagana
dedicada al dios Momo que tanta raigambre tenía en nuestra
tierra, donde alcanzó su mayor grado de esplendor con los
bailes de disfraces que se celebraban en el por aquel
entonces, llamado teatro del Rey.
Las comparaciones son odiosas y, por supuesto, no vamos a
comparar aquellos carnavales con los que celebramos en la
actualidad. La vida, con el paso del tiempo, ha ido
cambiando y alcanzando una mayor modernidad y unos grandes
avances técnicos que, de vivir, asombrarían a nuestros
abuelos. Por eso dejemos a los de aquella época con la
gloria alcanzada en sus carnavales y los actuales,
procuremos alcanzar ese esplendor que ellos alcanzaron.
Dos épocas distintas y distantes que en nada tienen parecido
alguno. Nuestra admiración a todos aquellos que lograron
alcanzar un enorme éxito de carnaval en su época y vayamos a
hablar del carnaval que nos ocupa, el de hoy, el de nuestros
tiempos.
De aquellos hombres y mujeres que iniciamos los carnavales,
pocos por no decir ningunos, seguimos subiéndonos al madero
a seguir participando, en los mismos, de forma directa.
Aunque es justo reconocer que algunos siguen ligados a los
carnavales, participando de alguna forma en ellos.
Otros, como es mí caso, nos desligamos completamente de los
carnavales, siguiéndolos por la televisión local. Quizás
porque los que nos desligamos totalmente de ellos, creímos
que había llegado la hora de decir adiós para dar paso a
sabia nueva que trajesen ganas e ilusión, para seguir
trabajando en pro de nuestros carnavales, tratando de
conseguir superar el listón en el que nosotros, los pioneros
del carnaval, lo habíamos colocado.
Quiero aclarar, para que no haya duda alguna, que me
desligue del carnaval, porque así lo decidió el peor
concejal de festejos en nuestra ciudad, en la historia de la
democracia, Antonio Bastida. El hombre me mandó al
ostracismo. La verdad sea dicha, no sólo a mí, sino a todos
aquellos que habían levantado los carnavales queriendo, en
todo momento, imponer sus deseos sobre como deberían ser los
carnavales, de los cuales no tenía ni idea. Los carnavales
durante su mandato, así como la feria, fueron cogiendo una
cuesta abajo, que hizo de esas dos fiestas las peores
celebradas. Ambas alcanzaron, gracias al desconocimiento del
concejal, sus peores épocas.
Durante años hemos pagado las consecuencias de esa mala
gestión y nos está costando Dios y ayuda levantar nuestros
carnavales. Pero poco a poco, sin prisa pero sin pausa,
están volviendo a coger el esplendor que tuvieron.
De nuevo éste año, desde la tranquilidad del sofá,
volveremos a ver nuestros carnavales.
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