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OPINIÓN - JUEVES, 31 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

La envidia
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando alguien acude al pedestal de la vida pública no está allí sólo para recibir aplausos; pues el mero hecho de encaramarse ya es un modo de agresión para el que mira desde abajo. Es una cita con la que me topo revisando apuntes. Aunque se me olvidó anotar el nombre de su autor.

Juan Vivas está en el pedestal de la vida pública de su tierra, desde hace varios años, porque así lo han querido los ciudadanos al votarle mayoritariamente, en dos ocasiones. Conviene resaltar que llegó a la política activa sin el menor desgaste. Y acompañado de una aureola de gran funcionario, de buen gestor, y sobre todo de hombre prudente, dialogante, discreto, etcétera.

Es verdad que obtuvo la presidencia por un voto de censura y siendo el quinto de la lista de su partido. Con lo cual ha tenido que soportar los denuestos de Antonio Sampietro y las críticas solapadas de quienes en el PP siguen considerándolo un intruso. Son pocos, la verdad sea dicha, pero cuando se les revuelve la bilis no dudan en largar lo suyo. Eso sí: mirando hacia todos los lados por si acaso hay espías. El miedo es libre.

Pues bien, ni lo dicho ni el desgaste que suele ocasionar el llevar ya casi ocho años de presidente han conseguido recortar un ápice, hasta el momento, la popularidad, la estima y consideración de que viene gozando Juan Vivas. Lo cual no deja de ser un fenómeno social que pocas veces se da. Y que podría ser contraproducente si la persona llevada en andas cayera en la tentación de levitar a cada paso.

Por tal motivo, conviene que haya personas que miren hacia arriba, hacia el lugar ocupado por Vivas, con ramalazos de envidia, a fin de que éste sepa que, por mucho poder que ostente, no le van a permitir que gobierne a su antojo o tome medidas irresponsables o corruptas. Y es que la envidia, según Fernando Savater, “es la virtud democrática por excelencia”. Gracias a ella, sigue diciendo el autor de “Ética para Amador”, se evita que unos tengan más derechos que otros y se mantiene la igualdad social. Y sirve, por encima de todo, para vigilar el correcto desempeño del sistema.

En Ceuta los hay que siguen pensando que podrían ser presidentes de la Ciudad. Porque están convencidos de que reúnen más cualidades que Vivas. Y, lógicamente, se vienen torturando al preguntarse, una y otra vez, qué tiene Vivas que no tengamos nosotros. Por qué éste se gana a la gente con tanta facilidad mientras a nosotros nos cuesta lo indecible conseguir varios cientos de votos. Y, claro, sufren el bien ajeno con la envidia desmedida de quienes quisieran apropiarse de lo bueno del otro, tener las ventajas del otro, pero a partir de la concepción de uno –recomiendo que lean a Savater-. Lo cual es del todo imposible.

Por consiguiente, es una pena que quienes están envidiosos por ver a Juan Vivas disfrutando del placer de ser profeta en su tierra, no sepan controlar su pecado. Puesto que están más preocupados de atentar contra la persona, por haber acaparado la atención y el afecto de innumerables ciudadanos, que de convertirse en envidiosos democráticos para que el poderoso no pueda hacer lo que quiera. Es el caso, y perdonen la insistencia, de Aróstegui. Que es, a fin de cuentas, el representante de los cuatro o cinco personajes de esta ciudad, a quienes les gustaría ver a Juan Vivas convertido en estatua de sal. ¡Cómo se atormentan, Dios!
 

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