Cuando alguien acude al pedestal
de la vida pública no está allí sólo para recibir aplausos;
pues el mero hecho de encaramarse ya es un modo de agresión
para el que mira desde abajo. Es una cita con la que me topo
revisando apuntes. Aunque se me olvidó anotar el nombre de
su autor.
Juan Vivas está en el pedestal de la vida pública de su
tierra, desde hace varios años, porque así lo han querido
los ciudadanos al votarle mayoritariamente, en dos
ocasiones. Conviene resaltar que llegó a la política activa
sin el menor desgaste. Y acompañado de una aureola de gran
funcionario, de buen gestor, y sobre todo de hombre
prudente, dialogante, discreto, etcétera.
Es verdad que obtuvo la presidencia por un voto de censura y
siendo el quinto de la lista de su partido. Con lo cual ha
tenido que soportar los denuestos de Antonio Sampietro y las
críticas solapadas de quienes en el PP siguen considerándolo
un intruso. Son pocos, la verdad sea dicha, pero cuando se
les revuelve la bilis no dudan en largar lo suyo. Eso sí:
mirando hacia todos los lados por si acaso hay espías. El
miedo es libre.
Pues bien, ni lo dicho ni el desgaste que suele ocasionar el
llevar ya casi ocho años de presidente han conseguido
recortar un ápice, hasta el momento, la popularidad, la
estima y consideración de que viene gozando Juan Vivas. Lo
cual no deja de ser un fenómeno social que pocas veces se
da. Y que podría ser contraproducente si la persona llevada
en andas cayera en la tentación de levitar a cada paso.
Por tal motivo, conviene que haya personas que miren hacia
arriba, hacia el lugar ocupado por Vivas, con ramalazos de
envidia, a fin de que éste sepa que, por mucho poder que
ostente, no le van a permitir que gobierne a su antojo o
tome medidas irresponsables o corruptas. Y es que la
envidia, según Fernando Savater, “es la virtud democrática
por excelencia”. Gracias a ella, sigue diciendo el autor de
“Ética para Amador”, se evita que unos tengan más derechos
que otros y se mantiene la igualdad social. Y sirve, por
encima de todo, para vigilar el correcto desempeño del
sistema.
En Ceuta los hay que siguen pensando que podrían ser
presidentes de la Ciudad. Porque están convencidos de que
reúnen más cualidades que Vivas. Y, lógicamente, se vienen
torturando al preguntarse, una y otra vez, qué tiene Vivas
que no tengamos nosotros. Por qué éste se gana a la gente
con tanta facilidad mientras a nosotros nos cuesta lo
indecible conseguir varios cientos de votos. Y, claro,
sufren el bien ajeno con la envidia desmedida de quienes
quisieran apropiarse de lo bueno del otro, tener las
ventajas del otro, pero a partir de la concepción de uno
–recomiendo que lean a Savater-. Lo cual es del todo
imposible.
Por consiguiente, es una pena que quienes están envidiosos
por ver a Juan Vivas disfrutando del placer de ser profeta
en su tierra, no sepan controlar su pecado. Puesto que están
más preocupados de atentar contra la persona, por haber
acaparado la atención y el afecto de innumerables
ciudadanos, que de convertirse en envidiosos democráticos
para que el poderoso no pueda hacer lo que quiera. Es el
caso, y perdonen la insistencia, de Aróstegui. Que es, a fin
de cuentas, el representante de los cuatro o cinco
personajes de esta ciudad, a quienes les gustaría ver a Juan
Vivas convertido en estatua de sal. ¡Cómo se atormentan,
Dios!
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