Soy católico, no por la Gracia de
Dios sino por la gracia de un Régimen que se presentaba a la
sociedad con el concepto religioso de ser más papista que el
Papa.
Imponer la religión o credo (cualquiera) a un inocente
infante, desde que nace, sin que el pobre pueda exclamar que
esa boca es suya me parece una imposición bastante desleal
si con el tiempo descubre, ese tierno infante, sus propias
creencias.
Soy cristiano no practicante. No soy practicante desde aquél
lejano día en que cumplí los dieciocho años y en
cumplimiento de una de las reglas exigidas y exprimidas por
aquel entonces, participé en el que sería mi última
actuación en un acto litúrgico. Fue en el acto de la
confesión… del que salí bastante asqueado.
Ya se que hoy en día los confesionarios son piezas de museo
aunque aún existen personas que se arrodillan en los
laterales. Pero por aquel entonces eran uno de los muebles
más usados después de los bancos de la iglesia.
Forzosamente. Y mi salida en un estado asqueado del último
confesionario era debida a la intromisión del sacerdote de
turno en mi vida privada, vida sexual se entiende… esa
pregunta de que cuantas pajas he pillado, sería de un guión
de vodevil si no fuera porque iba en serio el sacerdote.
Desde entonces, nunca más volví a acercarme a un
confesionario.
Como hasta hoy en día. Nunca entenderé que ve de malo la
Iglesia Católica en el acto humano más primitivo de todos
los actos. Nunca comprenderé a santo de qué, y valga la
redundancia, interfiere la Iglesia en los actos sexuales de
las personas, actos que no ofenden a Dios que por algo nos
creó a semejanza de tuerca y tornillo sin vueltas.
Si el máximo representante de la Iglesia Católica está en
contra de los condones, para empezar, está metiéndose en
plancha y de barrena en el pozo sin fin de pérdidas de
fieles. No vayan a creer Vds. que ahora los novios o parejas
gocen de la vida para luego pasarse a base de duchas frías o
meterse en una parroquia y escuchar los salmos de Escrivá de
Balaguer, que es lo que desfonda la libido, recitados por el
sacerdote de turno.
Sobre el aborto ya escribiré en otro momento, aunque
encabece el título de éste artículo, porque el tema
principal en el que quiero medrar es el SIDA. Si tenemos en
cuenta que Benedicto XVI ha decidido mantener la oposición
de la Iglesia al uso de condones para impedir la infección
de ese virus asesino, no comprendo cómo ha hecho tan
visceral cambio después de haber pedido al Consejo
Pontificio sobre Cuidados Pastorales de Salud que llevase a
cabo un estudio científico, técnico y moral sobre la
prevención del sida.
Este Papa de hoy, tan inmovilista como el primer Papa Borgia,
también ha reafirmado la firme oposición de la Iglesia al
aborto, pero ha corrido alegremente a patrocinar una
conferencia científica sobre el cambio climático. Esto
implica que muchos católicos estemos en desacuerdo con esa
postura papal sobre asuntos como la ciencia y la salud.
No creo que no comprenda, el Papa, la importancia del uso
del preservativo hoy en día, primero porque el uso del
condón puede hacer frente a la epidemia del sida y no creo
que ignore que han muerto más de 68.000 mujeres cada año,
por practicar el aborto en condiciones peligrosas, cuando
podían haberlos realizado en centros especializados.
No comprendo, en definitiva, el odio que siente la Iglesia
contra la Ciencia, si no es por la corazonada de que ésta
última descubra cosas que evidencien a la primera. Pero
existiendo el diálogo puede resultar compatible la
existencia de ambas. Esa postura favorable está representada
en la figura del candidato a Papa en 2005, el cardenal Carlo
Martín (que no tiene nada que ver con el vermú), que expresó
su apoyo al uso de preservativos y que la legalización del
aborto tiene el efecto positivo de reducir el número de
interrupciones ilegales de embarazos. Tal vez por esa
postura no haya sido elegido.
Lo dicho, no se que pinta la Iglesia Católica con los actos
sexuales de los humanos terrestres, cuando lo suyo es la
espiritualidad de los celestes… y mira por donde sus
trabajadores sociales católicos, que están cumpliendo tareas
esenciales en países del África negra, hacen caso omiso de
la política de su Jefe en ambas materias y distribuyen
condones que da gusto saberlo.
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