Así, con mayúscula para que se
note bien. El siglo pasado vivió la eclosión de movimientos
políticos mundiales de ideología comunista (la III
Internacional leninista o la IV, trotskista), el liberalismo
también se agrupa en la suya así como la democracia
cristiana por lo que, en principio, no debería haber ninguna
prevención a que los musulmanes se organizaran,
jurídicamente, alrededor de sus principios. El problema es
que superada la Guerra Fría, el islamismo (la versión
política de una religión) se perfila con su carácter
insurgente y desestabilizador como una seria amenaza para
las democracias occidentales, por dos motivos muy claros: su
negación de nuestros valores y su asunción, táctica, del
sistema político vigente en Occidente para penetrarlo,
primero y darle la vuelta después. Nunca me cansaré de
escribirlo: “Os conquistaremos con vuestra Constitución y os
someteremos con nuestro Islam”, ataque en el que se perfilan
varios frentes de lucha (y no amigo lector, no me refiero al
terrorismo islamista, ese es otro asunto: escribo de “islamización”):
la emigración (clandestina en gran medida), la notoria
fertilidad de la mujer musulmana, la liberación de espacios
urbanos (barriadas, centros de trabajo, académicos…), la
imposición de vestimenta y la revisión de la historia. Por
decirlo en dos palabras y tras unos cuantos años de estudio
y convivencia (a mí que no intenten enmendarme la plana con
el buen rollito del diálogo o la interculturalidad, porque
las lecciones, “jais”, las doy yo) me atrevería a decir que,
antropológicamente, la especie humana se divide en dos: los
musulmanes (la comunidad, la “Umma”) y el resto de los
mortales.
Me dio ayer noche por revisar los escritos del mariscal
Lyautey, en sus tiempos “Résident Général” en Rabat durante
los tiempos del Protectorado francés en Marruecos,
encontrando subrayadas en sus memorias (una de mis manías es
“enguarrar” los libros con llamadas y acotaciones) el
siguiente párrafo: “… aunque no hay unidad política en el
Islam, existe una solidaridad a toda prueba entre los
musulmanes y, sobre todo, una solidaridad religiosa. El
Islam es una caja de resonancia… todo se propaga y se
amplifica con una rapidez singular”. Perspicaz análisis que
subrayo en su totalidad y del que debería tomarse buena
nota.
Vienen estas líneas a colación de los últimos
acontecimientos entre Palestina e Israel, pésimamente
descritos y obscenamente manipulados por los países y
sociedades islámicas, desviando muchos regímenes su
problemática interna hacia el “Gran Enemigo”, el único
Estado democrático de Oriente Medio (con sus luces y
sombras), Israel. Hoy sábado concluyo a toda prisa esta
columna pues los islamistas parlamentarios marroquíes, el
PJD, organiza una “sentada” en solidaridad con los
palestinos a escasa distancia de mi casa y mañana, para
cuando lean estas líneas, se habrá celebrado una gran
manifestación contra el enemigo judío en Tetuán. Fátima
Ahmed, la política de UDCE (una persona inteligente y que me
causó una excelente impresión cuando la conocí), sentenció
el pasado viernes en Ceuta: “Hoy queremos declarar: soy
ceutí, soy español y soy palestino”. Pues bien, hoy yo
quiero afirmar: “soy asturiano, soy ceutí, soy español y soy
israelí”.
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