Ayer la Universidad española (con
criterio sumamente respetable, pero a estas alturas
abiertamente confesional y disonante con el espíritu de la
Constitución) festejó a su santo patrón, el dominico
italiano Tomás de Aquino (1224-1274), de noble cuna e hijo
espiritual del español Santo Domingo de Guzmán, cuya Orden
-los Dominicos, popularmente conocida como “Los Canes del
Señor”- recibió de manos de los Papas la dirección de la
tenebrosa Inquisición. Tomás de Aquino, quien fuera
canonizado en 1323, escribió oportunamente: “los honores que
rendimos a los santos son una cierta profesión de fe por la
cual creemos en su gloria y se ha de creer piadosamente que
incluso en ese punto el juicio de la Iglesia no es capaz de
errar”. Naturalmente. Pese a sus pocos milagros en vida
algunos entusiasmados hagiógrafos arguyeron que su obra
intelectual era, por sí sola, milagrosa por el derroche de
sabiduría que destilaba, siendo precisamente la prueba
definitiva para la santificación (como recuerda el profesor
M. Goodich) su trayectoria académica, “la historia de un
combate intelectual contra judíos, cismáticos y herejes”
(citado por L. Woodward en “La fabricación de los santos”,
obra publicada en España en 1991). Una “carrera” poco
asumible y acorde con los criterios de hoy día…
El siglo XIII fue en la Europa cristiana el de las grandes
construcciones teológicas, a cargo de una triada de doctores
escolásticos (San Alberto Magno y San Buenaventura) entre
los que se encontraba nuestro hombre, por mérito propio uno
de los principales filósofos y teólogos del Cristianismo. Su
sistema tomista (Abbagnano, “Hª de la Filosofía, Vol. I) “se
basa en la determinación rigurosa de la relación entre la
razón y la revelación”, construyendo “una magnífica
síntesis” (explica Salvador Giner) “entre Aristóteles (cuya
obra tradujo del griego, logrando que la Universidad de
París levantara la prohibición de su lectura) y la visión
cristiana del mundo y de los hombres”. Son clásicas sus
Cinco Vías (magistralmente comentadas el siglo pasado por el
teólogo Hans Kung en “¿Existe Dios?”, obra traducida al
español en 1979) para probar la existencia divina. Para
Santo Tomás tres son los dogmas fundamentales de la religión
cristiana (Creación, Trinidad y Encarnación), refutando por
el contrario la concepción religiosa de María (que el papa
Pío IX convertiría tardíamente en uno de los dogmas del
catolicismo el 8 de diciembre de 1854), aunque no llegó a
tanto en sus sesudas argumentaciones como el obispo magrebí
de Hipona, San Agustín, quien defendió que la Virgen María
habría concebido a Jesús por una de sus castas orejas… ¿No
me creen?. Pregunten, pregunten a los Agustinos, que en
Ceuta los tienen muy cerca…
No parece en todo caso que figuras como la de Tomás de
Aquino, pese a su indudable altura intelectual, sean hoy el
referente de una Universidad democrática, abierta, tolerante
y plural, acorde con los tiempos de la sociedad actual. ¿O
acaso España sigue siendo la vanguardia de la Santa Sede, un
país confesionalmente católico a machamartillo?. Por otro
lado a la juventud hay que educarla, pero no domesticarla;
instruirla y no dogmatizarla, porque como ya advertía hace
casi dos mil quinientos años el filósofo chino Confucio
“Aprender sin pensar es inútil, pero pensar sin aprender,
peligroso”.
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