A mí me agrada sobremanera que los
jóvenes periodistas toquen todos los géneros. Y muchas
veces, cuando yo me pasaba horas y horas en la redacción,
tratando de aprender el oficio a base de trabajar duramente,
les animaba a que opinasen. Confieso que, de vez en cuando,
todavía lo hago.
Yo suelo tener la buena costumbre de leer todas las
opiniones que se publican en esta tierra. Tanto las de los
diletantes como las de los profesionales. Y, desde luego, me
encanta empaparme de lo que opinan esos nuevos valores que
tratan de abrirse camino en una actividad compleja, mal
remunerada, y donde los hay que han nacido ya con la mala
baba que la profesión exige.
Pero para hacer una columna no basta con escribirla
decorosamente y administrarle una ración grande de mala
leche, no. Hay, por encima de todo, que afrontarla como un
juego. Porque entonces las ideas no saldrán atropelladas y
uno no dirá nada de lo que luego tenga que arrepentirse.
Yo entiendo que haya jóvenes periodistas que estén
dispuestos a airear que “Juan Vivas ha enterrado la
democracia bajo una tumba de sonrisas, caras amables y
apretones de mano”. Están en su derecho a decir lo que
piensan. Y comprendo que les hierva la sangre al comprobar
que la derecha que ellos conocieron de niños, cuando
Manolo de la Rubia, Antonio Bernal y Carlos
Guerrero, entre otros, daban muestras diarias de un
talante democrático nunca visto y que tanto echan de menos
en estos momentos. Me parece estupendo que añoren aquellos
años. Por más que debieran saber ya que tiempos pasados
nunca fueron mejores.
Lo que me parece de mucho atrevimiento, sin ninguna duda, es
hablar del pasado sin conocimiento o ateniéndose nada más
que a los hechos y comportamientos que ellos desean
catalogar como verdades. Y es ahí, precisamente, donde
yerra, entre los periodistas jóvenes opinantes, el que desea
demostrarnos a toda costa que Juan Vivas es un
pequeño dictador...
Leonardo Campoamor conoce la historia política de su
pueblo en una sola dirección. La que ha oído en su casa y la
que le han venido contando los conocidos de su familia. Y
hasta el momento, según deduzco de sus opiniones, no ha
querido nutrirse de otras fuentes que le permitan saber más
sobre cuestiones de un pasado que parecen amargarle la
existencia. Lo cual no deja de ser un problema para quien
cuenta con una formación estupenda y aptitudes sobradas para
destacar en el periodismo. Se lo digo a modo de consejo,
aunque bien sé, dada mi experiencia, que los jóvenes suelen
creer que a los de mi edad es conveniente no prestarnos la
menor atención. Y a lo mejor llevan razón: pues solemos,
salvo raras excepciones, no pasarnos cuando nos da por jugar
a las siete y media. Y exhalamos, claro es, olor a
conservadurismo trasnochado.
De cualquier manera, aunque LC esté en su derecho de
hacerlo, la osadía de éste llega hasta el extremo de tratar
de denigrar a Juan Vivas mediante la comparación con
alcaldes a los que, a pesar de los pesares, les califica de
más cabales, más responsables y más transparentes que el
actual. Y, claro, le ha salido un sarcasmo que bizquea. El
desconocimiento del pasado y el pésimo gusto, unidos,
descalifican a cualquiera. Espero, joven periodista, no
tener que sacarte de tu error. No es mi deseo.
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