Un lujo. Aquí estoy, conmigo
mismo, en el corazón del país rifeño tomando el aire de la
montaña en las estribaciones del nevado “yebel” Tidirhin, el
monte más alto (2.448 metros) entre Tánger y Nador, a la
vera de la mítica Ketama (con su histórico “Llano Amarillo”
y el monumento homónimo, trasladado después del fin del
Protectorado, en 1956, a Ceuta). Son las 9.30 locales y los
rayos del sol, aun tibios, inundan de pleno la agradable
terraza del café “Badr” (de épica resonancia en recuerdo de
la batalla del mismo nombre en marzo del 624, en la que
Mahoma y 300 de los suyos se cubrieron de gloria), un
moderno “restaurante-patisserie” levantado con impulso de la
economía local. Amanecí ayer, lectores amigos, yantando un
opíparo desayuno, con sus olivas y huevos de “pita” (“de les
que corren por les caleyes, sí oh”), cerca de las 7 de la
mañana en Sharafat, entre Bab Taza y Bab Berred, con el sol
pugnando por salir tras las montañas y el lucero del alba
brillando, todavía, en el aterciopelado firmamento.
Tras dejar Ketama se alcanza Targuist (dejando a un lado la
desviación al antiguo puerto de Badis, junto a Torres de
Alcalá y el Peñón de Vélez de la Gomera), villa en la que un
27 de mayo de 1926 Abdelkrím Ben El Khatabi, emir de la
efímera “República del Rif”, se entregaba con veintisiete de
los suyos junto a un convoy de doscientas mulas con los
bienes de su familia (¿o del frustrado Estado rifeño?) y una
cantidad estimada en un cuarto millón de dólares (citado por
Woolman en base a un trabajo de A. Sánchez Pérez), y tras
una larga bajada la olorosa tierra de la lavanda, Alhucemas
la luminosa, ayer cubierta por un mar de nubes bajas. ¿Han
comido “pescaíto” alguna vez en su puerto?. Les sugiero el
agradable y popular restaurante “Mimoun”, abajo en la
dársena abrigado bajo un roquedo, con vistas a Cala Quemado,
al fondo el Peñón y, a un lado, la mezquita con su
tradicional tejado verde y el alminar pintado de blanco y
azul celeste. El abigarrado y colorista muelle pesquero
bullía de afanosa actividad mientras, en el dique norte,
cuatro pequeñas patrulleras de la Marina Real marroquí
(unidas por parejas) se balanceaban suavemente al compás de
las aguas. El centro de la ciudad, sumido en obras, vomitaba
al exterior la rojiza tierra de la zona bajo una cubierta de
grises nubes mientras, hacia arriba de la montaña, el cielo
brillaba soleado e impoluto vestido de un fuerte color añil.
No tengo ni pajarera idea de lo que está pasando en el resto
del mundo (mi mundo, hoy, es éste: el Rif), pero quisiera
explicarles algo tras las últimas detenciones de la célula
de presuntos terroristas islamistas en Barcelona (integrados
según parece en el oscuro movimiento “Tabligh”) y mi
andanada sobre cierto personajillo local, muy conocido en
Ceuta y en el extranjero donde no deja de viajar pese a
estar oficialmente de baja (¿acaso la Seguridad Social no
cuenta con inspectores de Trabajo?). Sí hombre, “sidi”
Laarbi Maateis. Me parece vergonzoso que este elemento,
cabeza visible del “Tabligh” en Ceuta, especializado en
romper la puerta del despacho de cierto alto funcionario a
patada limpia y en amenazar con poner una bomba en un
histórico medio de comunicación de la ciudad, siga suelto
por ahí. ¿No les parece?.
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