Más de un año para reparar una red inalámbrica se antoja
mucho tiempo. Más aún cuando se trata de la Casa de la
Juventud –dependiente de la Consejería de Educación, Cultura
y Mujer–, la cual debe tener artritis si se tiene en cuenta
que sólo de miércoles a viernes se puede navegar realmente
en el Aula de Internet, cuyos viejos ordenadores no tienen
instalado ni el indispensable procesador de texto Word ni
permite descargarse información, ni hay pen-drives ni
siquiera disquettes a disposición de los usuarios. La Casa
de la Juventud tiene artrosis.
Una cosa es navegar por Internet para consultar información,
el correo o lo que sea. Eso, a duras penas, se puede hacer
en la casa de la desidia, pero no atraviese la ciudad con un
portátil a cuestas pensando que podrá trabajar seriamente en
la Casa de la Juventud, más o menos abandonada a su suerte
por la Consejería de Educación, Cultura y Mujer del Gobierno
de Ceuta.
Una docena de ordenadores componen el cacareado Aula de
Internet. Conecté mi portátil a la red para poder trabajar
con más seguridad a la hora de consultar la información
bancaria, por ejemplo, pero no era posible acceder a
Internet, por lo que no me quedó otra que intentar navegar
en uno de los ordenadores de sobremesa y pasar la
información en un pen-drive. Me pedía una contraseña y como
allí no había ningún monitor, bajé las escaleras y pregunté
en información.
– Es que el informático no viene hasta el miércoles –me
contestó. ¡Maldita sea, era lunes!
– ¡Pero el horario es de lunes a viernes!
– Ya, pero el informático suele venir a partir del miércoles
–repitió.
– No lo entiendo. Entonces no se puede utilizar el Aula ni
los lunes ni los martes, osea sólo de miércoles a viernes.
Tres días. A pesar de que el horario es de lunes a viernes.
Se encogió de hombros.
– ¡Menudo Aula de Internet! –dije.
– Puedes ir aquí al lado, a la biblioteca de la Casa. Allí
tienen Internet.
Entré en la biblioteca y pregunté por dónde podía
conectarme.
El chico miró mi portátil y dijo:
– La wi-fi no funciona.
– ¡Vaya por Dios!
– Se la llevaron hace un año para repararla y hasta hoy –se
quejó.
– ¡Un año para repararla!
Se encogió de hombros.
– Pero puedes navegar aquí, si es que hay algún ordenador
libre.
Uno de los seis ordenadores estaba libre. Traté de conectar
el portátil para acceder a la red desde el mismo, pero, una
vez más, era imposible.
Apagué el portátil con resignación y me puse a navegar por
el viejo ordenador de sobremesa. Consulté el correo y cuatro
cosas más y comprobé que no se podían descargar archivos al
escritorio. ¡Vaya por Dios!
Y quise entonces escribir –porque uno se cree escritor–.
¿Dónde esta el Word? –me preguntaba. En su lugar había un
procesador de texto como para niños, muy extraño e
ineficiente.
– Es que no se renovó la licencia del Word y utilizamos uno
que es gratuito.
Me había olvidado el pen-drive en casa, por lo que pregunté
si me podían prestar uno para pasarlo al portátil y
devolverlo.
– No tenemos.
– ¡Vaya por Dios!
– No tenemos ni disquettes. Esto es un desastre –me
confirmaron los propios trabajadores de la Casa de la
Juventud artrítica.
– Si es que esto sólo sirve para que los adolescentes vengan
y chateen con sus colegas –me quejé.
– Ya lo sabemos. Estamos hartos de quejarnos, pero no hacen
nada.
Salí de la Casa de la Juventud como si hubiera envejecido
diez años. Me sentía como Josef K en El proceso de Kafka y
pensando si es que la ciudad autónoma de Ceuta está en
bancarrota o es sólo desidia: goteras que se perpetúan en el
tiempo en las oficinas de Ceuta Center, muros de prisiones
que se caen y no se reparan, polígonos que se entierran
entre basura y cartones... Y ahora descubro también que la
Casa de la Juventud convalece de artritis severa.
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