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OPINIÓN - DOMINGO, 20 DE ENERO DE 2008

 
Análisis

Miscelánea semanal

Por Manolo de la Torre


Lunes. 14

Suspendo mi caminata mañanera por culpa de la lluvia. La insatisfacción, cuando no me es posible andar varios kilómetros, no cambia ni siquiera con el paso de los años. Sigo pensando que es el mejor ejercicio que uno puede practicar. Sobre todo si hay que estar mucho tiempo sentado. El día parece metido en agua y decido también prescindir de mi habitual paseo por el centro de la ciudad. Con lo cual me privo de otro de mis placeres diarios. Pero quedarme en casa me sirve para coger el teléfono que suena a mediodía. Quien llama es alguien que era muy apreciado por mí cuando jugaba al fútbol y a quien sigo teniéndole ley. Me dice que varios ex compañeros se habían reunido para celebrar una comida en la cual se pudieran recordar anécdotas. Vivencias que permanecen en la alacena de la memoria. Me contó lo mucho que se habían divertido y cómo el ambiente se fue caldeando hasta llegar a los postres sometidos todos a la necesidad de opinar con relación a los entrenadores que habían tenido. Y es cuando Manuel Solano me regala el oído: “Manolo, todos los ex futbolistas, incluso quienes aceptaban tu disciplina a regañadientes, en los años 70 y 80, me eligieron para que te pusiera al tanto de lo que aún piensan de ti”. La verdad es que paso de los halagos por una razón bien sencilla: no le hago ascos a hacerme yo el artículo. Y es que hablar de uno mismo es muy necesario. Porque difícilmente lo harán los demás, salvo por intereses y siempre haciendo uso del pero correspondiente.

Martes. 15

Me hallo con Pepe Sillero en el Puente del Cristo. Y, como es habitual cada vez que nos topamos, nos ponemos a pegar la hebra. Pepe, incansable andariego, tiene también mucho tiempo para leer. Me recomienda una novela de Ignacio Cembrero: “Vecinos alejados”. Y yo le anticipo lo mucho que disfrutará si lee “Vida y destino” de Vasili Grossman. Pero pronto dejamos de hablar de literatura y nos metemos a deliberar sobre la Manzana del Revellín. Pepe no entiende los motivos por los cuales no se le dice a la gente la verdad sobre un asunto que huele mal. A mí me da por responderle que el olor nauseabundo viene de largo. Desde muy atrás. Y, claro, salen a relucir nombres, fechas, intereses, y cómo hay personas dispuestas a sacar tajada de tan rico melón. No cabe la menor duda de que Adolfo Espí se conoce de pe a pa todos los entresijos de la manzana. Y podría enumerarlos de principio a fin. Pero es lo que yo le refiero a Sillero: Espí me ha prometido contarme todo lo que sabe al respecto cuando todo el lío se haya acabado. Así que debo armarme de paciencia. Y hasta tengo la impresión de que lo que pudiera contarme, entonces, no sería toda la verdad de lo ocurrido, sino más bien la parte correspondiente a la persona que ha venido denunciando la obra por considerarla un pelotazo. Así que le recomiendo a Pepe Sillero que vaya en busca de Juan Luis Aróstegui y le pida información antes de que yo sea puesto al tanto del papel que viene desempeñando el secretario General de Comisiones Obreras en un asunto que está levantando ampollas.

Miércoles. 16

Muchas son las personas que leen esta miscelánea. Lo cual me congratula. Puesto que uno escribe para ser leído. De ahí que tomando el aperitivo en cafetería céntrica, llamen mi atención quienes están metidos en habladurías. Uno de los participantes en esos dimes y diretes se dirige a mí con todo respeto para decirme si le puedo explicar la causa por la que no salió el nombre de José María Campos en la crítica hecha por mí sobre las personas que el periódico “El Mundo” ha considerado las más influyentes de Ceuta. Por una razón muy sencilla –le respondí-: porque también dejé fuera a otras por falta de espacio. Creo recordar que eran diez y que sólo nombré a cuatro o cinco. ¿Puedo saber el motivo de su pregunta? “Por supuesto. Aquí estábamos discutiendo que usted había omitido el nombre de José María Campos por evitarse problemas. Que había elegido para hacer su crítica a quienes gozan de menos poder. Le vale mi contestación”. Sí, claro que sí... Pero yo le ruego a ustedes que presten oído: José María Campos es persona que está en posesión de un gran bagaje cultural. También es un empresario que goza de respeto en la ciudad. Pero tampoco entiendo que “El Mundo” lo tenga por persona influyente en la ciudad. Al menos para mí. En esta ciudad, quienes influyen de verdad son las personas que gozan de poder. Los encargados de tomar decisiones. Y esas, mientras no se demuestre lo contrario, son el presidente de la Ciudad y el delegado del Gobierno. Los demás, por más que quieran lucir palmito en tal sentido, no dejan de ser ciudadanos que suelen destacar posiblemente en su casa y en sus empresas. Quienes la tengan. En cuanto a las instituciones, quien escribe siente respeto por todas, pero jamás se ha prestado a la sumisión. Luego llegaron las invitaciones mutuas.

Jueves. 17

Llego a la barra del Hotel Parador La Muralla con el tiempo justo de tomar la cerveza apetecida. En el hotel me sigo encontrando muy a gusto. Aunque reconozco lo mucho que me agradaría que el establecimiento volviera a reverdecer su pasado exitoso. Me pongo a conversar con Antonio, jefe de barra, a quien conocí hecho un chaval. Y no me doy cuenta de que en el fondo del local está sentado José Antonio Rodríguez: Consejero de Gobernación. Fue él quien se acercó para saludarme, pues hacía ya cierto tiempo que no coincidíamos. Nunca he negado la simpatía que le profeso a JAR. Y también he destacado, en los momentos que se ha encartado, que el hombre tiene don de gentes y que sabe pisar la calle. Amén de que es agradable y cuenta con buena presencia. Tampoco hace falta ser Churchill para desenvolverse en la política local. Lo primero que hago es felicitarle por una actuación suya. Una intervención, como consejero, que me habían celebrado antes de hallarme con él. Me pusieron al tanto de que lo habían visto subido en un camión tratando por todos los medios de arreglar un problema de transporte que se había enconado. La verdad es que cuando le pregunté al respecto sonó su teléfono portátil y me quedé sin respuesta. La llamada, por lo visto, era para requerir su presencia en un despacho y allá que se despidió de mí a la carrera. Espero que mañana, por medio de la prensa, pueda enterarme de esa gestión que José Antonio Rodríguez cumplió de manera sobresaliente y poniendo en práctica el aprendizaje adquirido en el asfalto.

Viernes. 18

Recibo el catálogo de Chocrón Joyeros. El perteneciente a 2008. Es una maravilla. Un recreo para la vista. Y, por si fuera poco, Ceuta ha sido la elegida para darle el toque especial a una exposición de joyas ya de por sí deslumbrantes. Las fotografías de Remedio Cervantes y Darío Barro, modelos, son extraordinarias. Sobre todo teniendo como fondo edificios emblemáticos de la ciudad y monumentos donde la grandeza del pasado recibe la mirada apasionante e insondable de quienes la descubren por primera vez y de cuantos gozamos de la oportunidad de admirarla diariamente. De Carlos Chocrón no me cansaré de decir que sigue conservando ese buen gusto que lo ha distinguido siempre. Un modo de ser que está sólo al alcance de las personas tocadas por una sensibilidad especial. Y, además, de un tiempo a esta parte viene dando pruebas evidentes de agradecimiento a una ciudad en la cual se ha desarrollado su vida comercial. Estimado Carlos, me vas a permitir que te diga que el catálogo es una auténtica virguería. Un lujo en todos los aspectos. Si bien es conveniente aclarar, para quienes no te conozcan, que cuando tú decides hacer algo el éxito está asegurado. Es el derecho que tienes a deleitarnos con la distinción que te caracteriza.

Sábado. 12

Me entero de la muerte de Diego Sánchez Baglietto. Quien llevaba ya muchos años siendo secretario provincial de la Cruz Roja en Ceuta. Yo tuve muy buenas relaciones con él, durante mucho tiempo, y siempre que nos veíamos solíamos echar la parrafada lógica. Aunque es verdad que llevábamos ya años que apenas nos topábamos. La noticia, amén de producirme el consiguiente pesar que produce la muerte de cualquier persona y mucho más si se la ha tratado, me hacer recordar aquellos años donde la política en Ceuta imperaba de manera arrebatada. Primaba, por encima de todo, una pasión expresada de forma directa. En los años ochenta, que son a los que me refiero, parecía como si cada persona tuviera en su cabeza la fórmula válida para todo y preñada a su vez de eficacia y bienestar. Escribí, en su día, que nunca había visto antes en ningún otro sitio la disputa feroz entre partidos y mucho menos que los ataques a las personas fueran tan encarnizados. A lo que iba, que recuerdo a Diego Baglietto como compañero de tertulia muchas noches en el “Pub Tokio”. Cuando los socialistas se ufanaban del liderazgo de Felipe González y la sede de la calle Daoíz era el sitio más frecuentado de una Ceuta en la que los partidos crecían como hongos. Adiós, amigo...
 

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