Lunes. 14
Suspendo mi caminata mañanera por culpa de la lluvia. La
insatisfacción, cuando no me es posible andar varios
kilómetros, no cambia ni siquiera con el paso de los años.
Sigo pensando que es el mejor ejercicio que uno puede
practicar. Sobre todo si hay que estar mucho tiempo sentado.
El día parece metido en agua y decido también prescindir de
mi habitual paseo por el centro de la ciudad. Con lo cual me
privo de otro de mis placeres diarios. Pero quedarme en casa
me sirve para coger el teléfono que suena a mediodía. Quien
llama es alguien que era muy apreciado por mí cuando jugaba
al fútbol y a quien sigo teniéndole ley. Me dice que varios
ex compañeros se habían reunido para celebrar una comida en
la cual se pudieran recordar anécdotas. Vivencias que
permanecen en la alacena de la memoria. Me contó lo mucho
que se habían divertido y cómo el ambiente se fue caldeando
hasta llegar a los postres sometidos todos a la necesidad de
opinar con relación a los entrenadores que habían tenido. Y
es cuando Manuel Solano me regala el oído: “Manolo,
todos los ex futbolistas, incluso quienes aceptaban tu
disciplina a regañadientes, en los años 70 y 80, me
eligieron para que te pusiera al tanto de lo que aún piensan
de ti”. La verdad es que paso de los halagos por una razón
bien sencilla: no le hago ascos a hacerme yo el artículo. Y
es que hablar de uno mismo es muy necesario. Porque
difícilmente lo harán los demás, salvo por intereses y
siempre haciendo uso del pero correspondiente.
Martes. 15
Me hallo con Pepe Sillero en el Puente del Cristo. Y,
como es habitual cada vez que nos topamos, nos ponemos a
pegar la hebra. Pepe, incansable andariego, tiene también
mucho tiempo para leer. Me recomienda una novela de
Ignacio Cembrero: “Vecinos alejados”. Y yo le anticipo
lo mucho que disfrutará si lee “Vida y destino” de Vasili
Grossman. Pero pronto dejamos de hablar de literatura y
nos metemos a deliberar sobre la Manzana del Revellín. Pepe
no entiende los motivos por los cuales no se le dice a la
gente la verdad sobre un asunto que huele mal. A mí me da
por responderle que el olor nauseabundo viene de largo.
Desde muy atrás. Y, claro, salen a relucir nombres, fechas,
intereses, y cómo hay personas dispuestas a sacar tajada de
tan rico melón. No cabe la menor duda de que Adolfo Espí
se conoce de pe a pa todos los entresijos de la manzana. Y
podría enumerarlos de principio a fin. Pero es lo que yo le
refiero a Sillero: Espí me ha prometido contarme todo lo que
sabe al respecto cuando todo el lío se haya acabado. Así que
debo armarme de paciencia. Y hasta tengo la impresión de que
lo que pudiera contarme, entonces, no sería toda la verdad
de lo ocurrido, sino más bien la parte correspondiente a la
persona que ha venido denunciando la obra por considerarla
un pelotazo. Así que le recomiendo a Pepe Sillero que vaya
en busca de Juan Luis Aróstegui y le pida información
antes de que yo sea puesto al tanto del papel que viene
desempeñando el secretario General de Comisiones Obreras en
un asunto que está levantando ampollas.
Miércoles. 16
Muchas son las personas que leen esta miscelánea. Lo cual me
congratula. Puesto que uno escribe para ser leído. De ahí
que tomando el aperitivo en cafetería céntrica, llamen mi
atención quienes están metidos en habladurías. Uno de los
participantes en esos dimes y diretes se dirige a mí con
todo respeto para decirme si le puedo explicar la causa por
la que no salió el nombre de José María Campos en la
crítica hecha por mí sobre las personas que el periódico “El
Mundo” ha considerado las más influyentes de Ceuta. Por una
razón muy sencilla –le respondí-: porque también dejé fuera
a otras por falta de espacio. Creo recordar que eran diez y
que sólo nombré a cuatro o cinco. ¿Puedo saber el motivo de
su pregunta? “Por supuesto. Aquí estábamos discutiendo que
usted había omitido el nombre de José María Campos por
evitarse problemas. Que había elegido para hacer su crítica
a quienes gozan de menos poder. Le vale mi contestación”.
Sí, claro que sí... Pero yo le ruego a ustedes que presten
oído: José María Campos es persona que está en posesión de
un gran bagaje cultural. También es un empresario que goza
de respeto en la ciudad. Pero tampoco entiendo que “El
Mundo” lo tenga por persona influyente en la ciudad. Al
menos para mí. En esta ciudad, quienes influyen de verdad
son las personas que gozan de poder. Los encargados de tomar
decisiones. Y esas, mientras no se demuestre lo contrario,
son el presidente de la Ciudad y el delegado del Gobierno.
Los demás, por más que quieran lucir palmito en tal sentido,
no dejan de ser ciudadanos que suelen destacar posiblemente
en su casa y en sus empresas. Quienes la tengan. En cuanto a
las instituciones, quien escribe siente respeto por todas,
pero jamás se ha prestado a la sumisión. Luego llegaron las
invitaciones mutuas.
Jueves. 17
Llego a la barra del Hotel Parador La Muralla con el tiempo
justo de tomar la cerveza apetecida. En el hotel me sigo
encontrando muy a gusto. Aunque reconozco lo mucho que me
agradaría que el establecimiento volviera a reverdecer su
pasado exitoso. Me pongo a conversar con Antonio, jefe de
barra, a quien conocí hecho un chaval. Y no me doy cuenta de
que en el fondo del local está sentado José Antonio
Rodríguez: Consejero de Gobernación. Fue él quien se acercó
para saludarme, pues hacía ya cierto tiempo que no
coincidíamos. Nunca he negado la simpatía que le profeso a
JAR. Y también he destacado, en los momentos que se ha
encartado, que el hombre tiene don de gentes y que sabe
pisar la calle. Amén de que es agradable y cuenta con buena
presencia. Tampoco hace falta ser Churchill para
desenvolverse en la política local. Lo primero que hago es
felicitarle por una actuación suya. Una intervención, como
consejero, que me habían celebrado antes de hallarme con él.
Me pusieron al tanto de que lo habían visto subido en un
camión tratando por todos los medios de arreglar un problema
de transporte que se había enconado. La verdad es que cuando
le pregunté al respecto sonó su teléfono portátil y me quedé
sin respuesta. La llamada, por lo visto, era para requerir
su presencia en un despacho y allá que se despidió de mí a
la carrera. Espero que mañana, por medio de la prensa, pueda
enterarme de esa gestión que José Antonio Rodríguez cumplió
de manera sobresaliente y poniendo en práctica el
aprendizaje adquirido en el asfalto.
Viernes. 18
Recibo el catálogo de Chocrón Joyeros. El perteneciente a
2008. Es una maravilla. Un recreo para la vista. Y, por si
fuera poco, Ceuta ha sido la elegida para darle el toque
especial a una exposición de joyas ya de por sí
deslumbrantes. Las fotografías de Remedio Cervantes y Darío
Barro, modelos, son extraordinarias. Sobre todo teniendo
como fondo edificios emblemáticos de la ciudad y monumentos
donde la grandeza del pasado recibe la mirada apasionante e
insondable de quienes la descubren por primera vez y de
cuantos gozamos de la oportunidad de admirarla diariamente.
De Carlos Chocrón no me cansaré de decir que sigue
conservando ese buen gusto que lo ha distinguido siempre. Un
modo de ser que está sólo al alcance de las personas tocadas
por una sensibilidad especial. Y, además, de un tiempo a
esta parte viene dando pruebas evidentes de agradecimiento a
una ciudad en la cual se ha desarrollado su vida comercial.
Estimado Carlos, me vas a permitir que te diga que el
catálogo es una auténtica virguería. Un lujo en todos los
aspectos. Si bien es conveniente aclarar, para quienes no te
conozcan, que cuando tú decides hacer algo el éxito está
asegurado. Es el derecho que tienes a deleitarnos con la
distinción que te caracteriza.
Sábado. 12
Me entero de la muerte de Diego Sánchez Baglietto. Quien
llevaba ya muchos años siendo secretario provincial de la
Cruz Roja en Ceuta. Yo tuve muy buenas relaciones con él,
durante mucho tiempo, y siempre que nos veíamos solíamos
echar la parrafada lógica. Aunque es verdad que llevábamos
ya años que apenas nos topábamos. La noticia, amén de
producirme el consiguiente pesar que produce la muerte de
cualquier persona y mucho más si se la ha tratado, me hacer
recordar aquellos años donde la política en Ceuta imperaba
de manera arrebatada. Primaba, por encima de todo, una
pasión expresada de forma directa. En los años ochenta, que
son a los que me refiero, parecía como si cada persona
tuviera en su cabeza la fórmula válida para todo y preñada a
su vez de eficacia y bienestar. Escribí, en su día, que
nunca había visto antes en ningún otro sitio la disputa
feroz entre partidos y mucho menos que los ataques a las
personas fueran tan encarnizados. A lo que iba, que recuerdo
a Diego Baglietto como compañero de tertulia muchas noches
en el “Pub Tokio”. Cuando los socialistas se ufanaban del
liderazgo de Felipe González y la sede de la calle Daoíz era
el sitio más frecuentado de una Ceuta en la que los partidos
crecían como hongos. Adiós, amigo...
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