Esta semana ha sido pródiga en
noticias para todos los gustos y antes de decidirme por
analizar cualquiera de esas noticias, he preferido salirme
por peteneras y escribir de temas concretos que me afectan,
bueno que nos afectan a los fumadores.
Ayer, por el viernes, fue un día propicio para la nostalgia.
Nos reunimos algunos amigos y conocidos en uno de los bares
que empiezan a ser emblemáticos de la ciudad, con una buena
copa de vino en las manos y unas suculentas tapas que
amortigüen los efectos retardados del fuerte rioja.
A la gente más variopinta que está en plenas funciones
consumidoras, se unen otros menos variopintos y más
estándares. Uno, de profesión amigo de la “morgue” en su más
cruda realidad, es el alma del aspecto amable y simpático de
la auténtica salsa ceutí; otro perteneciente a la cosa de la
función pública, anda soltando sus cuitas y las de los
demás, en un palique ameno; otro, con limitaciones incluidas
en su manera de expresarse, es el más querido de la basca
(¡ojo! Me refiero a la cuarta aceptación coloquial de la
palabra, aunque las otras tres son válidas en determinados
momentos del mismo concepto) pero uniendo a sus limitaciones
la del tiempo: se largaba pronto a pasear al perro; otro…,
en fin, que casi todos los estamentos de representantes
ciudadanos están aquí.
En determinado momento veo aparecer por la puerta a un
hombre, cuya humanidad ocupa todo lo ancho y alto de la
mencionada puerta, y un ramalazo de recuerdos se me viene a
la mente. Creo ver una especie de fantasma provinente de mis
momentos oníricos más nostálgicos durante mi “destierro” en
Catalunya. No puedo creer que después de más de cuarenta
años pudiera encontrarme con semejante y supuesto fantasma
del pasado.
Entiéndase que cuando menciono fantasma, quiero expresarlo
de la manera más cariñosa que puede hacerlo un ser humano
cuando se refiere a un ser querido supuestamente
desaparecido.
Delante de mí tenía al que fue mi mejor amigo de la
infancia, al chico cuya familia era para mí una cosa
sagrada. Sin embargo dudada de que fuera él pero mi célula
gris, que contiene la retentiva fisonómica de las personas,
insistía en que era él. Ni corto ni perezoso me levanto de
la mesa y le espeto si es él quién creo que es. Me contesta
que es él pero no me recuerda a las primeras de cambio.
Cuando le explico quién soy, con sólo cuatro palabras, la
explosión de júbilo y el consiguiente abrazo que nos damos
me pone los pelos de la piel como escarpias sin dobleces.
Lo que sigue, tras este emocionante encuentro,
ya entra de lleno en la esfera privada y posteriormente ya
entra de lleno del dominio público cuando se nos une casi
toda la clientela del bar.
El dueño del bar sale en plan Tejero, como un punto
anticipado de los próximos carnavales ceutíes, y la basca
crece por momentos. El humo de los cigarrillos enturbia la
niebla del pequeño reducto de expertos consumidores, dándole
un aire londinense a lo Arthur Conan Doyle, y precisamente
está con nosotros un experto del CSI local. O sea que
tenemos reunidos a todos los personajes de cualquiera de las
novelas del lioso escritor, por los casos que relata,
inventor del detective de la lupa: enterrador, detective,
intérprete de lenguaje de signos, policía, funcionarios,
delincuentes (los que fumamos), ex delincuentes (los que
dejaron de fumar) y hasta guardia civil (este de pacotilla).
Entrando ya en el aspecto humorístico (algo del humo de los
cigarrillos) los chistes corren por los pasillos que forman
las mesas y sillas, pasillos llenos de obstáculos para
quienes quieren entrar o salir, chistes que hace
desternillar a muchos ayudados por las copas bailantes en
sus manos. El bueno, el mejor de los miembros de esta
improvisada basca es el enterrador. Bueno, enterrador no es.
Pero como anda trajinando entre cadáveres más o menos
descompuestos… ¿cómo lo llamamos?... ¡¡encima toca la
guitarra!!
Mientras nosotros pasamos una divertida noche, allá por los
madriles y horas antes una famosa ex primera dama fuma a
todo carrillo en lugar público, incitando con ello que los
demás asistentes enciendan sus pitillos, en clara negativa a
aceptar las disposiciones de la ley antitabaco y respaldada
por un decreto de la Comunidad de Madrid, cuya presidenta es
una gran fumadora aunque no enciende nunca los pitillos en
actos públicos, decreto que el Gobierno ha recurrido. Esta
dando un mitin el flamante fichaje, número 2 del PP por
Madrid, y la atmósfera del centro público de Carabanchel
tiene ciertas concomitancias con el pequeño y recoleto bar
ceutí por cuanto el tono azulado es muy similar, aunque el
mencionado centro público tenga más metros cúbicos.
Bueno, queridos e hipotéticos lectores de “El Pueblo de
Ceuta”, no he entrado de lleno en el aspecto crítico de mi
opinión de hoy porque la ocasión no estaba para críticas… y
eso que tengo en cartera varias.
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