La detención ayer en Barcelona de
14 extremistas islamistas, presuntamente integrados en una
red “yihadista” preparada para atentar en España, ha vuelto
a poner de manifiesto el peligro que para la estabilidad
europea presenta una emigración con un sesgo determinado: la
religión musulmana. Sin duda y como en varias ocasiones se
abordó en esta columna, sería tremendamente injusto (además
de inoportuno) meter en el mismo saco al conjunto de fieles
de una religión ajenos, en su mayor parte, a veleidades
terroristas pero, a la vez, sería torpe cerrar los ojos a
una realidad iluminada con los hechos: en España y junto al
terrorismo etarra, el terrorismo “yihadista” (con base en
torcidas interpretaciones del Corán, sesgando una exégesis
global y priorizando determinadas aleyas, ciertamente
oscurantistas) se perfila cada vez más como una
peligrosísima amenaza latente para nuestra seguridad.
La forma de atacarlo es múltiple, conjugando una serie de
medidas tanto externas como internas: entre las primeras,
eliminando sin complejos las bases del terror (y no haciendo
el imbécil como en Afganistán: si se lleva al ejército,
¡empléese y no se le aten las manos!) estén donde estén. En
el frente interior, articulando políticas en un triple
plano: migratorio, policial e ideológico. En el primero, se
impone restringir al máximo la afluencia procedente de
países musulmanes mientras se procede a la expulsión de
centenares de miles de emigrantes radicados ilegalmente; en
el policial, agilizando el intercambio de datos y formando a
unidades especializadas en este sector; finalmente se impone
una labor de exploración ideológica, analizando los
discursos y métodos de educación utilizados dentro de las
comunidades musulmanas. También y paso a paso debería
acotarse -llegando hasta la prohibición- el pavoroso proceso
de islamización (en muchos casos, el paso previo de la
radicalización y el extremismo) al que estamos sometidos, en
un justo proceso de reciprocidad: en absolutamente todos -y
escribo “todos”, tome nota el lector- los países musulmanes
está prohibida la predicación de cualquier otro tipo de
religión… ¿Por qué debemos nosotros, en Occidente, en
Europa, en España… seguir haciendo el canelo permitiendo la
“d´awa”, la predicación del Corán cuando estos mismos
“misioneros”, estos mismos musulmanes, serían los primeros
en reprimir -con la dureza necesaria- la divulgación de
ideas y creencias ajenas al Islam.
La Constitución española ampara la libertad, ideológica y
religiosa, en una propuesta compartida de respeto mutuo.
¿Sostienen estos principios la mayoría de la comunidad
musulmana asentada entre nosotros?. Mi respuesta es no. Al
contrario, la islamización presupone la creación de guetos
urbanos y la aplicación de normas que “separen” a los fieles
haciendo imposible (en las escuelas, las piscinas, los
centros de trabajo…) una interculturalidad compartida. Esa
es la gran amenaza. Y, dentro de ello, anidan las semillas
del terror. Una de las sectas más activas y misioneras, la
de los “Tabligh”, lo sabe muy bien: el “Tabligh” no es en sí
un movimiento terrorista, pero en muchos casos sí esa
“antesala” (como lo son Herri Batasuna y ANV en el País
Vasco) de la que ayer hablaba el ministro de Interior. En
Ceuta lo sabe muy bien Laarbi Maateis.
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