Está visto que el más difícil
aprendizaje es aprender a ver. Lástima que cuando uno
empieza a soltarse por la vida, dicho sea de aviso, ya
tengamos que morir. Ahora resulta que el Instituto Español
de Comercio Exterior nos quiere poner a tino lo de exportar
cultura. A mi esto me parece de perlas. Y, para ello, nos
quiere llamar al orden visual. Ver y compare, nunca mejor
dicho. Es cierto que la posición española tiene todos los
números para cantar bingo. Los avales saltan a la vista: el
castellano, el lenguaje de las musas y por si alguien no se
acuerda la lengua española oficial del Estado, y los genes
históricos creativos. La creatividad hispana es pura raza,
revela la original contribución que ofrece a la historia de
la cultura.
Internacionalizar las industrias culturales españolas, con
capacidad para ofertar recursos singulares e irrepetibles,
es algo que lo piden los nuevos tiempos de la globalización.
La industria cultural ha de saber “vender”, más allá de
nuestro provincianismo, la universalidad de nuestro arte y
tradiciones, prendido a veces en la soledad y en el silencio
más absurdo, cuando no en la dejadez y el abandono. Frente a
un valor social que tiene el cultivo de la cultura, ha de
germinar también un valor “económico”, generado por la
propia industria cultural.
Para ello, si queremos que el consumo cultural rompa techo y
se internacionalice como nos merecemos por nuestras
garantías creativas y de lenguaje, pienso que hace falta
desde una mayor inversión en cultura hasta una remuneración
digna a los propios creadores. En consecuencia, es
imprescindible que los autores y sus editores se manifiesten
públicamente e informen de su derecho a recibir una
compensación adecuada por el uso de sus obras, instando a
que se deje de cuestionar reiteradamente el sistema de
derechos de autor. Tenemos noticias de que la compensación
por copia privada, puesta absurdamente en entredicho en los
últimos tiempos, dependen más del 90 % de las cantidades que
CEDRO, por ejemplo, distribuye cada año en los repartos
individuales a los titulares de derechos, así como las
actividades de promoción del libro y las ayudas y
prestaciones a los autores para gastos sanitarios no
cubiertos por la seguridad social, como gafas o tratamientos
dentales, y que redundan en beneficio de todo el sector del
libro.
Asimismo, estimo, que si es fundamental garantizar y
proteger las condiciones para que se produzca la creación
cultural, también debemos favorecer la ayuda necesaria para
adaptarse a las nuevas necesidades de la globalización y,
por ello, echar un capote al fomento de la exportación de
nuestra industria cultural es tan justo como necesario.
Dicho lo anterior, creo que también hay que concienciar a la
ciudadanía del valor de los creadores, de la necesidad de
respetar sus obras. Acceso global a la cultura sí, siempre,
pero no a cualquier precio ni de cualquier manera
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