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OPINIÓN - VIERNES, 18 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Memoria de Granada
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Andalucía estaba hoy espléndida. Si a las diez de la mañana una bruma distorsionaba, desde el mirador sobre Tarifa, la silueta de la costa africana (el “yebel Musa” pugnaba por descollar en el horizonte), con el correr del día el Sol iba imponiéndose, bañando los campos con luz y alegría. Vejer de la Frontera lucía, limpia y blanca, airosamente encaramada en lo alto, Jerez quedaba a un lado, Cabezas de San Juan (donde reivindicó “La Pepa” el general Riego, asturiano de Tuña) pardeaba en la llanura y al final, Sevilla, nos abría junto al Río Grande sus monumentales tesoros. Nostalgia en la mirada y emoción en el semblante; preguntas sin respuesta entreabriendo las puertas del correr de la historia. Referencias inevitables a la Kotubia de Marrakech y la Torre Hassán de Rabat bajo la esbelta torre almohade (rematada tras la reconquista de Fernando III) señoreando la vieja ciudad de Híspalis, mientras la copia del asexuado Giraldillo (¿hombre, mujer, hermafrodita…?) con su redondeado y erótico vientre nos contemplaba, indiferente, desde las alturas. Kilómetros, interminables, de verdes olivos; El Arahal, de sonoro nombre; Archidona con su plaza o la belleza, pétrea, del torcal de Antequera. Loja, apiñada bajo la montaña, el católico pueblo de Santa Fé con sus arboledas cultivadas y, bajo el níveo manto de la Sierra, Granada la soñada, la de la eterna memoria, por la que aun suspira y gime un pueblo espiritual que sigue sin resignarse, con la psique traumatizada, a la trascendencia de su pérdida. Solo hay que viajar, convivir, compartir el día a día con musulmanes de cualquier signo, raza o país para intuir, en los pliegues insondables de su alma, esa nostalgia por Al Andalus y la joya de la corona, la exuberante Granada, coronada con la elegante belleza de la idealizada Alhambra nazarí.

El tiempo late a otro ritmo y si nosotros, desde Occidente, asumimos nuestro pasado viviéndolo en el presente y proyectándolo hacia el futuro, nuestro alter ego, el Islam, ensueña el porvenir y llora el momento, buscando su referente axiológico del que se nutre y fortalece en un pasado luminoso donde saca fuerzas y hacia el que tiende un puente para, cruzándolo, darle la vuelta al ahora conformando un mañana vestido de verde y blanco. Blanco el color del Profeta, verde el color del Islam… que se muestran, subliminalmente, en la bandera andaluza. ¿Pura casualidad?.

“¿Vale más un hebreo que un musulmán…?”; “¿por qué si el Rey de España, en la Jerusalén milenaria, levantó el infame Decreto de Expulsión de los Judíos rubricado bajo los Reyes Católicos en 1492, no hace lo mismo con la comunidad andalusí, con el pueblo morisco, expulsado en diferentes oleadas de la patria de sus ancestros…?”. Inútiles son, amigo lector, cualquier género de alegaciones: el corazón tiene sus razones que, sin duda, la razón no entiende. Si en aquellos tiempos la Sublime Puerta, con la conquista a sangre y fuego de Constantinopla (desde entonces Estambul) y sus dos intentos, tras vencer en Kosovo y arrasar los Balcanes, por debelar Viena no favorecieron, precisamente, la causa morisca, hoy los vientos del terrorismo islamista y la amenazante reivindicación yihadista de Al Andalus por “Al Qaïda” inviabilizan, poniendo en peligro, un fraternal reencuentro.
 

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