El norte de África (la antigua
Mauritania Tingitana, durante una época provincia de la
romanizada Hispania) en el que campean dos viejas ciudades,
enclaves históricamente de acendrada soberanía española
aunque, hoy día, inmersos físicamente dentro del actual
marco geográfico del Reino de Marruecos, ha sido durante
milenios una zona rica en intercambios e influencias de todo
género en los que, al igual que en la tectónica de placas
(geológicamente el símil me parece recurrente) los roces y
fricciones se dan por supuestos. Los Reinos de España y
Marruecos, vecinos de pleno derecho y con una riquísima
historia compartida, mantienen tradicionalmente (en el caso
de Marruecos impulsado por la Dinastía Alauí) diferencias
que todos conocemos si bien, Marruecos, ha fracasado hasta
el momento en su pretensión de incluir en las Naciones
Unidas a Ceuta y Melilla como territorios objeto de
descolonización. En este contexto el presidente de España y
de los españoles, José Luis Rodríguez Zapatero, ha impulsado
como apuesta personal un ambicioso “Diálogo” que estos días,
precisamente, ha celebrado su “I Foro de Alianza de
Civilizaciones”. Aprovechando el marco Rodríguez Zapatero ha
seguido adelante con su proyecto anunciando, el martes
mismo, la designación de un coordinador general por parte de
España como representante, dependiente directamente de
Presidencia del Gobierno y cuya nominación podría recaer
(según asienten tácitamente fuentes de La Moncloa) en el
diplomático Máximo Cajal. Hasta ahí nada que objetar, salvo
que el señor Cajal es un adalid convencido (no ya del
diálogo compartido, de la reflexión incluso…) de la entrega
unilateral de Ceuta y Melilla al Reino de Marruecos. ¿Un
guiño a los vecinos del sur?.
Por otro lado quisiera incidir en el segundo punto flaco
(junto al diálogo asimétrico) de la Alianza de
Civilizaciones: su renuncia apriorística, base de la
política de Zapatero, al legítimo uso de la fuerza bajo
determinadas condiciones. Los españoles tenemos la prueba
con las mentiras y vacilaciones del inquilino de la Moncloa
frente a la lucha contra el terrorismo etarra. Pues bien, si
el lector vuelve en el tiempo a septiembre de 2005, mes en
el que un improvisado presidente de España lanzaba ante la
Asamblea de la ONU su proyecto de “Alianza de
Civilizaciones”, así como los documentos sobre el tema
expuestos en la página web del ministerio de Asuntos
Exteriores, encontrará trazas del auténtico talante y
objetivo de Zapatero: la solución a la lacra del terrorismo
internacional, representado principalmente por el salafismo
yihadista (también la República Islámica de Irán ha
patrocinado el suyo, con sustrato shiíta) de referencia
islamista, sería básicamente el diálogo. Sin desdeñar para
nada el mismo, cuando proceda (la base del diálogo es el
respeto mutuo), Zapatero se equivoca de cabo a rabo y hace
un flaco favor a la lucha antiterrorista (un combinado de
medidas sociales, políticas, ideológicas, policiales y
militares, según tercie), poniendo a Occidente y a un gran
número de países árabes e islámicos moderados al pie de los
caballos. El terrorismo de base salafista yihadista no
acepta el diálogo; con ellos solo cabe una medida: su
neutralización, primero y su eliminación después. Sin piedad
y sin perdón. Ellos no lo tienen con nosotros.
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