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OPINIÓN - JUEVES, 17 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Ceuta y Melilla en la Alianza de Civilizaciones
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

El norte de África (la antigua Mauritania Tingitana, durante una época provincia de la romanizada Hispania) en el que campean dos viejas ciudades, enclaves históricamente de acendrada soberanía española aunque, hoy día, inmersos físicamente dentro del actual marco geográfico del Reino de Marruecos, ha sido durante milenios una zona rica en intercambios e influencias de todo género en los que, al igual que en la tectónica de placas (geológicamente el símil me parece recurrente) los roces y fricciones se dan por supuestos. Los Reinos de España y Marruecos, vecinos de pleno derecho y con una riquísima historia compartida, mantienen tradicionalmente (en el caso de Marruecos impulsado por la Dinastía Alauí) diferencias que todos conocemos si bien, Marruecos, ha fracasado hasta el momento en su pretensión de incluir en las Naciones Unidas a Ceuta y Melilla como territorios objeto de descolonización. En este contexto el presidente de España y de los españoles, José Luis Rodríguez Zapatero, ha impulsado como apuesta personal un ambicioso “Diálogo” que estos días, precisamente, ha celebrado su “I Foro de Alianza de Civilizaciones”. Aprovechando el marco Rodríguez Zapatero ha seguido adelante con su proyecto anunciando, el martes mismo, la designación de un coordinador general por parte de España como representante, dependiente directamente de Presidencia del Gobierno y cuya nominación podría recaer (según asienten tácitamente fuentes de La Moncloa) en el diplomático Máximo Cajal. Hasta ahí nada que objetar, salvo que el señor Cajal es un adalid convencido (no ya del diálogo compartido, de la reflexión incluso…) de la entrega unilateral de Ceuta y Melilla al Reino de Marruecos. ¿Un guiño a los vecinos del sur?.

Por otro lado quisiera incidir en el segundo punto flaco (junto al diálogo asimétrico) de la Alianza de Civilizaciones: su renuncia apriorística, base de la política de Zapatero, al legítimo uso de la fuerza bajo determinadas condiciones. Los españoles tenemos la prueba con las mentiras y vacilaciones del inquilino de la Moncloa frente a la lucha contra el terrorismo etarra. Pues bien, si el lector vuelve en el tiempo a septiembre de 2005, mes en el que un improvisado presidente de España lanzaba ante la Asamblea de la ONU su proyecto de “Alianza de Civilizaciones”, así como los documentos sobre el tema expuestos en la página web del ministerio de Asuntos Exteriores, encontrará trazas del auténtico talante y objetivo de Zapatero: la solución a la lacra del terrorismo internacional, representado principalmente por el salafismo yihadista (también la República Islámica de Irán ha patrocinado el suyo, con sustrato shiíta) de referencia islamista, sería básicamente el diálogo. Sin desdeñar para nada el mismo, cuando proceda (la base del diálogo es el respeto mutuo), Zapatero se equivoca de cabo a rabo y hace un flaco favor a la lucha antiterrorista (un combinado de medidas sociales, políticas, ideológicas, policiales y militares, según tercie), poniendo a Occidente y a un gran número de países árabes e islámicos moderados al pie de los caballos. El terrorismo de base salafista yihadista no acepta el diálogo; con ellos solo cabe una medida: su neutralización, primero y su eliminación después. Sin piedad y sin perdón. Ellos no lo tienen con nosotros.
 

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