No voy a escribir sobre el ingreso
del gigante turco en Europa (algo que provoca respigos en
países como Francia y Alemania), avalada ayer sin ambages
por el presidente Rodríguez Zapatero, él sabrá por qué, pero
que choca directamente (como la regularización masiva de
emigrantes) con los vientos dominantes en Europa, esa Europa
con la que Zapatero en su programa de hace cuatro años decía
que había que converger; tampoco voy a erosionar los
fundamentos del Diálogo de Civilizaciones (más apropiado
sería hablar de Culturas, pero bueno), necio sería y,
realmente, la iniciativa lanzada en su momento por el
presidente de España no deja de tener su enjundia y me
explico: la idea es más que correcta, es buena en sí, pero
sus fundamentos y desarrollo posterior no son los más
idóneos. ¿El motivo?: no todos hablamos el mismo lenguaje.
Las palabras democracia, dialogo, tolerancia o derechos
humanos tienen, en la cultura occidental, significados muy
precisos mientras que, por lo general, no suelen coincidir
con los parámetros ideológicos del Islam y repaso solo un
tema: con todos sus defectos (los que ustedes quieran y
más), un horizonte de referencia para nosotros es la
Declaración Universal de los Derechos Humanos; por el
contrario, el mundo islámico (el “islamista” desde luego)
pivota en este campo sobre la Carta de Derechos Islámicos de
El Cairo. Y no es lo mismo, amigo lector, no es lo mismo.
Con todo y como vengo señalando desde hace un tiempo, en el
mundo islámico hay personalidades y corrientes de opinión
que están comenzando a romper aguas, buscando parámetros de
diálogo convergentes. Así mientras el primer ministro de
Turquía, el “islamista” Recep Tayyip Erdogan, declaraba
estos días en Granada en el transcurso del ‘I Foro de la
Alianza de Civilizaciones’ como, a su juicio, la Alianza de
Civilizaciones es “el medicamento contra el terrorismo y su
principal obstáculo”, Ahmad Badr el Din el Hasoun, Gran
Muftí de Siria, rechazaba ayer en una solemne comparecencia
ante el Pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo la
existencia de un “Choque de Civilizaciones”, añadiendo unas
sopesadas y sosegadas palabras: “La civilización es una
cultura humana en la que confluyen las distintas religiones.
Son los humanos los que crean la civilización, mientras que
la religión es la fe y pertenece por tanto al ámbito de
Dios”. En su discurso -que recomiendo encarecidamente al
lector interesado-, el Gran Muftí de Siria se pronuncia
claramente por el respeto mutuo, eleva su tono con fuertes
condenas (“Ninguna guerra es santa”) y adelanta avanzados
planteamientos con un toque, a medio caballo, entre la
Gnosis y el Sufismo: “Debemos enseñar a nuestros hijos en
las escuelas, iglesias y mezquitas lo que es sagrado en el
mundo, el ser humano y no los templos humanos como la Kaaba,
la Mezquita de Al Aqsa o el Muro de las Lamentaciones,
construidos todos por seres humanos, criaturas de Dios”.
España, este gran país, puede aportar mucho a este diálogo:
su Constitución, punto respetuoso de encuentro entre
creencias y religiones diversas. Precisamente en Ceuta, esta
hermosa ciudad en la que se cruzan razas y religión, lo que
une a la ciudadanía no es ninguna idea de Dios, Alá o Yahvé:
es la Constitución española.
|