Asisto estos días a las I Jornadas
sobre Urbanismo, tal vez por añoranza de mi etapa laboral,
con ganas de aprender más de lo que puedo asumir hoy en día.
Un encuentro monográfico muy importante que puede tener
repercusiones más importantes aún si lo tomamos en serio.
A pesar de que ando este tiempo en plan de jubilado parcial
y que como tal no quiero saber absolutamente nada de cuanto
se refiera al suelo y su manipulación arquitectónica, no he
podido resistir la tentación de observar las lecciones
emitidas en las Jornadas sobre urbanismo.
Si bien es cierto que muchas de esas ponencias ya las he
observado en otros lares y por otras personas, no está de
más que Ceuta tenga su mérito en la organización de las
mismas.
Ya sabemos que los imponderables de las propuestas resumidas
en las ponencias son de obligada atención, pero una cosa es
que salgan escritas en forma de leyes, normas y/o
disposiciones y otra muy distinta la puesta en práctica de
cada uno de los postulados emitidos en las correspondientes
ponencias.
Dejemos momentáneamente el tema del urbanismo, ya hay
profesionales de “El Pueblo de Ceuta” que cubren ese
aspecto, y vayamos por lo cotidiano, lo que está a flor de
cemento y/o de asfalto, que es lo que viene ahora.
Aprovechando un descanso en las Jornadas, he corrido como
demonio que lleva el alma hacia el concesionario de mi coche
para recoger un encargo que solicité semanas atrás. Mientras
aparcaba el coche percibí que un hombre de etnia musulmana
andaba por los alrededores de mi coche indicándome dónde y
como aparcarlo. Cuando bajé del coche se acercaba un
vehículo de la Policía Nacional y el hombre pseudo-aparcacoches
salió disparado hacia las tuberías que corren por el muro
del puerto que lo separan de las escolleras. Ascendió con la
velocidad de una ardilla y desapareció en lo alto del muro.
Pude observar las sonrisas de los policías que sin embargo
no hicieron nada por seguirlo, ni siquiera se bajaron del
vehículo.
Meditando sobre éste hecho, entré en el establecimiento para
recoger mi pedido y mientras esperaba pude observar cómo
salían inmigrantes, todos marroquíes por su aspecto, desde
lo alto del muro que soporta inmensas tuberías. Descendían
en un recodo, justo en la entrada de la zona destinada al
aparcamiento del concesionario de vehículos, y con gran
riesgo de pegarse un tremendo tortazo. No era uno sino
varios los inmigrantes que accedían a la zona por ese
“agujero”. Y la policía hacia minutos que se había largado.
No está de más que se hiciera un pequeño esfuerzo para
remediar éste asunto que ya empieza a quemar a los
ciudadanos porque, entre asesinatos, robos, etc., ya
cundiría la alarma social, siempre que nuestras autoridades
no nos mientan asegurando que hay tranquilidad.
Sin embargo, pese a esto,. No era mi intención hablar de ese
tema de los sin papeles, si no de otros sin papeles. Esos
que conducen vehículos de dos y cuatro ruedas sin más
papeles que el de sonarse las narices.
Vengo observando que en nuestra ciudad circulan vehículos
que deberían estar en el depósito del desguace. Son
vehículos procedentes del vecino país con pintas alarmantes
de venirse abajo, o encima de uno, al menor descuido.
Carrocerías arrastradas y cochambrosas, tubos de escape
parecidos a aquellas chimeneas de las antiguas locomotoras…,
paro de contar. Si a nosotros nos exigen la ITV sin excusa
que valga, ¿cómo es que no impiden la entrada de vehículos
sin garantías?
¿Han observado Vds. a los motoristas? No todos, claro, pero
existe en nuestra ciudad un buen número de motoristas que
circulan por los carriles contrarios a su sentido de marcha
y pegando unos sustos de muerte a los conductores de
vehículos que se los encuentra de frente. Y encima muchos
van sin casco, otros llevan “paquetes” que son personas sin
casco y sin ninguna medida de seguridad, atl vez por eso:
son paquetes.
Bueno, basta por hoy. Bastantes quebraderos de cabeza tengo,
pero no me gustaría tener un incidente de tráfico con
alguien sin papeles. ¿Cómo lo arreglaran nuestras
autoridades? ¿Haciendo la vista gorda como hasta ahora?
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