El sábado pasado viajé a Madrid
por trabajo. Que voy que vengo. Y tuve ocasión de probar las
ventajas de las dos horas y media de trayecto del AVE. Por
supuesto, a precios abusivos, como es todo hoy en día, que
tiene bien poco de servicio público para mejorar la calidad
de vida del ciudadano. Aquí y ahora se trata de “pelar” al
paganini y hacerle pagar por duplicado por absolutamente
todo.
¿Qué si viajé en preferente o en club? Inaccesibles para una
economía media con hijos estudiantes. Me fui en turista y no
por mi cristianismo ascético y esenio, sino porque, lo otro,
es muy caro. ¿Qué que tal? Pues quitando la rapidez del
trayecto y el hecho de que, los WC se abren y cierran con
botón, bastante cutre. Nada del otro mundo. Y, por supuesto,
aunque pagué mis ciento treinta euros, con descuento por ser
ida y vuelta, allí nadie pasó a ofrecer ni un puto
periódico, porque, el pueblo que viaja en turista no debe
tener derecho a la información. Ni un mísero café en vaso de
cartón. Nada. Si quieres satisfacer el retortijón de la
barriga hay que acudir a la cafetería, pequeña, pésimamente
surtida y con un café abominable a precios de terraza de
alto standig de Puerto Banús.
Cutrerío. Se lo digo a ustedes. Aunque, los poderosos que
pagan la preferente sí son tratados con mimos y desvelos y
bien nutridos. A los otros nos conforman con pasar una
cestilla de caramelos, en plan caritativo.
Mucho ruido y pocas nueces y menos previsiones. Porque
llegas a la estación de Atocha que parece un mercadillo de
pueblo en hora punta y al menos tienes dos cafeterías, una
arriba en salida y otra abajo en llegadas, donde han
reservado un amplio espacio a quienes apetecemos echarnos un
piti para digerir el café. Ventajas de los madriles porque,
en la estación María Zambrano de Málaga, con tantísimo metro
cuadrado desperdiciado, los sénecas de la igualdad de
derechos y oportunidades, no han previsto una zona para
quienes hacemos uso del derecho inalienable de hacer con
nuestra salud y nuestros pulmones lo que nos sale de las
pelotas.
Eso demuestra la hipocresía asquerosa del sistema en que
vivimos. Existe y publicado está, un repunte alarmante de
enfermedades que se tenían por erradicadas, como la
tuberculosis y otra serie de virus exóticos y contagiosos
que os traen los importados. Y sin control. Un poner, eres
fumador y no puedes materializar tu derecho a echar humo en
un vagón de fumadores, ni en un bar de la estación, ni en el
mismo andén. Pero va un tuberculosos o un enfermo contagioso
y como hay un absoluto descontrol, puede subirse a un tren o
a u avión o adonde la salga de la pichurra y contaminar a
todo quisque. Lo que viene a significar que, los infecciosos
tienen más libertades que los fumadores y eso que no pagan
impuestos por sus patologías mientras quienes paladeamos un
Chesterfield, con nuestro óbolo estamos ofreciendo un buen
pellizco de impuestos indirectos al Estado. Nos cobran y nos
putean pero, los que fumamos, no tenemos el síndrome de
Estocolmo y preferimos mil veces, antes que esos desvelos
por nuestra salud que, a cada inmigrante que entre en
España, en la misma frontera, se le practique un
reconocimiento médico exhaustivo, con pruebas del VIH,
tuberculosis, hepatitis y enfermedades tropicales y que no
pueda pisar nuestro territorio hasta que no se demuestre que
vende salud. ¿Qué en los telediarios, cuando los africanos
de los cayucos son capaces de bajarse por sus propios medios
se les califica de “en perfecto estado de salud”? Porque, el
stablishment es imprudente y negligente para con los
españoles ¿Cómo van a saber la salud de esos tipos si no se
les han practicado analíticas?.
Mucho ruido, pocas nueces y toneladas de hipocresía. De
hecho, yo considero más enemigo público que al tabaco a la
tuberculosis, el sida, el dengue, la malaria, el sarampión,
la sífilis, la gonorrea, la tiña, la sarna, los piojos, las
conjuntivitis víricas que afectan a la cornea y demás
afecciones que teníamos erradicadas cuando no eran
desconocidas.
En el AVE no hay vagón de fumadores, porque lo prohíbe la
pamplinería vomitiva y represiva del Ministerio de Sanidad,
pero cualquier enfermo puede montarse e infectar al pasaje,
porque la pamplinería es incapaz de controlar más allá de
quien se mete una calada entre pecho y espalda. Incluso
consigue que, los fumadores, tengamos un aire canalla, de
perversos antisistema, aunque paguemos impuestos indirectos
y les engordemos la faltriquera. ¿Qué cual es mi impresión
definitiva del AVE? Se ahorra tiempo. La clase turista
cutre. La cafetería incómoda. Y si quieren tomarse un café y
uno de los escasísimos dulces envueltos en celofán, mejor
esperan a llegar a Madrid y desayunan en el Palace.
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