Lunes. 7
He tenido siempre la mala costumbre de no hacerles caso a
las personas influyentes. Es verdad que, en alguna que otra
ocasión, intenté seguirles la corriente. Pero, en cuanto
daba ese paso equivocado, me avergonzaba al verme delante
del espejo para afeitarme. Para qué decirles, pues, lo que
pienso a mi edad de quienes han salido nominados en un medio
de tirada nacional como personas con capacidades para
influir decisivamente en el hacer de los poderosos y, por lo
tanto, con poder suficiente para infundir temores entre los
ciudadanos. Verdad es que a los políticos no se les puede
irritar demasiado porque es bien sabido que los “políticos
vapuleados son como boxeadores golpeados: el doble de
peligrosos”. Aunque ya me dirán ustedes, a estas alturas de
la vida, el respeto que me puede merecer la influencia que
le otorgan a Juan Luis Aróstegui, Iván Chaves, Basilio
Fernández, Manolo González Bolorino, etcétera. Porque si
estos señores cuentan con ascendencia sobre las primeras
autoridades para cambiar el sino de algunas decisiones,
permítanme decirles que estamos huérfanos de esa minoría
selecta que se necesita en todos los sitios para gobernar.
Y, desde luego, se impone la pregunta: ¿si las personas
citadas son las más influyentes cómo será el hombre masa?...
¡Que Dios nos coja confesados! Es la única frase hecha que
se me ocurre en este instante.
Martes. 8
En el intervalo de una hora, más o menos, me voy hallando
con Mustafa Mizzian, Hakim Abdeselam y Mohamed Chaib.
Los tres me agradecen el artículo que escribí sobre ellos,
días atrás. Es un detalle de agradecimiento. Sin duda. Y
ojalá lo escrito les haya servido para seguir trabajando en
pos de volver a recuperar la pujanza que otrora tuvo el
Partido Demócrata y Social de Ceuta. Aunque mucho me temo
que habrán de luchar sin descanso si quieren reverdecer
éxitos anteriores. Debo decir, porque es de justicia, que yo
me alegraría muchísimo si ello ocurriera. Porque tales
dirigentes nunca me dieron el menor motivo de queja: dada la
corrección con la que me trataron siempre. En realidad,
fueron los únicos que me ofrecieron su ayuda cuando la
necesité. Y ese comportamiento jamás se olvida. Y es que los
políticos, habrá excepciones, como la ya reseñada, sólo
gustan de los halagos. En cambio, son propensos a digerir
mal las críticas. No me extraña que Albert Boadella los
definiera así: “Un político es un hombre al que no le gusta
la crítica; por instinto, sería fascista”. Lo mejor, para
quienes escribimos periódicos, es tener el menor contacto
con ellos. En mi caso, he tomado esa decisión y no me va
mal.
Miércoles. 9
Tras estar en las instalaciones de El Pueblo de Ceuta, que
son, dicho sea de paso, de premio, me doy un garbeo por el
centro de la ciudad, para acabar acodándome en la barra de
la cafetería del Hotel Parador La Muralla. Poco tiempo
después, llegan dos conocidos y nos ponemos a pegar la
hebra. Y sale a relucir, de buenas a primeras, lo mal que
suelen hablar los políticos. Tal vez, porque, un momento
antes, habíamos visto pasar a un ex diputado dispuesto a
compartir charla con alguien que le esperaba sentado a una
mesa en el fondo del local. La verdad es que no tuve más
remedio que darle la razón a quien decía haber oído por la
mañana en un programa de radio hablar a varios políticos y
casi todos habían practicado la vulgaridad del dequeísmo. Un
desliz gramatical que daña los tímpanos de quienes han de
soportarlo. La conversación derivó hacia los políticos de
Ceuta. Y fue cuando les indiqué a mis interlocutores que en
el fondo del establecimiento estaba sentado, precisamente,
el político que mejor había tratado el lenguaje en los
plenos, siendo diputado del Partido Popular, durante muchos
años. Se trataba de Emilio Carreira. Y ambos me
dieron la razón. Una vez más, aunque sepa que mi redoble de
tambor, con relación a esta cuestión, además de no sentar
bien es como predicar en el desierto, me veo en la
obligación de asegurar que haber prescindido de EC ha sido
un lujo imperdonable por parte del PP. Por más que siga
avasallando en las urnas por tener a Juan Vivas en
sus filas.
Jueves. 10
No es la primera vez, y espero que no sea la última, que me
da por escribir acerca del comportamiento de muchos de los
periodistas que llegan a Ceuta comprometidos con algún
medio. No hace falta decir que arriban a ella, lógicamente,
sin saber ni papa de cuanto se cuece en la ciudad y a merced
de las circunstancias. Obstáculos que han de salvar en el
menor tiempo posible para poder funcionar adecuadamente. En
la mayoría de los casos, los aleccionan de manera sesgada y
parcial. Y, debido a tales orientaciones tendenciosas, lo
primero que hacen es ponerse, por sistema, en contra del
presidente de la Ciudad. Por considerar que éste recibe
diariamente una ración desmesurada de halagos, elogios,
lisonjas, loas, etcétera. Casi todos esos periodistas suelen
expresarse como profesionales que están dispuestos a acabar
con lo que ellos consideran un periodismo vomitivo. Un
periodismo casado con el poder que habita en la Casa Grande
de la Plaza de África. Y pronto, pero muy pronto, comienzan
a criticar sin el menor recato a quienes llevan la friolera
de dos décadas opinando con el conocimiento que han
adquirido de esta tierra y de sus ciudadanos. Y, sobre todo,
de cómo funciona el sistema. Muchos de esos licenciados en
periodismo, apenas duran lo que duran: unos meses. Y se
marchan alegando razones variopintas que no vienen al caso
reseñar. En cambio, los que más se han distinguido por
renegar de la ciudad, de sus costumbres, de los editores y
de Juan Vivas..., trabajan y colaboran en los medios
pertenecientes a la Ciudad. No creo que sea el momento de
dar sus nombres. Aunque me da en las pituitarias que esos
muchachos ni se sonrojarían si me diera por sambenitarlos.
Tampoco estaría mal hacer la prueba correspondiente.
Viernes. 11
Un conocido le hace el artículo a José Antonio Carracao
mientras yo le presto toda la atención que merece. Me
cuenta, además, de qué manera le han apoyado los suyos en el
acto en el cual se comunicó que era el candidato al
Congreso. En el Hotel Ulises estuvimos los socialistas de
verdad. Lo que yo te diga, Manolo, José Antonio Carracao es
persona muy válida y muy preparada. A pesar de su juventud.
“¿Has hablado con él?”. Le respondo que lo he hecho una vez.
Y que me causó muy buena impresión. Pero... “Dime...”. Que
tuve la oportunidad de oírle hablar en la Cadena Ser y me
defraudó al expresarse con ese dequeísmo que deja a quienes
lo practican en una posición muy desairada. Yo le
aconsejaría, con todos mis respetos, que procure oírse
cuando haga declaraciones. Con el fin de que compruebe lo
mal que suena cuando le salen frases más o menos de este
tipo: “Me han propuesto ‘de que’ haga o diga...”. Y fueron
varias las ocasiones en las cuales cometió el mismo error
que no deja de ser una manifestación de vulgaridad. Y en él,
que al parecer vive pensando en hacer carrera política, esa
manera de expresarse incorrectamente le perjudica muchísimo.
Créeme que me cuesta trabajo decirte lo que te estoy
diciendo. Pero no me importa pasar por este trance. Sobre
todo porque es la mejor manera de ayudarle. Ya que entiendo
que José Antonio Carracao, dada su juventud, tiene tiempo y
ganas suficientes para corregir ese desliz idiomático.
Sábado. 12
Con el informe de Alvaro Siza, en su día, y con el sí
mayoritario de los concesionarios, esta semana, el
presidente de la Ciudad se ha llevado por fin una alegría
relacionada con la “Manzana del Revellín”. Y es que este mes
le será posible airear a los cuatro vientos que el Mercado
de Abastos se construirá en un sitio criticado por una
minoría dispuesta a ponerse en contra de esa idea. Una
minoría que tiene derecho a exponer sus quejas. Faltaría
más. Siempre y cuando no lo hagan bajo las directrices
marcadas por una persona que trata de sacarle rédito a su
oposición: Juan Luis Aróstegui. La forma de actuar del
secretario general de Comisiones Obreras es ya tan conocida
que pocas personas se dejan embaucar por él. Con lo cual ha
perdido poder de convocación. Si es que alguna vez la tuvo.
Por lo tanto, mucho me temo, y desde luego lo digo con
satisfacción, que se sumen a su protesta la cifra de
ciudadanos ya conocida: trece y un loro. Un loro que está
siempre atento a ver lo que le cae por oponerse a cuantos
proyectos trata de sacar adelante el Gobierno de la Ciudad.
Es decir, si hay chocolate, el del loro, claro es, la
protesta termina por diluirse como un azucarillo. Creo que
se impone ya, y lo digo de verdad, que el presidente de la
Ciudad se revista de la fuerza que le otorga su cargo para
poner a este personaje en el sitio que se merece. Un
Aróstegui que está más visto que el presidente de la
Federación de Fútbol de Ceuta. Que no es poco.
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