Está ahora mismo en sazón. Yo no
sé si sabe idiomas, tan necesarios en la actualidad; pero si
así fuera, con su historial, bien podría aspirar con éxito a
ingresar en cualquier empresa de las consideradas cinco
estrellas.
En la Banca Morgan, es un suponer, sería recibida con los
brazos abiertos. Puesto que posee cualidades que forman una
magnífica condición para poder acceder a un cargo de tronío.
Pero tampoco es necesario que nuestra estimada Yolanda
Bel se vaya a hacer las Ámericas. De ningún modo.
Porque, dado su perfil, no me cabe la menor duda de que en
España se la rifarían algunas multinacionales.
Ustedes se preguntarán qué ha visto uno en la portavoz del
Gobierno para hacerle el artículo tan encendido que me está
quemando la piel. Pues, simple y llanamente, pensar que
vivimos en el siglo XXI y que ella, Yolanda Bel, es mujer
que cuenta con ventajas indiscutibles para dar la imagen que
se lleva. No olvidemos que lo que el público reclama es la
imagen de la pasión, no la misma pasión (Roland Barthes).
Yolanda Bel ha ido creciendo al ritmo que lo hacía el
Partido Popular. Es una militante con historia. Se puede
decir que ha echado los dientes en la calle Real 90. Y, por
lo tanto, conoce perfectamente todo los entresijos del
partido. Por lo cual, además de por su valía en muchos
aspectos, se le tiene algo más que respeto. No es que tenga
bula, sino que ha sabido ponerse en su sitio desde el primer
momento. Y nadie la discute por un quítame allá esas pajas.
Y lo que es más importante: actúa con una soltura
aparentemente candorosa y libre de prejuicios.
No me extraña, pues, que YB sea objeto de miradas profundas
cuando le da por lucir su garabato peculiar. Ni tampoco que
a unos y a otras, a partes iguales, se les vayan los ojos
detrás de su figura. Sobre todo cuando consigue liberarse de
ese corsé que es la portavocía. Un potro de tortura. Una
labor ingrata que acabó por acelerar los padecimientos
físicos de Elena Sánchez.
Con Yolanda Bel he hablado yo ni mucho ni poco. Pero siempre
he tratado de hacerle ver que estaba en condiciones de ser
lo que ella quisiera. Por razones explicadas ya, así por
encima; pero que son de más hondo significado y, por
supuesto, quedan para mí. Aunque jamás le negué que lo de
ser la portavoz del Gobierno era un regalo envenenado. Una
misión en la cual se ve obligada a dar lo peor de sí misma.
Incluso he comprobado, en ocasiones, de qué modo pierde gran
parte de su encanto cuando tuerce el gesto ante cualquier
pregunta que ella considera impertinente. Y, claro, se me
viene el mundo abajo. Y es entonces, en ese preciso
instante, cuando digo para mí: a esta chica la están
quemando a fuego lento. Y se me encoge el corazón. Y mis
interiores gritan contra lo que creo que no es de recibo. Y
más que inaceptable me parece que es toda una injusticia.
Ay, señor...
Así se lo dije, días atrás, a YB cuando se acercó a la mesa
donde estábamos sentado varios conocidos para felicitarnos
las fiestas. Y ella, siempre en su papel de militante
histórica, me respondió que el partido estaba por encima de
las personas. ¡Qué bonito!... Mas, con todos mis respetos
para ella, me sigue pareciendo que la portavocía es un
puesto hecho a la medida de Emilio Carreira.
Verbigracia.
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