Que la avenida Cañonero Dato y su
entorno es la primera imagen que se aporta de Ceuta, es una
realidad manifiestamente palpable. Esto lo tenemos claro por
un lado. Y por otro que la inseguridad es un estado
absolutamente subjetivo de sensaciones entre la ciudadanía.
Esto también lo tenemos claro [máxime cuando a veces esta
subjetividad no coincide con los objetivos números que
marcan la estadística]. En el caso de Ceuta, la seguridad es
un hecho objetivo. Pero la inseguridad son sensaciones que
padece la población ceutí en según qué zonas de la ciudad.
El Puerto de Ceuta es uno de esos lugares donde las
sensaciones inseguras elevan su grado hasta límites máximos.
¿La razón?. La permanente presencia de irregulares ávidos
por ‘buscarse la vida’ de cualquier modo. Bien es cierto
que, hasta la fecha, los lances e incidentes acaecidos en el
lugar, se han producido entre los propios inmigrantes. Pero
la pregunta clara es. ¿Tiene necesariamente el visitante que
llega a Ceuta llevarse la imagen primera y última de la
ciudad de ser un lugar descontrolado por el número de
personal irregular que subsiste en los alrededores del
puerto?. La respuesta de cualquier ceutí es negarse
rotundamente a que se tenga esa percepción; menos
importancia le dará quien se encuentre eventualmente en
Ceuta. De cualquier modo, atendiendo a la necesidad social y
humana de la presencia de inmigrantes, la ciudad cuenta con
una moderna instalación donde acoger a los ‘sedientos’ de
libertad y futuro. Pero no debe permitirse, en modo alguno,
que los irregulares campen a sus anchas por doquier en Ceuta
sin que el gobierno de España, sus servicios de Extranjería
o las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado controlen a
los 200 ó 300 marroquíes o argelinos que pululan escondidos
bien en las escolleras de Poniente, bien en las naves del
Sardinero, o por donde fuere. Que a la Administración
General del Estado se les escapen en Madrid, Barcelona o
Valencia, puede excusarse, pero ¿en Ceuta con su mínima
superficie?. Ayer murió otro irregular a manos de un nativo
del Rincón. Un marroquí que no regresó a su país, como está
estipulado, antes de la medianoche del día -que fuere- que
entró.
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