Es sumamente gratificante disfrutar de un día de fiesta en
la Ciudad, más si luce el sol aunque menguado un poco por un
insolente vientecillo fresco y tenaz. Lo digo por que hoy
(por el lunes) dí unas vueltas por las calles ceutíes. Me
llamó la atención la congregación de gente frente a las
puertas, aún cerradas, de un comercio local. Se nota que las
rebajas han comenzado, aunque sea en un día festivo.
Otra congregación, pero ésta religiosa -fundada por el
caballero templario, digan lo que quieran pero yo lo
considero así, Ignacio de Loyola, en un momento álgido para
los sucesores de los guardianes del Santo Grial (1540)- se
reunió el mismo día en que yo salía a pasear para elegir al
líder mundial que los llevará por la senda creada por el
militar al servicio del duque de Nájera, Antonio Manrique
Lara (que no se si tendrá algo que ver con los Lara de
Ceuta, pero si se que era Virrey de Navarra después de la
muerte de Fernando el Católico), y que peleó contra los
invasores navarros, invasores de sus propias tierras ¿inicio
del movimiento etarra?, y siendo alcanzado nada menos que
por una bala de cañón, una bombacha, que se le cuela entre
las dos piernas rompiéndole una e hiriéndole en la otra.
Iñigo López de Oñaz y Loyola pasaría a ser San Ignacio de
Loyola (?)
Esa milagrosa bombacha le hizo recapacitar de su condición
militar y cambiando de chaqueta se compromete con la gracia
de Dios acrecentando su definitiva conversión la supuesta
visión de la Virgen con el niño Jesús. Visión promovida,
seguro, por la calenturienta etapa de su tránsito por el
filo del abismo de la muerte durante su recuperación, que le
dejó secuelas visibles. Reforzada su fe durante su hospedaje
en el Monasterio de Montserrat (marzo de 1522) merced a la
prédica de los benedictinos, cuelga definitivamente su
vestidura militar y se va con harapos y descalzo hasta
Manresa (Barcelona) donde permanece ayudado por un grupo de
mujeres creyentes.
Como los estudios sobre los Templarios de Iñigo López son
profundos, decide irse a Jerusalén pero regresa pronto a
Barcelona donde su amiga Isabel Roser le ayuda en los
estudios, realizando entonces sus ya famosos Ejercicios
Espirituales. Viaja a Flandes e Inglaterra siguiendo la
estela de los Caballeros Templarios y consigue sumas de
dinero con lo que funda la Sociedad de Jesús bajo un
juramento realizado en Montmartre (París) junto a otros
siete iluminados compañeros. Entonces decide viajar, de
nuevo a Tierra Santa para proseguir la labor de aquellos
sacrificados caballeros. No lo consigue y se pone a las
órdenes del Papa Pablo III que les ordena sacerdotes a
través del obispo de Arbe en Venecia (1537).
En 1540 el Papa Pablo III emite la bula “Regimini Militantis”
con la condición de limitar el número de miembros a setenta
que posteriormente revocó con la bula “Injuctum nobis”
(1543). Así nació la Compañía de Jesús que en realidad es la
Societas Iesu.
Por lo tanto, Ignacio de Loyola fue el primer Superior
General de su propia orden religiosa con exigencias de
organización monárquica con absoluta abnegación y obediencia
al Papa con el latiguillo “Disciplinado como un cadáver” que
dio lugar a su lema fundamental “A mayor Gloria de Dios”.
En los tiempos modernos cabe destacar la impronta dejada por
el también vasco Pedro Arrupe, el líder mundial de los
jesuitas que fue elegido como el “Papa Negro” y a quién
sucedió el holandés Peter-Hans Kolvenbach (1932) a quién el
Papa Benedicto XVI le dio permiso para retirarse por motivos
de edad.
Pedro Arrupe, como buen vasco, tuvo varios conflictos de
carácter con Juan Pablo II que creía que la Sociedad de
Jesús había llegado a ser demasiado independiente,
izquierdista y política, por lo que implantó una especie de
ley marcial, aprovechando que Arrupe sufrió un ataque al
corazón, a través de un delegado que nombró para dirigir la
orden y garantizar que no se radicalizara más. Así se creó
la leyenda de la Orden Negra con su Papa Negro.
Cuando cierro estas líneas, aún ignoro quién ha sido
designado sucesor del holandés de pelo blanco que susurra
suavemente al hablar.
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